Mujeres campeonas del asado: el control de la parrilla, el fuego que une y los hombres como espectadores en un pueblo cordobés
Marull es una comarca agrícola ganadera de 2 mil habitantes. Allí, hace ya 6 años, ocurre un acontecimiento único en el país: el Festival de Mujeres Asadoras. Crónica de un día especial, donde ellas compiten por el primer premio en la cocción de costillares, desplazan al hombre de su poder en la parrilla y hacen de la competencia un espacio sana rivalidad
Marisa Fierro es alta y viste boina rosa, botas de cuero marrón, delantal colorado y camisa blanca. Toma firmemente una pala ancha de palo largo y mueve las brasas de la leña. Con delicadeza las coloca alrededor de la parrilla, formando círculos: prefiere no ponerlas debajo de la carne para no arrebatarla.
El costillar de 17 kilos se cocina a fuego lento. Hace tres horas que lo encendió y a Marisa, de 42 años, le lloran los ojos por el humo. “Y es un poco de emoción, también. Es apasionante estar asando y encima estoy estrenando parrilla que me hicieron para esta ocasión”, dice con una sonrisa de dientes blanquísimos mientras se seca las lágrimas con un papel de cocina.
Marisa, oriunda de Marull, un pueblo agrícola ganadero a 170 kilómetros de Córdoba capital, fue la primera campeona de la Fiesta Nacional de Mujeres Asadoras, celebrado por primera vez en 2015. Ahora Marisa mira la hora: ha pasado el mediodía del primer domingo de noviembre y el cielo está nublado.
Horas después, el jurado le otorgará el trofeo del máximo premio: la Copa de Campeonas.
Marull es un pueblo tranquilo, de inmigrantes piamonteses y cercano a la laguna de Mar Chiquita, al noreste de Córdoba. Sin embargo, no es un pueblo más del interior profundo: allí, todos los años, se festeja la Fiesta Nacional de Mujeres Asadoras, un acontecimiento único en el país. Ésta es la sexta edición y 40 mujeres pugnan en una competencia dividida en dos: el Torneo Amateur, que reúne a 30 principiantes; y la Copa de Campeonas, donde 8 ex campeonas del Torneo Amateur se disputan el trofeo de oro.
Las mujeres no compiten solas: forman equipo en duplas, donde una es la fogonera y otra la asadora. Es decir: está quien se encarga de seleccionar la leña y agitar el fuego. Y, a su lado, la responsable máxima: la que decide cuándo sacudir las brasas, cuándo mover la carne; cuándo, en definitiva, sacar la cocción a tiempo.
Desde las ocho de la mañana, cuando las fogoneras comienzan a encender el fuego, y hasta la noche, cuando Peteco Carabajal cierra a pura chacarera después de los premios, más de 2 mil personas pasan por el predio municipal en una comarca que, a la vez, tiene la misma cantidad de habitantes.
Entre reposeras, una exposición de autos antiguos, espectáculos musicales, carpas, tablones al aire libre y una feria regional, los visitantes celebran el aire húmedo y que el sol no asome en el horizonte: en esta época, la temperatura puede alcanzar los 35 grados. Beben fernet, gaseosas, vino y cerveza y comen los 900 kilos de carne que se cocinan en un verdadero banquete al aire libre.
-¡La carne que tanto nos gusta, que nos llena de orgullo representando al país en el mundo entero! - dice un locutor por los parlantes del escenario principal.
Lo curioso de esta fiesta pagana en un pueblo religioso, devoto de la Virgen de la Asunción, es que todas las participantes son mujeres pero el jurado está integrado completamente por hombres. “Las mujeres siempre son parte del jurado, pero es una excepción por este año –aclara uno de los organizadores-. Lo que ocurrió es que organizamos la Copa de Campeonas y ahí se concentraron varias de las que iban a ser jurado. Pero el año próximo van a ser todas mujeres: la cuatro campeonas que participaron de la Copa y la ganadora de este año”.
El creador del certamen, Miguel “Charqui” Alvarado, opina en el mismo sentido. Y da su propio concepto. “La mujer asa mejor que el hombre, que mantiene una concepción machista y cree que es el dueño de la parrilla –dice, vestido de sombrero, bombacha de campo y cinturón gauchesco-. Pero no, lo que hemos comprobado es que el hombre prende el fuego, se arma la picada y se abre una botella, y después se limita a poner la carne. En esta competencia participan las mujeres campestres, que tienen una tradición ancestral en esto de criar los animales y cocinarlos. Y aparte la mujer es dedicada y más amorosa, tiene mayor atención en la preparación de la mesa, en la elaboración del fuego y en la cocción de la carne”.
La campeona Marisa Fierro ha representado a Marull en otras provincias, buscando expandir la idea de mujeres asadoras en los casi 50 certámenes de asadores que existen en todo el país. Pero, hasta el momento, la tradición es un hueso duro de roer.
“El protagonismo de las mujeres en los festivales ha crecido, y el de las asadoras de Marull cumplió seis años y es un faro en la región –cuenta, a la vez que se saca la boina y una melena rubia cae sobre sus hombros-. Pero en la gastronomía todavía los organizadores no abren el juego y las mujeres no se animan a participar. Sería genial que existan festivales mixtos, por ejemplo. Todo es cuestión de tiempo, porque cuando arrancamos nadie creía en esta idea y ahora nos expandimos en Córdoba y en varias provincias”.
Este año, por un temporal que azotó la zona, el festival se suspendió, cambió la fecha y por la reprogramación ahora no pudieron llegar mujeres de Salta y Entre Ríos, entre otras provincias. La mayoría de las participantes son de pueblos de Córdoba como Jesús María, Morteros, Agua de Oro Brinkmann y Altos de Chipión.
La que se animó a romper las barreras fue Fabiola Santucho. Hace unos meses se anotó en el Torneo de Asadores de Cabrito, que cumplió 10 años en Termas de Río Hondo, Santiago del Estero. Y, contra todo pronóstico, fue la ganadora. Fabiola llegó con su hermana a Marull, en su primera participación. Dice que aprendió a asar en el campo y hasta carneaba animales de pequeña, junto a sus hermanos y padres.
Es una constante en las mujeres que participan del festival: la mayoría se han criado en zonas rurales y son cocineras de familia. No aprendieron en ningún curso de chef ni con recetas de libros. Son mujeres que desplazan al hombre del protagonismo de la parrilla pero que, aún así, mantienen el ritual gauchesco: se visten de bombacha de campo, sombrero o boina, usan botas de cuero o alpargatas, muchas tienen colgantes con cruces, colocan banderas argentinas, ponchos y ruanas en sus puestos y, a la vez, tienen el palo para sacarse selfies y usan Instagram.
“Para la gente de la ciudad es raro ver a la mujer en una parrilla, pero en el campo es algo normal -cuenta Fabiola, a la vez que convida un patay casero, elaborado con el fruto del algarrobo-. Mi mamá asaba más que mi papá, y mi abuela también. Cuando gané en el del Cabrito algunos me miraban y no lo podían creer. Pero yo prendo fuego desde chica y mis hijos prefieren mi asado que el de los hombres de la casa”.
Fabiola participa del Torneo Amateur, una modalidad donde se permite cocinar a dos fuegos, no así en la Copa de Campeonas, donde la exigencia es mayor: sólo se posibilita un solo fuego y no usar ninguna chapa para tapar el humo.
El jurado, en efecto, evalúa varios ítems: la puesta en escena de la mesa, la preparación de la parrilla, la temperatura, la higiene, la elaboración de comidas anexas al costillar -hay quienes llevaron escabeches o fiambres, y otras prefirieron elaborar empanadas o verduras asadas al lado de la carne- y, por supuesto, la cocción definitiva de la carne.
“La mujer es resolutiva y puede estar en muchas actividades al mismo tiempo, es una maravilla. Ya me duelen los dientes de probar sus exquisiteces”, dice el chef cordobés Héber González, parte del jurado, que va caminando con su planilla en mano por los “corrales”, como se les llama a los espacios donde cada dupla cocina su costillar.
En el predio municipal, el pueblo participa del festival: el grupo de teatro se encarga del estacionamiento, los bomberos de proveer la leña, los del club Guido Spano de servir la comida.
A los hombres casi ni se les permite hacer la ensalada. Los que acompañan a sus esposas operan de asistentes logísticos: manejan el auto hasta Marull, ayudan a bajar las cosas, ceban mate. Y nada más. Allí están Daniel y Raúl, a metros de Norma Cravero y Marisel Fontanessi, que participan por segunda vez desde la localidad cordobesa de Morteros. “Hacemos de choferes y colaboramos un poco en el decorado -dice Daniel, y enseña un cartel tallado en madera que reza: “Loka’s x el asado”-. Pero ni siquiera podemos acercar la leña porque para eso está la fogonera. Ellas se encargan de todo, y nosotros encantados, porque la verdad les ponen pasión y les sale riquísimo”. Norma Cravero dice que el festival cambió su vida: de peluquera se convirtió en asadora casi profesional.
Las duplas de mujeres suelen estar compuestas por hermanas o amigas, van desde los 25 a los 60 años, desde novatas a experimentadas y tienen hinchada propia. “Estamos unidas por el fuego. Somos unas locas lindas”, ríe María, asadora de Morteros, que viste delantal con la leyenda “Las nuestras asadoras” y es integrante de “Mamas solidarias”, una ONG donde cocina para 90 niños y niñas.
Los primeros costillares, ante el aplauso cerrado del público, empiezan a salir cerca de la una de la tarde. “Ese pedazo se corta solo”, lanza un hombre desde el público, queriendo meter presión simpáticamente al jurado.
Y entonces llega el momento de la premiación. Sube al escenario la locutora Ivana Ferrucci y con el jurado presentan a las ganadoras. “El tema del género está cambiando el paradigma de la gastronomía”, suelta Alejandro Strumia, director de Promoción, Productos y Marketing del gobierno cordobés.
El primer premio del Torneo Amateur es para Alejandra Casas y Gisela Moreno, de Jesús María. “Nos gusta encontrar el punto justo, ni tan jugoso ni tan cocido. Mi mamá hacía asados para el dueño del campo donde trabajaba para comprar los útiles del colegio y nosotros la ayudábamos. Éramos muy humildes”, dice Alejandra, rebosante de alegría.
Minutos después, el “Charqui” Alvarado toma el micrófono y propone declarar a Marull como capital nacional de asadoras argentinas y felicita a las participantes. “Los hombres somos más competitivos que ustedes. Y como siempre, entre ustedes se ayudan, se abrazan, son generosas y nunca una cara de orto”, bromea.
-Y aquí seguimos, reunidos alrededor de la carne. Un producto que nos hermana, bien nuestro. ¡Y un gran aplauso a las mujeres asadoras! ¡Mujeres empoderadas si las hay! - grita el locutor, eufórico.
Cae la noche, entonces, en Marull y las brasas siguen ardiendo. La campeona de campeonas Marisa Fierro no para de abrazarse a sus familiares -tiene siete hermanos- y de abrazar el trofeo a la vez que Peteco Carabajal invita a la gente a bailar una zamba en el predio, que aún huele a carne chamuscada. Los perros callejeros pasan buscando un hueso en la oscuridad. La ganadora del máximo premio habla distendidamente con una participante.
-Antes de venir acá, no prendía más que el encendedor del cigarrillo - larga Valeria, fogonera de la localidad de Agua de Oro y ganadora del segundo puesto.
-No te preocupes. Acá una vez que le tomás el gustito, no parás -responde Marisa, y la despide con unas palmaditas en la espalda.