Pulperías en el tercer milenio: refugios vivos de la historia gaucha
Casi intactos, o convertidos en restaurantes de campo, en muchos pueblos y caminos rurales los almacenes de ramos generales resisten el paso del tiempo e invitan a un nostálgico viaje al pasado.
“Pasamos la noche en una pulpería o tienda de bebidas. Un gran número de gauchos acude allí por la noche a beber licores espirituosos y a fumar. Su apariencia es chocante. Son por lo regular altos y guapos, pero tienen impresos en su rostro todos los signos de su altivez y del desenfreno; usan a menudo el bigote y el pelo muy largos y éste formando bucles sobre la espalda (...) Son en extremo corteses; nunca beben una cosa sin invitaros a que los acompañéis; pero tanto que os hacen un gracioso saludo, puede decirse que se hallan dispuestos a acuchillaros si se presenta la ocasión”
Esta descripción tiene casi 190 años (es de 1833) y su autor es Charles Darwin, ilustre visitante de una pulpería de la zona de Minas, en Uruguay, pero que bien podría haber sucedido en cualquier cruce de caminos en la interminable llanura pampeana.
Aunque el origen de estos boliches se pierde en los pliegues del tiempo, se sabe que hunden sus raíces en los inicios de la época colonial: una de las primeras pulperías fue inaugurada en 1580 por Ana Díaz, una mujer que acompañó a Juan de Garay en la segunda fundación de Buenos Aires, cuenta el historiador Felipe Pigna. Y se registra que, en el 1600, el Cabildo porteño impuso una multa de 8 pesos a un pulpero por vender vino a indios y negros.
Nadie retrató mejor escenas típicas de almacenes rurales que el artista Florencio Molina Campos.
Lo cierto es que, en las interminables extensiones pampeanas, las pulperías comenzaron a surgir en ubicaciones estratégicas; sobre todo cerca de algunos caseríos que luego se transformarían en pueblos y de campos que comenzaban a ser explotados para agricultura y ganadería, y especialmente a orillas de rutas transitadas -como el Camino Real, que iba de Buenos Aires a Lima pasando por el Alto Perú, hoy Bolivia- y en cruces de caminos rurales.
En esos boliches se detenían las carretas, se les daba comida y descanso a los caballos, y un trago y una comida básica -acaso una cama- a los viajantes. Luego muchas comenzaron a recibir el correo, e ir a buscar la correspondencia se transformó en una excusa para reunirse. Muchos gauchos que podían pasar días o semanas sin hablar se descargaban en la pulpería: charla con uno, comentarios con otro, y para esa charla los tragos se hacían imperiosos. Las pulperías pasaron a ser algo así como “el bar” de cada zona -“del barrio” dicen en el campo, aunque no se vean casas vecinas-, un lugar que los gauchos comenzaron a visitar cada vez más asiduamente y por más tiempo.
El pool, en general, reemplazó a las bochas como entretenimiento típico en los almacenes de campo. Los juegos de cartas, como truco o mus, se mantienen vigentes.
Y ginebra va, caña viene, algunos “olvidaban” seguir trabajando, y por ello los estancieros impulsaron una ley que, en la primera mitad del siglo XIX, prohibió la venta de bebidas alcohólicas en estas tabernas. Golpe mortal para varias, y oportunidad de reciclarse para otras: la mayoría se transformó en “almacén de ramos generales”, y pasó a vender todo lo que el hombre de campo podía necesitar.
Se convirtieron así en los primeros “supermercados” del campo, donde los paisanos encontraban desde bebidas alcohólicas fuertes, como caña y ginebra, hasta vinos en damajuana, tabaco, yerba, azúcar, arroz, pan, grasa, leña, jabón de sebo, artículos de ferretería, armas, telas, ropa y otros productos de vestir, además de lumbre y combustible, vajilla y cuchillos, aperos agrícolas y de montar, papel y hasta productos de farmacia y pólvora. Muchos productos llegaban desde Cuyo, Santiago del Estero, el Litoral o Tucumán; otros, desde Europa. Se transportaban a destino en carretas, que muchas veces viajaban en tropas -varias juntas- para hacer más ameno y seguro el viaje.
Las pulperías, luego almacenes de ramos generales, fueron siempre punto de encuentro y centro de reunión social de los habitantes y trabajadores del campo.
Y las pulperías, transformadas en almacenes, no perdieron su rol de punto de encuentro y centro de reunión social. Allí continuaron juntándose los paisanos a jugar a las cartas o a la taba, a charlar; a beber y, a medida que la noche avanzaba, a saldar diferencias a cuchilladas. Especialmente para esos casos se instalaron las altas rejas tras las cuales se protegía el pulpero, y que hasta hoy -aunque no queden ya muchas originales- son una de sus marcas registradas.
Mucho más que un bar
En muchos almacenes surgieron pistas de baile -en general, no más que un terreno apisonado a un costado del edificio- en las que se organizaban grandes bailongos con orquestas en vivo, y otros tuvieron incluso pequeños teatros rurales, como “El Torito”, cerca de Baradero, pulpería famosa en su época por su ubicación, sobre el Camino Real.
¿Cuántas pulperías llegó a haber en la Argentina? Es difícil saberlo porque no existen estadísticas certeras. Y aunque en el siglo XIX en la provincia de Buenos Aires fueron censadas 350, se estima que en 1810 había al menos 500, a las que se sumaban otras en provincias como Santa Fe, San Luis, Córdoba o La Pampa. Pero la gran mayoría se concentró en la provincia de Buenos Aires, que es donde más, y en mejor estado, pueden encontrarse actualmente.
Antiguas cajas registradoras, balanzas, relojes de otros tiempos, asó como fonógrafos, botellas o latas de venta a granel. Los almacenes invitan a viajar a nuestros recuerdos (Javier Picerno / Editorial Planeta).
Algunas trabajan como entonces; otras se convirtieron en restaurantes que abren una puerta al pasado entre almanaques de Molina Campos, viejas botellas cubiertas de polvo de aperitivo Lusera, Amargo Obrero o caña Piragua, sifones de vidrio, botellas cerámicas de ginebra, faroles a kerosene, antiguos tarros de metal para la leche, latas de galletitas para venta a granel, viejos fonógrafos, una balanza probablemente marca El Progreso, faroles a gas o una radio a transistores.
En muchos pueblos y caminos rurales, las pulperías resisten el paso del tiempo y cuentan su historia, que en buena medida es también la de un país, de una región. Aquí, solo una pequeña muestra de lo que puede verse cerca de la ciudad de Buenos Aires, si la idea es abrir la tranquera y entrar al pasado.
Se estima que Los Ombúes es la pulpería más antigua en funcionamiento en la provincia (foto: Rafael Mario Quinteros)
Los Ombúes, Exaltación de la Cruz
“El mejor boliche de la provincia de Buenos Aires”, me dice sin dudar Nacho Sautón al salir del edificio pintado de celeste y blanco y precedido por dos añosos ombúes. Nacho tiene un campo por la zona y viene “varias veces por semana, a veces a caballo y con mis hijos” a este almacén que, se estima, tiene unos 220 años, y nunca cerró sus puertas. “Se cree que es la pulpería más antigua en funcionamiento en la provincia”, dice Elsa Inzaugarat apenas comenzamos a charlar, acodados en el viejo mostrador de estaño y rejas de por medio (es uno de los pocos boliches que conservan la reja original).
Elsa Inzaugarat, tercera generación familiar y 28 años al frente del almacén (foto: Rafael Mario Quinteros)
Elsa es la heredera de una familia con casi 115 años en el lugar: “El negocio lo compró mi abuelo en 1905; cuando falleció siguió mi abuela, y en 1952 pasó a manos de mi padre y sus dos hermanos; los tres atendían acá”, cuenta mientras atiende a padres y madres que pasan con sus hijos, que acaban de salir de una escuela cercana.
“Nací acá en 1955, acá me crié y me hice cargo del negocio hace 28 años”, agrega Elsa, que abre religiosamente las puertas todos los días a las 8.30 y cierra a las 12.30, para reabrir desde las 17 “hasta las 9 o 10 de la noche, depende del día”. Pasan algunos turistas y ciclistas en grupo, pero sobre todo gente del campo; dueños, encargados o empleados que buscan bebidas, fiambres, carne y productos de almacén. “Vendemos de todo, y si algo no está a la vista, se pregunta y se consigue”, dicen aquí.
El día de más trabajo, cuenta Elsa, es el jueves, porque al atardecer viene mucha gente a jugar al fútbol, al pool o al truco. “Como en las pulperías de antes”, dice. Y, como en las pulperías de antes, se vende caña Ombú y ginebra Bols y Llave. “Pero lo que más se vende ahora es Coca con fernet y cerveza, han cambiado los tiempos”.
Los dos viejos ombúes y la pulpería, en medio de la llanura (foto: Rafael Mario Quinteros).
Y también los entretenimientos: “Antes se jugaba mucho a las bochas, pero a los jóvenes ya no les gusta; los chicos de 15 o 16 años no saben qué es; ahora juegan mucho al pool”, recuerda Elsa mientras entran al boliche dos visitantes. Uno es don Luis, que vive en un campo cercano y viene a Los Ombúes “desde hace 40 años”.
Se sienta en un costado del mostrador y pide una cerveza. “A Elsa la conozco de chiquita, de cuando el boliche lo atendían el padre, la madre y los tíos. Yo siempre trabajé en el campo y conozco la pulpería desde el tiempo en que no había luz, era todo con faroles. Todos los días después del trabajo veníamos a pasar el rato, conversar, jugar al truco o a las bochas”.
Alberto González y don Luis, dos parroquianos acodados tras las rejas, en al antiguo mostrador de estaño de Los Ombúes (foto: Rafael Mario Quinteros).
En la otra punta del mostrador, Alberto González cuenta que llegó hace poco a la zona a trabajar en un barrio parque cercano. “Este es el supermercado, la farmacia, la carnicería de la zona; todo lo que uno necesita está acá; además, nos distraemos un poco. Venimos a comer seguido; dos veces a la semana seguro”. ¿Qué se puede comer en Los Ombúes? Picadas, sándwiches -el de crudo y queso es el “superclásico” y empanadas caseras fritas o al horno, “como las pidan”, anuncia Elsa.
La pulperia Los Ombúes, se estima, tiene unos 220 años (foto: Rafael Mario QuinterosI
Cómo llegar: a 112 km de Buenos Aires por Panamericana-ruta 9 hasta Zárate, luego ruta 193 hasta Chenaut. De allí son 5,8 km hacia el oeste por el camino a Gdor. Andonaegui (pavimentado).
El Boliche de Bessonart, la esquina más famosa de Areco (Viajes)
El Boliche de Bessonart, San Antonio de Areco
“El edificio tiene unos 200 años según la escritura, y hace más de 100 que es boliche y almacén” cuenta Augusto Bessonart en una de las mesas de la que es, quizás, la esquina más famosa de Areco. La familia Bessonart -de origen vasco francés-, está a cargo de este boliche desde hace 70 años. “Empezó mi abuelo, alquilando; él vivía en un campo cercano y vendía productos en el pueblo con un carro. Cuando falleció, se hizo cargo mi padre, que compró el lugar junto con sus hermanos”, cuenta el heredero de la tradición.
Augusto Bessonart llevó adelante un importante arreglo de la estructura del edificio para poder reabrir el boliche en el que se criaron él y su padre (Viajes)
Bessonart estuvo cerrado cuatro años y hace 12 reabrió, de la mano de Augusto. Para hacerlo, hubo que arreglar toda la estructura, porque la parte de arriba del edificio se inclinó -alguien lo bautizó “la Torre de Pisa de Areco”- y se hablaba de demolerlo. Pero él encaró los titánicos trabajos: se hicieron columnas y vigas de hormigón, se desarmó y alivianó el techo, entre otras tareas.
“Fue un trabajo importante, aunque no se nota porque las columnas y vigas quedaron escondidas”, dice Augusto, que también debió cambiar el piso original y los mostradores, reemplazados por materiales y muebles de época. Y para adaptarlo a los nuevos tiempos, amplió el bar: antes la mayor parte del edificio lo ocupaba el almacén de ramos generales; hoy es un bar de punta a punta, que abre de jueves a domingos, y feriados, de 17.30 “hasta que cerramos”. Y sábados y domingos, desde las 11 am.
“Yo me crié acá adentro y también mi papá, porque ellos vinieron del campo cuando él tenía 11 años y vivían en el boliche. De chiquito yo venía a jugar y ayudar, y cuando mi papá falleció, tomé su lugar en la sociedad, trabajando en despacho al público. Vendíamos de todo, desde comestibles hasta alpargatas. Y para reabrir decoré con cosas que fui encontrando en el depósito”.
Bessonart ofrece picadas y empanadas, y organiza clases de cocina con la chef Paula Méndez Carreras, que vive en Areco. Y una curiosidad: aquí se toma fernet, claro, pero no con la bebida tradicional sino con Pepsi, y se prepara de un modo especial (ver video). “Es la bebida que más vendemos”, sentencia Augusto, y muestra una foto de la Semana de la Tradición, en noviembre, cuando muchos gauchos dejan sus caballos en la puerta y se acercan a tomar un trago.
De tertulia en el Boliche de Bessonart (Viajes).
Entre una colección de vasos “robadores” -“una engañija que hacían en aquellos tiempos”- y los estantes de la esquina tapizados de viejas botellas de Amargo Obrero, Ferroquina Bisleri o Hesperidina, Augusto destaca una de las heladeras originales, con sus grandes puertas de madera, que “no tiene marca y está en el negocio desde que tengo uso de razón”, y una antigua balanza de platos, con sus pesas y todo, que rescató de su cajón original, sin uso. “¿No está un poco escondida ahí?, pregunto. “Es para que la gente mire y la descubra; si la pusiera a la vista, nadie le daría importancia”, contesta. Búsquela cuando vaya.
Cómo llegar: a 117 km de Buenos Aires por Panamericana ruta 8. El boliche está en la esquina de Zapiola y Segundo Sombra, a una cuadra de la plaza principal.
Inconfundible. La Pulpería de Cacho Di Catarina es la esquina más famosa de Mercedes (foto: Constanza Niscovolos).
La Pulpería de Cacho Di Catarina, Mercedes
El edificio es de 1830, según el fichado de la municipalidad. Y se cree que podría haber sido un paraje de descanso de carretas y viajeros. Pero no es eso lo que hizo más famoso a este boliche a orillas del río Luján, sino quien estuvo a su cargo por tantos años: Cacho Di Catarina, “el último pulpero”.
“Nuestra familia llegó en 1910 con mi bisabuelo, Salvador Pérez Méndez; yo pertenezco a la cuarta generación y soy semillero de la quinta. Mi abuelo falleció en 1959 y entonces tomó la posta mi abuela, con ayuda de mi tío Cacho, que entonces tenía 18 años”, cuenta Fernanda Pozzi, a cargo de este tradicional boliche junto con sus hermanas Paola y Patricia, todas lideradas por su su tía, Aída.
Fernanda Pozzi, sobrina de Cacho Di Catarina, está a cargo de la pulpería junto a sus hermanas y su tía Aída, hermana del famoso pulpero (foto: Constanza Niscovolos).
“La pulpería está tal cual la dejó Cacho, y vienen muchas familias, incluso de Buenos Aires y del exterior, a ver cómo era un boliche en 1830, porque el lugar es auténtico y está intacto”, se enorgullece Fernanda. Y siguen viniendo paisanos de los tiempos de Cacho.
¿Por qué era tan famoso y querido don Di Catarina? “Era muy carismático y generoso, te daba lo que no tenía. Fue DT del equipo de fútbol de los abogados de Mercedes y era un adelantado, porque organizó el primer torneo de fútbol femenino ¡en 1979! Se sentaba ahí -dice Fernanda señalando un punto en el viejo salón- con la Volcán, la estufa de velas, vestido de gaucho, y esperaba a la gente. Él nació en el boliche y no se movía ni cuando subía el agua, y eso que no sabía nadar”, cuenta, y recuerda la gran inundación de 2015, que los obligó a cerrar un largo tiempo, hasta volver a poner el lugar en condiciones.
Afortunadamente no se dañó el “rincón de las botellas antiguas”, una esquina de añosas estanterías repleta de botellas cubiertas de polvo que pertenecieron al abuelo de Cacho y no se tocan desde hace 100 años. Otro tesoro es la orden de captura de Juan Moreira, de 1868, y su certificado de defunción.
El lugar -declarado “de interés general” y “Monumento Histórico”- conserva intacta su fachada, con el palenque para atar los caballos y las anchas paredes de ladrillo, y exhibe el afiche del film Don Segundo Sombra firmado por los actores, con la imagen de la pulpería y Cacho como actor debutante.
"Vienen muchas familias a ver cómo era un boliche en 1830, porque el lugar es auténtico y está intacto", destaca Fernanda Pozzi (foto: Constanza Niscovolos).
Abre de jueves a domingos y feriados, de 11 a 20; en verano cierra más tarde y suma peñas a cielo abierto. En invierno el menú es de comidas de olla: guiso carrero, guiso de lentejas, pastel de papas, puchero, y en octubre comienza el asado criollo. Y todo el año, las clásicas “empanadas de Cacho, con las recetas de mi abuela Figenia”, dice Fernanda. También son imperdibles las picadas con salame quintero, típico de Mercedes, queso regional y bondiola. Y los fines de semana se puede comprar pan de campo, tortas fritas, quesos y salames quinteros, todo caserito.
Empanadas caseras y picada con salame quintero de Mercedes, clásicos de la Pulpería de Cacho (foto: Constanza Niscovolos).
Para agendar: sábado 21 y domingo 22 de septiembre será la fiesta de la pulpería. El sábado a la noche habrá fogones, música y tradición. Y el domingo, de 11 a 16, menú tradicional: empanadas, picada con salame quintero, comida de olla y carnes asadas. ¿Se la va a perder?
Cómo llegar: a 107 km de Buenos Aires por Acceso Oeste y Autopista Luján-Bragado (ruta 5).
Plano del "Corredor de los Almacenes" en La Paz, Roque Pérez (foto: Rafael Mario Quinteros)
El Corredor de los Almacenes, Roque Pérez
Es más que interesante la propuesta que armó Roque Pérez en los últimos años. Partiendo de revalorizar una serie de antiguos almacenes de campo, creó “la Noche de los Almacenes”, que el primer sábado de enero convoca a miles de personas -este año fueron más de 25.000- con comidas y música al aire libre, en una serie de antiguos almacenes de los parajes La Paz, La Paz Chica y Forastieri, además del pueblo de Carlos Beguerie.
Y ahora, poco a poco, se va intentando que estos viejos boliches abran todos los fines de semana con propuestas diversas, en algo así como “el corredor de los almacenes”. Veamos.
El Almacén La Paz, fundado en 1859, fue "toda una potencia" en su época. Funcionó como tal hasta hace un año y ahora proyectan convertirlo en museo (foto: Rafael Mario Quinteros).
A 6 km de Roque Pérez, cruzando la 205, el paraje La Paz aguarda con el Almacén de Ramos Generales La Paz, fundado en 1859. Una maravilla con pisos y muebles originales, antiguas estanterías, cajones, balanza y bomba de agua que son testigos de una historia única.
“El almacén es de 1859 y mi abuelo Justo Gómez, que llegó de España con 13 años, lo alquiló junto con mi abuela, en la década de 1930. Desde entonces quedó para la familia”, cuenta Julián Gómez, que nació aquí hace 35 años. “Toda mi vida transcurrió en este almacén, que funcionó hasta hace un año, en el último tiempo a cargo de mi tía Chola, una hermana de mi papá que tenía 94 años y seguía abriendo todos los días”, recuerda Julián.
Julián Gómez en el salón principal del negocio que perteneció a su abuelo y a su padre (foto: Rafael Mario Quinteros)
Almacén, cantina, farmacia, carnicería, peluquería, oficina postal, despacho de combustible... el almacén “era una potencia en la zona, porque entre Lobos y Saladillo no había otro; todavía no estaba fundado el pueblo de Roque Pérez y este era un paso obligado. Además, en la zona eran todas chacras chicas; la gente entregaba el cereal aquí y retiraba mercadería, y una vez por año se hacía un balance de cada uno, para ver si le quedaba plata a favor o debía”, recuerda.
Almacén de Ramos Generales La Paz, Roque Pérez (foto: Rafael Mario Quinteros)
Pasando el salón principal está la tienda que vendía desde herramientas hasta sulkys, armas, máquinas de escribir o zapatos, y pasando otra puerta, el escritorio donde se llevaba la parte contable, con sus muebles originales. “Acá trabajaba mi abuelo”, se emociona Julián. Y cuenta que la idea es transformar el lugar en un museo, más allá de abrir para eventos programados. Hoy se puede visitar los fines de semana, avisando previamente para coordinar con él.
En uno de los estantes se luce la fotocopia de un papel escrito a mano: es el permiso firmado por Juan Manuel de Rosas en 1832 autorizando el funcionamiento de una pulpería, en un viejo edificio de adobe que está justo detrás del almacén. Aunque la construcción está deteriorada y no se puede ingresar, es una joya: una pulpería de aquellas, con las pequeñas ventanitas con rejas a través de las cuales se despachaba la mercadería.
Siguiendo por el mismo camino rural, a 6 km está La Paz Chica, y el almacén al que todos siguen llamando “Lo de Nelly”, por su histórica dueña, que mudó el almacén de su ubicación original, en la casa de al lado (al otro lado estaba la carnicería de su padre). Entre la carnicería y el almacén, los hombres se juntaban a jugar a las bochas. Ahora lo alquila Marcela, una ex empleada de Nelly, y abre los domingos con picadas, empanadas, asado.
Cine Club Colón, un cine en pleno campo (Viajes)
Pegadito a Lo de Nelly sorprende el Cine Club Colón, que no es una pulpería pero sí es un imperdible en este “Corredor de los Almacenes”. El único cine rural en funcionamiento de la provincia fue impulsado por Jerónimo Coltrinari, un inmigrante italiano que construyó un cine en el paraje La Paz Chica, que fue recuperado por el municipio y hoy se puede recorrer para conocer su historia marcada por las películas, la música, la cultura italiana y famosos bailes, que hicieron del cine un sitio social emblemático. Los fines de semana, emprendedoras locales ofrecen pan casero, tartas y tortas, dulces e infusiones.
El municipio recuperó el Cine Club, que se puede visitar los fines de semana y donde se proyectan películas y se presentan obras de teatro (Viajes)
Y unos metros más adelante, otro imperdible: el almacén San Francisco, en una construcción de adobe de 1933 con su mobiliario original y una colección de latas, sifones y aceites en botellón de vidrio. El San Francisco tuvo históricamente una gran impronta social, deportiva y política, de la mano de la familia Ruzzi, dueña del lugar desde siempre.
Almacén San Francisco, en Roque Pérez (foto: Rafael Mario Quinteros)
Hoy alquilado por Samantaha Krause junto a su pareja, Martín, y sus suegros, “el Sanfra”, como le dice, abre todos domingos a mediodía, y en verano también los sábados a la noche y fines de semana largos. “En el menú buscamos representar la producción local, que se basa en cerdo y zapallo, y lo que se consume en las casas de familia de Roque Pérez, además de la influencia de la comunidad italiana de La Paz Chica”, dice Samantha.
Una picada previa al almuerzo en el San Francisco (foto: Rafael Mario Quinteros)
“Vendemos dulce de zapallo que hace la vecina en su cocina a leña; chacinados de la zona hechos con recetas caseras y pastas que amasa otra vecina en su casa. Y uno de nuestros grandes clásicos es el locro del 25 de mayo, con buenas proporciones de panceta y chorizo colorado”. También hay empanadas, bruschetas, ravioles, cortes de carne, el original sándwich de huevo frito y menú para chicos.
De alguna manera, Samantha busca respetar el funcionamiento original, porque el San Francisco comenzó hace 86 años como un proyecto colectivo: “Los vecinos alentaron al dueño del lugar y lo ayudaron, porque La Paz les quedaba lejos, sobre todo en invierno. En su momento paraban 60, 70 hombres a charlar. Cerró en 2003 y se recuperó con la Noche de los Almacenes, en 2013”.
En el almacén funcionaba el Club Social y Sportivo San Francisco, se jugaba mucho a las bochas y recibió a numerosos circos, como el famoso de los hermanos Podestá, con la obra de Juan Moreira. “Dice la historia que tuvo que intervenir la policía porque le querían pegar al actor que mataba a Moreira en la obra”, cuenta Samantha.
La Querencia, un almacén bien de campo en paraje Forastieri, Roque Pérez (foto: Rafael Mario Quinteros)
El recorrido “por este lado” de la 205 bien puede terminar -o comenzar- en el almacén La Querencia, en el paraje Forastieri. Son las instalaciones de un antiguo club y lo muestra en sus paredes decoradas con imágenes del campeonato obtenido en 1956, en un edificio que antes de almacén fue escuela.
Gisela Ponchione y Carlos Rodríguez, junto a sus hijos, están hoy a cargo del lugar, que recibe a menudo a “amigos de la casa” y gauchos de los campos vecinos que llegan a tomar una copa y charlar. La larga mesa en la que se comparte se llena los viernes a la noche, cuando Gisela tienta con alguna de sus especialidades, como canelones caseros.
Una típica escena diaria en La Querencia, que los viernes a la noche ofrece platos caseros (foto: Rafael Mario Quinteros)
Antes había mucha más gente viviendo en los parajes y campos de la zona, y el club, además de cancha de fútbol, tenía también una de bochas, pero no está en condiciones. Hoy más que nada se juega a las cartas”.
Cómo llegar: el paraje La Paz está a 137 km de Buenos Aires por autopistas Ricchieri y Ezeiza Cañuelas y ruta 205. Tres km después del ingreso a Roque Pérez, salir a la derecha por camino de tierra. Por ese mismo camino, 6 km más adelante, está La Paz Chica. El paraje Forastieri está cerca, cruzando la ruta provincial 30.
Almacén La Querencia, paraje Forastieri, Roque Pérez (foto: Rafael Mario Quinteros)
Otros imperdibles de la provincia de Buenos Aires
Almacén de Rolo, Escalada (Zárate)
Con más de 140 años, integra el casco histórico del pueblo, y cuando “Rolo” era el propietario, además de almacén de ramos generales funcionó también como barbería. Mesas, mostrador de madera, salamandra, cancha de bochas y palenque son cómplices para una grapa o un vino con soda. Picadas, tragos y asado criollo los jueves a la noche y los domingos a mediodía.
El Torito, de 1880, con un sorprendente teatro rural.
El Torito, paraje El Torito (Baradero)
Construido en 1880 y ubicado a la vera del antiguo Camino Real, fue declarado “de Interés Turístico Provincial” por su valor arquitectónico y cultural. Su valor estético reside en su original construcción en forma de capilla, con ladrillos de adobe y pisos de pinotea, y alta, para que se viera desde lejos. Su teatro rural para 500 espectadores es único en la zona, y en sus épocas, el Club Atlético Social y Deportivo El Torito que organizaba grandes bailes en Navidad y Año Nuevo.
Los Principios, San Antonio de Areco
Fundado en 1918, este tradicional almacén es atendido por Francisco -don Beco- Fernández, quien lo conserva casi como al inicio, con objetos originales como el mostrador de madera, balanzas antiguas y publicidades de época. Una vieja esquina que solía recibir a los gauchos que entraban por el “Puente Viejo” o el “Puente del Medio”, y que tuvo como clientes a personalidades de Areco.
La Blanqueada, un museo en el edificio original de una pulpería.
Museo La Blanqueada, San Antonio de Areco
Declarada Monumento Histórico Nacional, se ubica en el local de la que fue una auténtica pulpería, la que menciona Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra, y recrea escenas de época con muebles y gauchos con vestimentas típicas. Hay una tahona -antigua moledora para fabricar harina de maíz-, una carreta de campaña y un “galpón y cuarto de sogas”.
Beladrich, Paraje Beladrich (San Pedro)
Un descanso en el antiguo Camino Real, que en 1840 el general Lavalle utilizó para llegar con parte se sus tropas al Fortín Areco. Allí nació una pulpería, que se habría llamado “Chispería” y que luego Andrés Beladrich trasladó al partido de San Pedro. En 1924 se fundó el club “El Universal”, famoso por sus bailes y sus obras teatrales. Una vieja reja reformada recuerda los antiguos juegos de taba, bochas, naipes o alguna cuadrera, paso previo a pedir una copa en el mostrador de estaño.
Casa Gallo, Cucullú (San Andrés de Giles)
La historia de Rodolfo “Fito” Gallo con el Almacén Bar Casa Gallo viene de toda su vida, porque fue Jorge Gallo, hermano de su tatarabuelo, quien lo fundó en 1880. En más de 100 años, el almacén fue un lugar emblemático en la comunidad, y luego de un tiempo cerrado, este año Fito lo reabrió, luego de una restauración que buscó mantener la estética original, reciclando todo lo que se pudo y sumando muebles de época.
El Recreo abrió en 1882 en Chivilcoy.
El Recreo, Chivilcoy
Abrió en 1882 como almacén de ramos generales con despacho de bebidas, y además de centro de partidas de cartas, bochas y sapo, contaba con uno de los primeros teléfonos de la zona. Tenía corrales, galpones-matera, asadores y sitio para que pasaran la noche los reseros. Y un gramófono en la casa vecina permitía las “tertulias musicales” al reparo de los paraísos. Conocido como “el boliche de los Rossi”, hoy es un museo que recuerda a aquella familia y a todos los bolicheros.
Isla Soledad, La Delfina (Gral. Viamonte)
Un paraje de apenas 20 habitantes, muy pocas casas y un viejo almacén atendido por Raúl Aro y su esposa, María del Carmen Más. Aro fue un hombre de mar, y por eso el interior de la pulpería sorprende con su museo de artículos navales, desde cuadros de barcos a sogas con nudos marineros o anclas.
Daniel Zoppiconi en el negocio fundado por su abuelo en 1914.
Casa Zoppiconi, Beruti (Trenque Lauquen)
Fue fundado en 1914 por el inmigrante Juan Zoppiconi, ya va por la tercera generación familiar. Desde 2018 está a cargo de Daniel, quien conserva casi intacto el negocio próximo a cumplir 40.000 días ininterrumpidos de atención y declarado “patrimonio histórico” por el municipio y la provincia. Daniel fue custodio de Juan Domingo Perón, y por eso junto al salón de ventas hay un pequeño museo referido al ex presidente.
La Protegida, Navarro
El viejo almacén de ramos generales del “Turco Emilio”, fundado en 1926 por el inmigrante Abdul “Emilio” Mustafá, cerró a principios de la década de 1970, cuando el entonces joven Raúl Lambert comenzaba a coleccionar objetos antiguos y artículos de almacenes y pulperías. Hoy los exhibe en el edificio de aquel almacén, donde también se saborean tablas de fiambres y quesos navarrenses o empanadas caseras.
La Pulpería de Moreira, así bautizada porque era frecuentada -como tantas otras- por el famoso gaucho Juan Moreira.
La Pulpería de Moreira, Navarro
Un establecimiento de 1838 -cuando, según un registro catastral, en Navarro existían alrededor de 30 pulperías- que daba a un tramo del entonces Camino Real y que a comienzos del 1870 comenzó a ser frecuentado por el famoso gaucho Juan Moreira. Hoy es un museo privado dirigido por Daniel Di Trana, y aunque gran parte del edificio original fue destruida, se conservan ventanas, el jagüel, las paredes anchas, el mostrador y las rejas.
La Media Luna, Las Marianas (Navarro)
Conocido como “lo de Masmud”, es el almacén de ramos generales que el inmigrante libanés Masmud Ismael (“el turco”) abrió en 1920, y que luego siguió su hijo. Quedó en manos de ocho hermanos que heredaron la tradición y sirven vermú con soda a los gauchos que llegan a charlar o jugar a las cartas. Y Raquel, una de las hermanas, prepara un auténtico keppe, especialidad árabe.
Almacén Rural, Vicente Casares (Cañuelas)
Abrió en 1933 con el nombre de Siempre Viva; luego fue El Parador y hoy Almacén Rural, y con cualquier nombre, fue siempre almacén de ramos generales. Por la mañana vende mercaderías y a mediodía prepara sándwiches de milanesa y empanadas caseras fritas. Se juega al truco y a las bochas.
Un antiguo surtidor en el Almacén de Mongiardini, en paraje Barrientos.
El Almacén de Mongiardini, paraje Barrientos (Lobos)
Fundado cerca de 1920 por Francisco Barrientos, es un oasis en medio de la Pampa, para sentarse con una cerveza junto a los antiguos surtidores de combustible a mirar caer el sol sobre el horizonte.
Paraje El Gramiyal, en Roque Pérez.
El Gramiyal, paraje El Gramiyal (Roque Pérez)
Susana y Tito son los anfitriones de este antiguo almacén en un cruce de dos caminos, uno que va al puente Peralta y el otro a Carlos Beguerie, donde los parroquianos juegan al truco como desde hace décadas. Se puede tomar o picar algo junto al antiguo mostrador con su vieja balanza y las estanterías colmadas de botellas de antaño.
La Perla, Carlos Beguerie (Roque Pérez)
Frente a la antigua estación de tren, es un fiel testimonio del Beguerie ferroviario. Su construcción, los antiguos surtidores de combustible en la puerta, las carnes al asador y la comida casera lo convierten en una excelente opción. Empanadas, pasteles y torta fritas hechas por su dueña, Alicia, mientras en una mesa octogenaria del boliche, Héctor, un reconocido jinete de la zona, arma el tiento para sus trabajos de soguería. Sigue siendo un “ramos generales”.
Mira Mar, a "5 leguas" de Bolívar (proyectopulperia.org)
Mira Mar, Bolívar
A finales del siglo XIX, cuando Bolívar surgía como pueblo, se levantaba este almacén ubicado “a 5 leguas”, que se convirtió en un nodo de comunicaciones en el antiguo camino real Bolívar-Carlos Casares. Construida por el español Mariano Urrutia, está en manos de su bisnieto Juan Carlos, quien organiza multitudinarios encuentros para las fechas patrias. La estructura se mantiene intacta y la pulpería fue reconocida como “Referencia Histórica” por la provincia de Buenos Aires.
San Gervasio, Tapalqué
Fundada alrededor de año 1850, en 1863 proveyó materiales para la construcción de las primeras viviendas de Tapalqué. Fue posta de cambio de carretas, pulpería y almacén de ramos generales. Desde hace 51 años pertenece a la familia Toso, y es lugar de encuentro de los habitantes de la zona. Conserva elementos originales como el mostrador de estaño, rejas, estanterías y aljibe.
La Tranca, Cura Malal (Coronel Suárez)
Mercedes Resch iba a este almacén a hacer las compras cuando era chica, y le dolía verlo cerrado y abandonado. Lo compró, lo recicló y lo dejó como entonces, transformándolo en una usina de ideas con un denominador común: Cura Malal, un pueblo de 100 habitantes a 15 km de Coronel Suárez. Cenas a beneficio, talleres y exposiciones de arte y viernes de pulperías son algunas de las actividades que ameritan el viaje.
Pedro Meier, el último habitante de Quiñihual, en su almacén.
El Almacén de Pedro Meier, Quiñihual (Coronel Suárez)
Pedro Meier es el único habitante de Quiñihual, un paraje que llegó a tener más de 500 pobladores, hasta que la partida del tren lo fue despoblando. En la soledad de la Pampa, Pedro se levanta cada día para abrir las puertas del almacén de ramos generales que heredó de su padre. El almacén es de 1890, y los Meier (alemanes del Volga) lo compraron en 1964.
Lo de Lámaro, Villa Pardo (Las Flores)
César Lámaro puede jactarse de haberle servido café más de una vez a Jorge Luis Borges, en los tiempos en que el escritor visitaba a su amigo Bioy Casares en la cercana estancia Rincón Viejo, y se acercaba al almacén para hablar por teléfono, porque el de Lámaro era entonces el único teléfono de la zona. Y aunque el hijo de César toma la posta, él suele estar detrás del mostrador en el que conversó con Borges, Bioy y Silvina Ocampo, entre otros personajes.
El Viejo Almacén de Pablo Acosta invita con buena gastronomía.
El Viejo Almacén, Pablo Acosta (Azul)
Una antigua esquina de ladrillos con venta de comestibles y comida pulpera los mediodías de los fines de semana. Viviana Coluccio, Fabián Vendemila y sus cuatro hijos se mudaron desde Azul y refundaron la esquina, que mantiene su estructura original, con los muebles de cuando era el almacén de ramos generales de un pueblo que llegó a tener 500 habitantes y, como tantos, se despobló cuando se fue el tren.
Cuatro Esquinas, Azucenas (Tandil)
Las viejas heladeras Siam y el mostrador de madera, las vigas de las que cuelgan rebenques, espuelas, tientos; las mesas y los dulces de leche y quesos caseros que elaboran Fabián Bugna y Romina Somi con leche de oveja. El antiguo almacén está en la entrada al pueblo de Azucena, y no hay que pasar de largo sin llevarse al menos un queso artesanal.
Lasarte Hnos., De la Canal (Tandil)
Frente a la estación De la Canal, un edificio lineal y simple con doble puertas de entrada, piso de baldosas en damero y una salamandra de hierro. Una barra de madera lustrosa en forma de L, que parece no tener fin, es atendida por parientes y descendientes de los dueños originales, los Lasarte, y más especialmente don Ramón, de esa raza de bolicheros de alma.
Pulpería de Payró (Magdalena)
Es de 1875 y mantiene su arquitectura intacta en una zona rural del partido de Magdalena. Marcela y Pablo, a cargo del lugar, mantienen viva la tradición de los dueños anteriores y la historia del lugar, que fue proveeduría, corresponsalía de diarios, correo y lugar de encuentro de trabajadores rurales y sus familias. Aún llegan gauchos por compras, el vermú y la partida de truco.
En el siglo XIX fueron censadas 350 pulperías en la provincia de Buenos Aires, aunque se estima que en 1810 había al menos 500 (Javier Picerno / Editorial Planeta).
Sol de Mayo, Dolores
En la ruta 63, a 7 km de Dolores, don Santos Aníbal Quinteros y Olinda Hayde Moreni, junto a su hijo Miguel, mantienen la tradición de un almacén que, además de vender de todo, era centro social y parada obligada para los viajeros. Mantiene su interior intacto, con el mostrador con rejas, las estanterías, la posta y la matera, que eran tan importantes como la cancha de bochas o la mesa de truco, y atiende sobre todo a turistas. El comedor de campo anexo abre todos los mediodías.
La Esquina de Argúas, en el partido de Mar Chiquita.
Esquina de Argúas, Coronel Vidal (Mar Chiquita)
Nació a mediados del siglo XIX y, aunque estuvo varios años abandonada, sus actuales propietarios -familia Saubide- buscan revalorizarla. Conserva la reja en el mostrador, las paredes de adobe y el piso de tierra. Su primer pulpero, Juan Argúas, vendía licores y comestibles y atendía una oficina postal. Declarada Patrimonio Histórico por el municipio de Mar Chiquita.