Clases+cenas: un combo imbatible
La combinación de aprendizaje, placer y reunión social gana adeptos en la ciudad
"Es como ir a un restaurante, pero infinitamente mejor. No sólo comés muy bien, sino que además conocés gente, aprendés recetas, te dan consejos sobre productos y le perdés el miedo a la idea de cocinar. Ya vine a unas quince clases, a veces solo, a veces con grupos de amigos. Y es fascinante poder ver de cerca a algunos cocineros que realmente admiro", cuenta Rodolfo Chiodini, director de una reconocida empresa de calzado argentina y profesor de Ciencias Políticas, mientras toma nota sobre cómo preparar una cookie de té matcha y jengibre con un sorbete de peras, preparada en pocos minutos por Fernando Mayoral, uno de los grandes cocineros del país.
Hace ya más de tres años que Mayoral abrió su propio espacio en Villa Crespo, con capacidad para unas veinte personas, donde una vez por mes recibe a cocineros amigos para dar una clase que culmina en una cena de tres pasos, donde se come lo que se aprendió a elaborar. Esta vez, el invitado es Ken Shiizu (el chef que luce detrás de los restaurantes M Palermo y Club M Omakase) y la clase versará sobre rolls, sashimi y tartare. Lo primero que enseña Ken es cómo prepara el arroz (utiliza la variedad Koshihikari, de Dos Hermanos, de grano bien corto y color blanco traslúcido) para lograr la textura y sabor ideales con los que elaborar luego el roll Spicy Salmón, relleno de salmón y palta y cubierto con salmón sellado con pimienta negra. Los alumnos toman nota, preguntan qué marca de salsa de ostra conviene comprar, discuten sobre distintos pescados del mar argentino, todo mientras se relajan al ritmo de las copas de vino.
"Invito a cocineros que admiro", dice Mayoral. Una lista que incluye grandes nombres de la cocina actual, desde Christina Sunae (Cantina Sunae) a Mariano Ramón (Gran Dabbang), pasando por Rodrigo Castilla (Las Pizarras) y Anthony Vázquez (La Mar). Para agosto, por ejemplo, ya está armando el encuentro con Germán Torres, de Salvaje Bakery, quien dará una clase sobre panes y se comerán platos que usan al pan como base. "Vienen foodies, gente a la que le gusta comer. En mi caso, son clases demostrativas, no se trata de un taller de cocina, sino que busco que se inspiren con lo que hacemos, que aprendan algunos trucos, pero más que nada que se relajen y la pasen bien. Arrancamos a las 19.30 y a eso de las 21 ya están todos cenando", culmina
Una idea, múltiples formatos
El combo de "clases+cena" tiene ya varios exponentes en el mercado argentino, como una combinación de placer, aprendizaje y reunión social. Buena parte de los restaurantes a puertas cerradas aprovechan sus lugares para sumar clases, así como también varios de los cocineros más reconocidos del país lo hacen de manera esporádica, para clientes especiales. Uno de los ejemplos con más historia en la ciudad porteña es Espacio Azai, un precioso loft en Chacarita que desde hace diez años se utiliza para eventos y clases, de la mano de su creador, el cocinero Marcelo Kulish. "Está todo armado para dar clases, y los alumnos trabajan a la par nuestra. Tenemos una cocina profesional, con ocho fuegos, horno convector, freidora, freezers, pero todo armado en un ambiente mucho más cálido que el de una cocina de restaurante, donde dan ganas de quedarse y pasarla bien. En nuestro caso, trabajamos principalmente con grupos armados, a veces 8 personas, a veces 30. Hacemos festejos privados, como cumpleaños, recibimos también turismo receptivo, con menús criollos, y lo que creció mucho son los grupos de empresas, que llegan acá a través de un trabajo de coaching, como actividad integradora. Es que, a través de la cocina, de aprender técnicas y tener que preparar un plato, se trabajan muchas temáticas grupales, como sortear obstáculos, temas de liderazgo, de comunicación", enumera. En este caso, es usual que el grupo llegue a las 9.30 de la mañana, para realizar actividades distintas a la cocina, y que a las 12 comience la clase, que termina con un almuerzo donde se disfruta todo lo que se preparó. "Se come lo que se hizo, no hay un detrás de bambalinas ni un backup de catering. Unos cortan, otros lavan, otros saltean en los woks. Los menús pueden ir de un curry verde tailandés a cocina peruana, comida marroquí, india, argentina. Todo el proceso lleva unas cuatro horas, que pasan muy rápido", dice.
Aprender, divertirse, conocer gente y, al mismo tiempo, comer rico es una fórmula que, a simple vista, resulta difícil de superar. Devotos del sushi (tanto el tradicional como su coqueteo con los sabores peruanos) pueden aprovechar los cursos con cena que organiza Seiyo, el emprendimiento dirigido por Ariel Taira y Marcello Elefoso (que trabajaron como sushimen en lugares como el Caesar Park, Morizono y Páru, entre otros). A lo largo de más de dos horas, un grupo de no más de nueve personas aprende a elaborar cinco variedades de rolls, temakis y sashimis, para culminar en una comida junto a vinos de reconocidas bodegas.
En Fuego Buenos Aires, el cocinero Nicolás Díaz Martini da rienda suelta a toda su originalidad con sabores intensos que recorren temas tan distintos como la cocina nórdica, el manejo de las especias, conservas e incluso, para los más audaces, tres horas dedicadas a las menudencias (anticuchos de corazón, riñones de cordero, sesos y mondongo). Una mirada distinta es la de Tuco Catering, que ofrece dar las clases y las cenas, pero en este caso a domicilio: grupos de amigos contratan el servicio que incluye un cocinero cada 8 personas, quien va a la casa designada con sus herramientas, mise en place e ingredientes para enseñar y llevar a cabo un menú completo, desde cocina de bistró a introducción del sudeste asiático pasando por tapas catalanas.
"A Vinciane la conocí casi de casualidad. Estaba comiendo unas galletitas belgas deliciosas en Le Pain Quotidien y les pregunté dónde las conseguían. Ahí me contaron que las hacía ella", cuenta Alejandra Toglia, traductora de inglés y secretaria, asidua de las clases y cenas que ofrece la belga Vinciane Smeets en un pequeño departamento en Barrio Norte, con un balcón terraza abierto al cielo. "La busqué en Facebook, me enteré de que hacía estas reuniones, nos anotamos con unas amigas y la verdad es que nos divertimos mucho. Ella es fantástica, muy cálida, sabe enseñar. Mientras vas aprendiendo, comés y cocinás. Y vas conociendo a la gente que está con vos, intercambiando datos, ideas, restaurantes. En una hora te enseña a hacer de todo, partiendo de cero, parece imposible pero cuando lo hacés junto a ella te das cuenta de que es fácil y que lo podés replicar en tu casa", dice.
Vinciane apuesta a una cocina simple, con opciones para todos los días, con ingredientes de alta calidad pero que a la vez son fáciles de conseguir. Y a todo le suma toques propios de las culturas belga y francesa. Hoy tiene talleres de tartas y de sopas, también uno específico de cocina tradicional de Bélgica (donde enseña, por ejemplo, cómo preparar el waterzooi, plato a medio camino entre el estofado y la sopa de pollo). Y en invierno lanzó, los sábados, unas meriendas con taller de waffles y pastelería a base de chocolate belga "Se trata de pasarla bien. Los recibo con una copa de vino, algo para ir picando como los scons de aceitunas y nos ponemos a cocinar: una sopa de zapallo al curry, también la típica sopa de cebolla francesa, una quiche lorraine, una tarta con masa con nuez y relleno de queso azul y peras. Luego comemos lo que hicimos y, si sobra, se lo llevan a su casa. Son clases chicas, de sólo siete alumnos, y eso ayuda a que el clima sea bueno. Vienen más mujeres que hombres, la mayor parte de 25 y 50 años, algunas solas, otras en pareja, otras con amigas. Y los que vienen una vez, suelen volver: hoy los grupos son mitad gente nueva y mitad habitués", explica en un castellano fluido.
Si bien las clases son dictadas por profesionales de la gastronomía, no se trata sólo de aprender a cocinar. En estos casos, la balanza entre conocimiento y disfrute debe estar equilibrada, e incluso puede inclinarse un poquito más hacia la segunda categoría. "Los que vienen, dicen que es como su terapia de la semana. Un lugar donde relajarse, olvidar las preocupaciones, comer y beber rico y pasarla bien", explica Vinciane. Un plan que no puede fallar.
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