martes, 20 de diciembre de 2016

Página 12 - Turismo - Se mira y no se come

Se mira y no se come

Una industria única en el mundo distingue al país del sol naciente: la réplica de alimentos para exhibir en la entrada de los restaurantes. La avenida Kappabashi de Tokio concentra estas exóticas tiendas con la gastronomía nipona completa en versión plástica. En el pueblo de Gujo están los talleres artesanales.
     Bandejas con todas las combinaciones posibles de gastronomía japonesa para no comer.


Sábado por la mañana en el barrio tokiota de Asakusa. De unos parlantes en los postes de luz brota el clarinete sensual de Un americano en París. Muchos hombres hacen compras de traje y corbata, y hay mujeres con perritos blancos como corderos con las orejas y la cola pintadas de verde y naranja.
En la avenida Kappabashi priman los negocios monotemáticos. Uno vende solo sillas de todo tipo; otro, frasquitos y cajitas. La lista sigue con los especializados en mesitas con bancos, cuchillos, chopsticks o vasos. Y está el que vende solamente batidoras, desde la más simple hasta las industriales para hacer helados. 
Un negocio me llama la atención por su variedad exagerada de comidas en la vidriera. Pero sigo de largo. Quince metros más adelante aparece uno similar, donde un plato de fideos sobre la entrada tiene la base pegada a la pared: está perpendicular al suelo pero los fideos no caen.
Miro bien y efectivamente el negocio vende toda clase de comidas. Me tienta un bento de sashimis con tersas lonjas de salmón rosado. Pero mejor no hincarle el diente a nada en esta calle: solo hay comida plástica, réplicas perfectas de todos los platos e ingredientes habidos y por haber en la gastronomía japonesa.    
Entro y creo estar en una casa de elementos decorativos para fanáticos de la buena mesa. Pero la hipótesis no cierra. El fin de toda esta comida es semiológico: son signos plásticos informativos. Se los exhibe en la entrada de los restaurantes para tentar al transeúnte, una costumbre local casi centenaria que ha generado una industria única en el mundo, basada en replicar alimentos con un nivel de realismo asombroso, una especie de arte plástico nacional que se ha exhibido en el Museo Victoria and Albert de Londres durante una exposición de diseño japonés. En Japón, más que nunca, la comida entra primero por los ojos.

Un plato de spaghetti, con levitación incluida, en la calle Kappabashi de Tokio.

EL ARTE DE REPLICAR A un lado y al otro de la vereda hay tiendas de sampuru o “muestras de comida”. Elijo una al azar y la empleada con modales de geisha se inclina dándome la bienvenida: “Arigató wakarimasen”. Aquí, si uno quiere comprar pollo plástico, tiene para elegir alita, pechuga, pata, milanesa, brocheta o el pollo entero, todo en dos colores: bien cocido e intermedio. 
El pan lactal se vende formando la fila completa, la mitad, un cuarto y la pieza individual. Baguettes hay de siete tamaños e incluso pedazos sueltos y rodajas. La verdulería podría decirse que está completa e incluso más: se puede comprar hasta una hoja de lechuga o brócoli ya picado. La tienda incluye también los productos de una pescadería y una carnicería. 
Los huevos fritos están de a uno o de a dos y también hay huevos duros en rodaja. La pizza viene con acto de levitación incluido: una porción “flota” en el aire sobre la bandeja sostenida por la mozzarella que chorrea de ella, una muestra del virtuosismo artesanal de los maestros del oficio de replicar comida, a quienes algunos consideran artistas.
La comida chatarra –tan acusada de plástica– está representada por toda clase de hamburguesas con papas fritas y panchos. En un sector cuento 53 tipos de platos de fideos: con pedazos de cerdo, con cubitos de tofu, con huevos fritos, al tuco y etc. Una langosta del Pacífico que parece viva cuesta 150 dólares y una copa helada 30: la comida plástica es más cara que la original. 
Las bandejas multicolor de sushi vienen en todas las variedades posibles con el refinado criterio estético y visual de la cocina japonesa, un valor tanto o más importante que el sabor en sí. Hay toda clase de platos elaborados con criterio de arte decorativo y componentes cortados en fragmentos mínimos, creando diseño y un orden muy delicado. El plato es como un marco encerrando un cuadro pintado con alimentos, donde los ingredientes parecen elegidos con un carácter de pincelada, como pequeños tallos color naranja y pedacitos de jengibre. Según Roland Barthes “la comida occidental, acumulada, dignificada, hinchada hasta lo majestuoso, se orienta siempre a lo grueso, lo grande, lo abundante; la oriental sigue el movimiento inverso: se expande hacia lo infinitesimal”.
La bebida falsa abarca aquí toda clase de cócteles decorados hasta con orquídeas, diez vasos distintos de cerveza espumante y ocho marcas de latas “heladas” chorreando “gotitas” muy  “frías”. Para los postres hay helados que no se derriten: en palito o cucurucho con diez sabores y sus combinaciones. Una copa helada viene con cubanitos, un acaramelado verde y rojo y cerezas. Las tortas son de chocolate con frutillas, de kiwi, de crema con cerezas –completas y en porciones– y hay una blanca de casamiento con cinco pisos.
Al negocio entra y sale gente todo el tiempo a ver la superposición de productos abarrotados hasta el techo: se mezclan rodajas de limón, centollas, kanikamas, una pizza calabresa, platos de tempura (mariscos y vegetales fritos), una manzana mordida y un atún de dos metros de largo colgando del techo. Me voy de la tienda sin comprar siquiera un sushi de 3,5 dólares pero la empleada se desvive en reverencias y agradecimientos inclinando la cabeza: en Japón el cliente es amo y señor, siempre. 
Salgo obnubilado por el barroquismo culinario y una señora casi me pasa por encima con su bicicleta: mientras en China cada vez hay menos ciclistas y más motorizados, aquí se da el proceso inverso. En la patria de Honda, Kawasaki y Yamaha casi nadie anda ya en moto y prefieren las bicicletas. El problema es que no hay bicisendas y van por la vereda a toda velocidad.

Con modales de geisha, las empleadas entregan delicadamente la compra.

MECA PLÁSTICA Takizo Iwasaki es el padre del “arte” de replicar comida: en 1917 hizo un omelette de arroz con salsa de tomate, una reliquia que aún existe y se exhibe apetecible en la fábrica del inventor, en el poblado de Gujo a tres horas de Tokio.
A comienzos del siglo XX el menú de los restaurantes en Tokio se complejizó con la incorporación de platos occidentales, cuyos nombres no decían nada a los japoneses. Entonces se comenzó a exhibir comida verdadera en la entrada. Pero a lo largo del día cambiaba de forma y color, haciéndose menos apetecible. Así fue que el visionario Iwasaki tuvo la idea de replicar los platos en cera, creando una compañía que hoy factura millones y exporta. 
En Gujo el principal atractivo es la fábrica de Iwasaki, donde por 10 dólares uno crea su propio falso tempura con la ayuda de un maestro artesano. Las réplicas se hacen con PVC desde hace años, pero aquí el visitante utiliza la técnica antigua de la cera líquida que es más sencilla. Todos los años se organizan en Gujo competencias de réplicas de alimento con un criterio artístico; los artesanos crean dragones de falsos fideos y Godzillas de tempura.
En el pueblo hay varias fábricas, cada cual sobresaliente en alguna especialidad: Iwasaki es muy buena haciendo lechugas. En la sede de Maizuru –con una sucursal en la torre Skytree de Tokio– uno juega a descubrir la sutil diferencia entre comida falsa y real.
En Gujo se produce el 80 por ciento de las réplicas de alimento del país, en diez fábricas que convirtieron al pueblo en destino turístico: parece un pequeño Kioto por sus antiguos templos. Las réplicas de PVC tienen sin embargo un problema para el fabricante: su durabilidad es casi eterna y hay poca reposición. Entonces los empresarios se diversificaron produciendo souvenirs como adornos, tarjeteros, llaveros, colgantes y pendrives con forma de sushi y la advertencia de “No comer”. 

De un mínimo sushi a un atún gigante, todo se consigue en material plástico.

LA TÉCNICA En los talleres de Gujo y de la calle Kappabashi se observa el proceso de producción, parecido al de la cocina real: se cortan “vegetales” a cuchillo, se aprieta el arroz a mano para hacer sushi y se espolvorea curry plástico. En estas cocinas se ven pinceles, sprays y latas de pintura con etiquetas de vegetales.
Hay restaurantes que encargan su menú completo y el chef manda cada plato para que lo copien. Si el artesano recibe uno de cerdo con arroz y papas, toma cada fragmento de carne y le coloca una capa de silicona líquida que después pone al horno a endurecer: queda un molde perfecto que se rellena con PVC líquido. El resultado es un pedazo de cerdo plástico igual al original. Lo mismo se hace con la papa, pero el arroz tiene un molde estándar. Cuando los ingredientes son frágiles y pierden la forma al colocarles la silicona (como el helado), primero se esculpe el plato en arcilla y luego continúa el proceso.
Después se pulen las partes rugosas y llega el momento más complejo, el pintado a mano. Por último se pegan las partes entre sí y se arma el plato. Lo más difícil son detalles como las espinas de pescado; el trabajo es tan fino que los artesanos pasan diez años en el escalafón de aprendices. 
Como cada chef tiene su estilo personal y todos los platos son distintos, es imposible estandarizar la industria. Los clientes exigen una copia perfecta. De lo contrario la devuelven, una deshonra para el artesano quien, compungido, lo vuelve a intentar. Un método para chequear la fidelidad de la copia es dársela a un niño: si se la quiere comer, es buena.
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La Nación - House of Chef - La cocina de América Latina vuela alto

La cocina de América Latina vuela alto

[Video] El último capítulo de House of Chef detalla por qué la zona está en su mejor momento
SÁBADO 17 DE DICIEMBRE DE 2016 • 00:28

Un plato de la cevichería La Mar en Palermo
Un plato de la cevichería La Mar en Palermo.
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Un chef peruano pasea por un mercado de Buenos Aires, mientras otro mexicano prepara carnes asadas en José Ignacio. Con esa mezcla, Fernando Trocca logra transmitir el mensaje principal del último episodio de House of Chef : la cocina de América Latina está en su mejor momento.
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Entre los testimonios, aparece el gran pope Gastón Acurio. El cocinero peruano asegura que la región todavía no contó todas las historias que tenía que contar, y que por eso el futuro es más que tentador.
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La materia prima está en la primera plana, desde los frutos del Amazonas a las papas del norte de la Argentina, pasando por los tomates uruguayos. Los mayores exponentes de la gastronomía local festejan la posibilidad de compartir sus secretos y promover las recetas de la zona.
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Mauro Colagreco entre sus tomates.
La nota más emotiva del capítulo la da Mauro Colagreco, el chef argentino más premiado, que volvió este año al país para abrir un sueño: la hamburguesería Carne. Un paseo por los pastos que nutren sus ingredientes lo hace reflexionar sobre su historia.
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Revista Planeta Joy - 10 libros foodies para poner en el arbolito

10 libros foodies para poner en el arbolito

¿Se acerca Navidad y no sabés qué regalar? Planeta Joy te recomienda algunos de los mejores títulos de cocina publicados en 2016. Salí a buscarlos a cualquier librería del país.

Los libros siempre son un buen presente, y más aún si se tratan de publicaciones gastronómicas para un verdadero foodie. En esta nota, una lista que incluye títulos argentinos para todos los gustos: chefs consagrados, cocineros de redes sociales, recetas dulces, saladas, saludables y de cocktails. Mirá.

FRASCOS DE DOLLI IRIGOYEN ($499)Con la calidez y el pragmatismo que la llevaron a ser una de las cocineras más reconocidas del país, Dolli enseña a encerrar aromas y sabores para poder disfrutarlos en cualquier estación del año. Con prólogo de Osvaldo Gross, la chef comparte 100 recetas para preparar dulces, tragos, conservas y algo más. Imperdible. 
 
LA TORTA PERFECTA DE OSVALDO GROSS ($490) El maestro pastelero revela las claves y secretos para preparar pastelería como un verdadero profesional. La publicación incluye una introducción, en la que enseña sobre fórmulas y medidas, escalas de temperatura, equipamiento e ingredientes básicos a tener en cuenta para preparar las 130 recetas del libro que están divididas en ocho capítulos. Torta de ricotta, postre balcarce, red velvet cake, Bûches de Noël, Opera, torta Sacher, son algunas de las que se puede aprender a preparar con este libro.

COCINERO DE FERNANDO TROCCA ($660)En su primer libro, el chef relata los pasos que dio a lo largo de su vida y su extensa carrera en el país y en el exterior, desde lo que aprendió con su abuela durante la infancia, sus comienzos como cocinero profesional, sus restaurantes y su experiencia junto a grandes como Francis Mallmann y el Gato Dumas. Además, Trocca ofrece a los lectores alguna de sus recetas favoritas.

EL LIBRO DEL CAFÉ DE SABRINA CUCULIANSKY ($349)La periodista aborda a esta milenaria infusión desde distintos aspectos: desde el proceso productivo del café y la selección de granos, hasta las últimas tendencias del mundo cafetero, como los coffee trucks y el retorno al café filtrado. El libro es una verdadera guía de consulta para los amantes de esta bebida.

COCTELERÍA ARGENTINA: EL MAR DE TATO DE TATO GIOVANNONI ($499)En su primer libro, el bartender revela sus secretos: bebidas argentinas olvidadas, productos regionales y de estación, y combinaciones insólitas. En 248 páginas, Tato cuenta sobre su vida y alguna de sus recetas emblemáticas, como la del Negroni Balestrini, ahumado en parrilla con eucaliptos y con gotas del océano, y la del Garúa, un dry martini con blend de agua de San Telmo y granos de café.
TEGUI DE GERMÁN MARTITEGUI ($950)Parte del misterio de uno de los 10 mejores restaurantes de Latinoamerica según The 50 Best se revela en este libro, una edición de lujo de 580 páginas. El chef Germán Martitegui explica el paso a paso de los 96 platos que el restó sirve a lo largo de año en su menú de 8 pasos que cambia todos los meses.

FAST FOOD CONSCIENTE: RECETAS RÁPIDAS PARA UNA VIDA RELAJADA DE PABLITO MARTÍN ($485)Este libro del gurú de la alimentación viva y consciente de Argentina está dedicado a quienes quieren cambiar sus hábitos alimenticios pero piensan que no cuentan con el tiempo suficiente para hacerlo. La publicación está repleta de preparaciones para cocinar en menos de 30 minutos y está dividida en seis capítulos: verano, otoño, invierno, primavera, todo el año y mesa navideña, para cocinar con productos de estación e incorporar alimentos saludables.

COCINA DE MAR SARASANEGRO POR PATRICIO NEGRO Y FERNANDA SARASA ($590)Los autores cuentan su historia y la de su restaurante de Mar del Plata en un libro que incluye artículos que dessarrollan diferentes temáticas, como la pesca, la cocina del entorno, el mar, los vinos y el mercado. Además, la publicación cuenta con fichas técnicas de pescados y recetas del establecimiento para preparar en casa. 


SABORES QUE MATAN DE RAQUEL ROSEMBERG ($299)La reconocida periodista gastronómica realiza un análisis de la historia mundial a través de las elecciones de platos y bebidas de autores y detectives más populares de las novelas del género negro así como también de algunos de los mafiosos más legendarios. El libro es un compendio de artículos que Rosemberg escribió a lo largo de su carrera, incluyendo algunos publicados en Pistas, revista especializada en policiales que dirigía el periodista Enrique Sdrech, y recetas relacionadas con cada uno de ellos.

SIMPLE, RICO Y CASERO DE TEFI RUSSO ($399)La creadora del blog de recetas Inutiísimas salta de la web al papel con este libro que propone una cocina fácil, creativa y en la que está permitido equivocarse. La publicación incluye preparaciones para todos los gustos divididos en capítulos con nombres muy divertidos: “el lunes arranco”, “altos platos”, “cuchareando dulce y salado”, “chanchadas de fin de semana”, “chegusanes”, “minis de fiesta”, entre otros. 
Link a la nota: http://www.planetajoy.com/?10_libros_foodies_para_poner_en_el_arbolito_&page=ampliada&id=9274