El Puentecito, mitos y curiosidades de la fonda de los arrabales que fue declarada Sitio de Interés Cultural
Está desde 1873 en Vieytes y Luján, una esquina a metros del Riachuelo que siempre estuvo vinculada a la comida.
Existe una esquina en Barracas que fue testigo de una parte de la historia de Buenos Aires: es la de Vieytes y Luján, a metros del viejo puente Pueyrredón. Cuando esta zona de la Ciudad era la periferia, las afueras, allí existía una pulpería. Era el 1750 y este sitio convocaba a gauchos y viajantes que recorrían el país en carretas y caballos. De alguna manera u otra, esta esquina siguió siempre vinculada a la comida, a las bebidas, al fenómeno de juntarse, de compartir. Más de 200 años atrás, en torno a un fogón en el que se cocinaba a leña mientras las bebidas se enfriaban en un pozo; hoy en forma de la mejor paella y las más deliciosas tortillas y rabas porteñas.
En esta esquina histórica, desde 1873 está El Puentecito. Un tradicional restaurante porteño que antes fue pulpería y más adelante despacho de bebidas, almacén y fonda.
En la esquina de Vieytes y Luján hubo actividades vinculadas con la comida desde 1750. El Puentecito abrió en 1873. Foto: Rolando Andrade
A este restaurante lo separan sólo 100 metros del Riachuelo, del Viejo Puente Pueyrredón y de Avellaneda. De día, la zona tienen un movimiento febril; de autos y camiones que usan el puente como alternativa al otro Pueyrredón; de colectivos de la línea 12, que tiene allí su cabecera; y de los vehículos que vienen surcando los bordes de este tramo serpenteante del Riachuelo. Aunque fue una zona de fábricas, hoy está dominada por depósitos y viviendas. Y forma parte del área que se conoce como Distrito de Diseño.
El Puentecito conserva su estilo de bodegón. Foto: Rolando Andrade
Para muchos hinchas de Independiente y de Racing, es paso obligado: antes o después de un partido, en las mesas de El Puentecito siempre se ve una camiseta roja o una albiceleste. Y aunque ya no más, hubo una época en que permanecía abierto las 24 horas. Cuenta la leyenda que aquí se rompió un récord Guinness, el de un cliente que se pasó más de 30 horas picando algo, desayunando, almorzando y cenando en continuado.
En algún momento de su larga existencia, El Puentecito también fue hotel. Y en 1912, desde uno de sus balcones Hipólito Yrigoyen dio el afamado discurso con el que lanzó su candidatura a presidente. El lugar también fue usado como tribuna por el dirigente socialista Alfredo Palacios.
Fernando Hermida, uno de los seis dueños. Foto: Rolando Andrade
Un poco por estas historias y por todos los hombres y mujeres de la cultura que transitaron por este restaurante, "El Puentecito" fue declarado por la Legislatura porteña como "Sitio de Interés Cultural de la Ciudad de Buenos Aires".
Por estos días, los legisladores que alentaron esta declaración -Eduardo Santamarina, Omar Ahmed Abboud, Héctor Apreda y Carolina Estebarena (de Vamos Juntos)- deberían colocar una placa que se lucirá en sus paredes junto a algunas fotos históricas, como la del ex presidente Raúl Alfonsín
Raúl Alfonsín era habitué. Foto: Rolando Andrade
En la actualidad, el restaurante es propiedad de seis socios, pero llegó a ser comandado por 12 personas, todos trabajadores del lugar. Desde hace un tiempo, tiene uno de los museos más curiosos de la Ciudad: una representación algo bizarra de unos gauchos tomando mate junto a un fogón y todo tipo de objetos antiguos. Muchos de los objetos se usaron aquí mismo, como balanzas de alimentos, sifones de vidrio, sillas, latas de alimentos e instrumentos musicales. Hay también un aljibe y las cocinas económicas que se usaban a leña.
Hermida muestra el museo que reúne desde ruedas de carreta hasta las antiguas cocinas económicas a leña. Foto: Rolando Andrade
Uno de los dueños, y actual gerente, es Fernando Hermida. Su infancia estuvo signada por este lugar. Aquí venía a ver a su padre, a jugar y más de una vez, a ayudar. "En 2006 tomé la posta. Mi viejo, muy enfermo, me dijo: 'Mañana me muero. Y quiero que pasado mañana vayas a trabajar al restaurante'. Y así fue. Él se encargaba de organizar la cocina. A mí me gustaría hacer lo que hacía él, pero estoy en la caja. En la cocina trabaja una persona que lo hace de manera maravillosa, así que yo me quedo donde estoy", le contó a Clarín.
Un día antes de morir, el "Gallego" Hermida le pidió a su hijo Fernando que tomara la posta en el restaurante.
Hermida no se queja de la intensidad que demanda el trabajo en un restaurante y de sus largas jornadas. "Disfruto cuando la gente se va contenta, es cuando mayor placer siento", dice este hombre amable y charlador. Sale por el salón a saludar a los parroquianos, a los turistas y a los vecinos que vienen a descubrir esta histórica esquina quefesteja su aniversario todos los 20 de noviembre.
La carta siempre es amplia y surtida. ¿Qué elegir? ¿Cuál es el plato preferido de don Hermida? "Acá lo número uno son los mariscos y la paella. Pero no hay que irse sin probar conejo, ranas -ya se sirven en pocos restaurantes- y otra curiosidad, caracoles a la bordalesa. Aquí los hacemos salteados con tomate, ajo y panceta. Y un clásico: la famosa tira de asado de 1,10 metros que está cortada a dos dedos del costillar y viene con la tapa. Como entrada, para todo, las rabas, otro clásico nuestro", sentencia. Como la declaración de "Sitio de Interés Cultural de la Ciudad".
Nadie que vaya a El Puentecito puede dejar de probar sus rabas. Foto: Rolando Andrade
Es que, así como votó la declaración de Sitio de Interés Cultural de la Ciudad, la Legislatura porteña ahora debería aprobar otra ley que disponga: "No se puede pasar por El Puentecito sin probar las rabas acompañadas por una cerveza bien fría".