jueves, 25 de febrero de 2016

Clarín - Todo Viajes - Power of food: cuando la comida marca el destino de los viajeros

Power of food: cuando la comida marca el destino de los viajeros

La buena mesa
Virgilio Martínez, chef de Central -el mejor restaurante de Latinoamérica-, reflexiona sobre el creciente interés por el turismo gastronómico y el éxito de la cocina peruana.


Virgilio Martínez, en la cocina de su restaurante  Central.


Discípulo de grandes maestros como Santi Santamaría o Gastón Acurio, Virgilio Martínez consiguió convertir el Central , su establecimiento limeño, en elmejor restaurante de Latinoamérica y en el cuarto mejor del mundo, según la lista "50 Best Restaurants in the World", elaborada por Restaurant Magazine. Desde el barrio de Miraflores de la capital de Perú, este joven cocinero ofrece junto a su esposa Pía León una original propuesta gastronómica fruto de una profunda exploración de la biodiversidad del país. Presentada como un plano vertical que abarca desde las profundidades oceánicas a los Andes, la cocina de este chef sorprende y deleita también a exigentes paladares europeos, en sus dos restaurantes Lima –el Floral y el Fitzrovia- de Londres. La explosión del turismo gastronómico, cuya capitalidad este año corre a cargo de Lima, y el interés por la cocina peruana añaden una dosis de interés a las opiniones de este joven profesional de los fogones.
Alturas verdes, uno de los platos de Central (Central Restaurante).
- ¿Qué significa para un chef que su restaurante sea considerado el Mejor de Latinoamérica?
- Evidentemente reconocimientos de este tipo son importantes por lo que respecta a la visibilidad; generan grandes expectativas y además hacen que el público sienta curiosidad y te sitúe en el mapa. Ahora la gente sabe dónde estamos, qué hacemos y cuál es nuestra propuesta y esto, aunque naturalmente es bueno, a su vez te da mayor responsabilidad. Pero más allá de este aspecto mediático, la respuesta a si somos los mejores de Latinoamérica la dejamos a la subjetividad de cada uno.
Pulpo en el desierto, uno de los platos de Central (La Vanguardia).
- Su cocina ha recibido calificativos muy diversos... Sin embargo, usted ¿cómo la definiría?
- Nuestra cocina está íntimamente ligada a la naturaleza. Durante los últimos cuatro años hemos viajado mucho por Perú y estamos muy sensibilizados con la gente y el entorno. Tratamos de cocinar desde la visión del hombre del Ande, o el del Amazonas, teniendo en cuenta cómo interactúa con el territorio, muy al margen de la ciudad. Cocinamos productos de la tierra e intentamos acercamos a ellos de una forma muy nuestra, que creo que es la manera más auténtica de aproximarnos a la naturaleza peruana. Nosotros nos fijamos en el viaje, en la exploración, en utilizar productos que son muy difíciles de conseguir, por ello trabajamos con productores que están muy alejados de la ciudad y es aquí donde encontramos una conexión con la tierra. En Central nos basamos en una conceptualización de la experiencia en alturas y por ello cada plato representa un ecosistema a mil metros sobre el nivel del mar, a 4000 metros… Así es como vamos fijando nuestro menú.
- Habla de viajes casi iniciáticos al interior de Perú ¿En ellos, qué ha descubierto?
- Encontramos muchos productos con una base medicinal en las alturas de Perú de los que, por la lejanía, desconocíamos su uso gastronómico. Es el caso de mentas salvajes o tubérculos que fermentan en los ríos de los Andes, colonias de bacterias, cortezas de árboles amazónicos o cáscaras de frutos que nos permiten endulzar sin usar azúcares… En definitiva, estos viajes hacen posible utilizar en un 100% productos autóctonos y, lo que es más importante, redescubrir y conectar con la tierra y su gente, estableciendo una relación que implica un crecimiento por ambas partes. Porque si sólo extraemos el producto, lo que haremos es invadir el ecosistema.
Virgilio Martínez recogiendo productos para usar en su cocina (Central Restaurante).
- ¿Descubrir la esencia de su gastronomía es, en definitiva, la mejor forma de conocer el país?
- Efectivamente. Porque al planificar el menú de alturas, que nosotros denominamos Mater, recorremos el país desde las profundidades del mar, subimos al desierto, hacia Lima, recorremos valles, con sus platos típicos, ascendemos hacia los Andes con otras especialidades, y bajamos por la Amazonía. O sea: la experiencia permite cruzar el territorio; contemplar paisajes diferentes haciendo un homenaje particular a la gente con la que nos hemos encontrado en nuestra búsqueda. Y es que el Perú se deduce por sus gentes, por sus trabajos, su riqueza cultural y su tradición, y nosotros mostramos una parte innovadora de todo esto, que es para lo que estamos trabajando.
- Usted conoce muy bien la gastronomía peruana... ¿Dónde se come mejor?
- La diversidad del Perú es tan compleja, deliciosa y reconfortante, que me resulta difícil quedarme con dos o tres destinos. Sin ir más lejos, en el mundo andino, cada pequeña comunidad tiene sus especialidades. Sólo por poner un ejemplo, en Paucartambo, cerca de Cuzco, cuentan con casi 50 variedades de patatas, que durante la cosecha cocinan en hornos de piedras improvisados que van calentando con madera y hojas de quinoa. Una vez calientes, estos hornos, que denominan huatias, se destruyen por la parte de abajo y las patatas se cocinan prácticamente en el suelo andino, con las piedras y la tierra caliente. Tras 20 minutos de cocción, se comen en un mortero, con una salsa elaborada con hierbas y un tomate silvestre. Este es un ejemplo de lo que nos ofrecen las alturas de los Andes: una especie de ritual de agradecimiento, aunque es difícil que lo puedas probar en un restaurante. Y hablando de cocina con identidad, también en las alturas encontramos la cocina arequipeña, basada en la caza, muy interesante por su gama de sabores. O en la Amazonia, o en Lima, que tiene una gran diversidad, que la descubres en sus restaurantes...
- Habla de diversidad ¿Cómo explicaría el éxito de la cocina peruana en el mundo?
- Yo creo que está en la autenticidad. En estos momentos en los que la gente quiere huir de la estandarización y busca algo novedoso, la cocina peruana ofrece esta autenticidad, mucha identidad, movida por los ritmos de la naturaleza y la tradición. Es una cocina muy sólida, evidentemente sabrosa, que se muestra tal y como es, sin más pretensiones. Además cuenta con numerosas influencias: desde las culturas preincas, incas, española, italiana, japonesa, china, árabe… todo esto se ha ido concentrando en pequeños territorios, convirtiéndola en muy completa.
- ¿Qué recomendaría a los viajeros que quieren conocer la gastronomía peruana?
- Les diría que Lima, al ser la capital y el epicentro de la actividad lo ofrece todo. Así que a quien la visite y quiera conocer la gastronomía del país, le recomiendo que aproveche la ocasión para hacerlo en la ciudad, que se deje seducir por ella. Y es que Lima, más allá de sus espectaculares ceviches, con preparaciones como los tiraditos, te permite probar la Amazonía, los Andes, las montañas y los valles, porque a través de su gastronomía nos ofrece su paisaje y su cultura
- Más allá de las fronteras peruanas, ¿Le gusta viajar?
- Sí, por supuesto. La mayoría de veces que viajamos con mi esposa, lo hacemos para cocinar, aunque si disponemos de tiempo libre lo aprovechamos para pasear, tomar un buen café, visitar tiendas y comprar recuerdos y buenos productos para llevarnos a casa, porque, naturalmente, la gastronomía ocupa un lugar preferente para nosotros.
- Practican turismo gastronómico...
- Por supuesto. Antes de partir a cualquier destino, contactamos con amigos para que nos recomienden dónde comer. Solemos evitar las zonas más turísticas, porque no muestran la esencia de la ciudad y, a mí me gusta ver la ciudad auténtica y la realidad de su gente. Acostumbramos a tomar almuerzos sencillos en pequeños establecimientos en los que come la gente del lugar y a los que entramos por intuición, y reservamos la noche para las cenas en grandes restaurantes. Porque me gusta probar un par de restaurantes de alta cocina, disfrutar de su delicada gastronomía y adentrarme en el mundo de la restauración, algo que me encanta y que es parte de mi aprendizaje.
- ¿Cuál es su destino gastronómico preferido?
- Podría decirte muchos. Mi último viaje, por ejemplo, fue hace tres meses en San Sebastián, una ciudad que me sorprendió muchísimo. Pero también me fascina Ciudad de México, con una cocina de calle y una diversidad impresionantes, y, por supuesto, Nueva York, con sus pequeños restaurantes con propuestas personales, muy accesibles a nivel de reservas y precio. Añadiría otros lugares que me fascinan como Tokio o Hong Kong... En definitiva, muchas ciudades que hoy en día son muy respetadas tienen un porqué. Y yo siempre voy buscando este porqué. Una vez que lo entiendes, lo disfrutas mucho más.
- Indudablemente el turismo gastronómico está en pleno crecimiento, sobre todo en Perú...
- ¡SÍ! Ahora está ocurriendo algo increíble y es que tenemos la suerte de ser los protagonistas, porque muchas personas planifican sus viajes a partir de una selección de restaurantes. Lo que observo en mi restaurante, y por lo que me comentan mis colegas, cada vez más hay gente que primero formaliza las reservas de restaurante y después compra los billetes de avión. En otras palabras, muchos turistas están definiendo su destino en base a la reserva de un restaurante. No sé si en Europa esto ya era normal, pero nosotros no lo habíamos vivido antes. Y esto es el poder de la comida, el denominado power of food. Y es que increíblemente, la comida está marcando el destino de los viajeros. Evidentemente, no todo el mundo formaliza una reserva de hotel o busca un destino en una ciudad pensado en un restaurante concreto en el que vivir una experiencia gastronómica, pero es muy probable que su particular experiencia gastronómica la tenga comprando en un mercado local, o en una tienda en la que adquiera un producto buscando salud.
- ¿Gastronomía y turismo de alto nivel van de la mano?
- En principio sí, porque es cierto que este consumo de alto nivel está creciendo muchísimo. La gente reserva en restaurantes de lujo, paga por hacer tours a ciertos mercados o por clases de cocina con profesionales de primer nivel en brunches privados. Pero en otro nivel, incluso en el de los jóvenes que viajan con bajo presupuesto, cada vez existe un mayor interés por los productos de la tierra que antes eran poco valorados, y empiezan a aparecer restaurantes con la misma voluntad de sorprender a todo tipo de clientes. A muchos de los viajeros a los que hasta ahora la comida no les importaba y no formaba parte de su presupuesto de viaje, ahora les interesa y pueden llegar a sacrificar parte del presupuesto optando por un alojamiento más modesto en favor de la comida.
- Londres es su otra apuesta profesional... 
- Para mí, Londres es otro mundo y un cambio de esquema de trabajo. Me gusta ir a la capital británica porque me conecta con un mundo que, aunque me gusta, es muy distinto al que vivo entre Lima, que representa la ciudad, y Cuzco, que para mí es la naturaleza. Allí me encuentro con una ciudad muy grande, donde todo se mueve muy rápido, y con una diversidad cultural impresionante que me supone todo un aprendizaje. A Londres llevamos la Lima más suave, de manera innovadora y moderna, y funcionó. No nos planteamos nunca hacer un restaurante de alta cocina, ni tener grandes experiencias, ni ser muy costosos, sino que nos propusimos tener el salón lleno de gente que se lo pasase bien, y la realidad es que la recepción nos sorprendió. Pero evidentemente, no es el Central, que tiene otro enfoque. En Londres traemos un espacio de Lima, como una pequeña isla dentro de la gran urbe; una isla en la que queremos seguir trabajando muy atentos a las nuevas tendencias y que queremos hacer crecer.
Por Magda Bigas / La Vanguardia

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Infobae - Sociedad - El argentino que inventó el primer restaurante en la nube

El argentino que inventó el primer restaurante en la nube

Se trata de Nicolás Parziale, quien ideó la app que ofrece menús gastronómicos económicos y creativos. "La economía de conveniencia es la nueva ola tecnológica en el mundo", aseguró a Infobae

Nicolás Parziale (centro), junto a sus socios Fernando Dranovsky y Julieta Romano.
Nicolás Parziale (centro), junto a sus socios Fernando Dranovsky y Julieta Romano.
En los tiempos que corren, el tiempo es sagrado y más si nos regimos por las cargadas jornadas laborales. El almuerzo no es un detalle, sino el único momento del día donde los trabajadores pueden relajarse y compartir un momento de placer con los compañeros. Pero a veces sucede lo contrario. Los que se ocupan de cocinarse la noche anterior y llevar el tupper a la oficina cada vez son menos y elegir el menú del día puede ser engorroso en términos de calidad gastronómica y dinero. Nicolás Parziale es un joven argentino que cree en los paradigmas de conveniencia y en el valor que la gente le da a su tiempo libre. Es así que creó Hoypido, "el primer restaurante en la nube" al que se accede a través de una app móvil de simples pasos.
Su creador le explicó a Infobae que el interesado accede a su menú a través de una aplicación móvil o desde hoypido.com, pero no hay teléfono ni lugar físico. "Ofrecemos una opción de tres platos para almuerzos y cenas que promedian los $60 cada uno". Parziale explicó que de tanto pensar, las personas terminan comiendo mal y caro, cayendo siempre en lo mismo: pizza, empanadas, sushi y sándwiches. Por tal motivo, se asoció a la diseñadora Julieta Romano y empresario gastronómico Fernando Dranovsky, que le aplica calidad y creatividad a los platos, descartando aquellos que no resultan tan exitosos.
¿Cómo surgió esta aplicación?
—Todo oficinista sufrió la hora del almuerzo la discusión interminable de ¿Dónde pedimos? ¿Qué pedimos? ¿Quién llama? ¿Quién baja? (se ríe). Con HoyPido todos en el equipo ordena el plato que le gusta por separado en el momento del día que quieran y nuestro algoritmo mágico se encarga de que les llegue el pedido al mismo tiempo para que puedan almorzar todos juntos. Nuestro objetivo es que concretar un encargo sea más barato que cocinar y que a quienes no les guste o no tengan tiempo, nos usen como cocina virtual.
¿Cómo es eso de la economía de conveniencia?
—La economía de conveniencia es la nueva ola tecnológica en el mundo. La empresa de transporte Uber dio inicio a esto hace 5 años. La magia sucede en que antes usábamos internet para intercambiar bits de información, por ejemplo enviar un email, subir una foto a Facebook, mirar un video en Youtube. Ahora cuando aprestas el botón de "Confirmar" en HoyPido.com sucede algo en el mundo físico. Nos envías bits y nosotros te devolvemos átomos
¿El chef pertenece a algún restaurante o es alguien que ustedes contratan?
—El Chef es Gonzalo Vizcarra. Su primer trabajo con nosotros fue ser chef Invitado durante un día en la plataforma. Al ver el impacto de ventas que tuvieron sus creaciones decidimos ofrecerle el rol estable de chef creativo y desde ese momento todos nuestros platos son diseñados por él, con la ayuda de nuestro algoritmo de predicción de demanda que nos va marcando que más gusta.
—Según tengo entendido, tienen un software que predice los platos exitosos a través de pedidos anteriores. ¿Cuáles son los que más salen y los que fracasaron?
—El proyecto está diseñado para ser tu chef en el smartphone y para eso necesitamos que nunca te aburras de nuestros platos y siempre haya una opción que te guste en nuestro menú del día. Con ese fin tuvimos que desarrollar un software que nos permite identificar el "ADN" de cada plato que vendemos y en base a eso desarrollar nuevos platos con "ADN" exitoso. Los platos más exitosos fueron "Milanesa de Cerdo BBQ", "Chicken Parmesan Spaghetti", "Pollo al Curry". Los que no funcionan son los que incluyen pescados, excepto el salmón.
¿Cree que en unos años van a crecer las ofertas gastronómicas en apps?
— Creo que van a existir nuevas empresas. De hecho, hace algunos meses surgieron algunos competidores en el rubro gastronómico. Si bien somos los primeros y con mayor cobertura, nos gusta ver que nuestro espacio se consolida y nuestra visión es replicada ya que eso valida nuestra apuesta inicial. La mayoría de apps relacionadas a "economía de conveniencia" van a revolucionar otras industrias como HoyPido lo está haciendo con la gastronomía, ya sea enviar cajas de tragos como DrinksInbox.com, enviar flores, que retiren tu ropa sucia para llevar al lavadero, etc, todo desde un botón en tu smartphone o computadora.

Link a la nota: http://www.infobae.com/2016/02/14/1789289-el-argentino-que-invento-el-primer-restaurante-la-nube

Infobae - Cultura - Los secretos de la comida kosher

Los secretos de la comida kosher

Editado por primera vez en español, "El arte de comer", de M.F.K. Fisher, un clásico gastronómico que marcó a generaciones, combina recetarios con la historia de las cocinas y culturas de todo el mundo

Las principales leyes dietéticas del judaísmo proceden de la Torá. 

Algunas de las razones por las que las leyes alimenticias que en el año 1490 a. C. Jehová le transmitió a Moisés han merecido la justa apreciación, en el sentido no solo gastronómico, de "una de las mejores dietas que se conocieron nunca".

Si estas interdicciones —que salvo para los ortodoxos significan ya muy poco, aparte del borscht y los blintzes, en cualquier restaurante que exhiba la estrella de David— parecen desorientadoras, es sobre todo porque muy pocos las conocen a fondo (incluida gran cantidad de judíos modernos, que se asombran de enterarse que pueden leerlas en el Levítico, el tercer libro del Pentateuco; y a fe que es una lectura imprescindible para cualquier gourmet de "nariz curiosa").

No hace falta preocuparse por los complejos rituales para la matanza y para la inspección de las carnes, pues de todo esto se ocupan gentes bien adiestradas y expertas antes de que compremos los alimentos; pero las antiguas reglas buenas y sensatas para cocinar —que conviene seguir o al menos meditar— se aprecian mejor en la exposición que Moisés hizo a su pueblo más de mil años antes de que el mayor de los judíos asustara a los romanos en Jerusalén y, acabada la Pascua, muriera, acaso para salvarlos.

Claro que a menudo el pragmatismo se impone a los principios religiosos; así ocurre en "La matriarca", de G. B. Stern, cuando Babette Rakonitz descubre inadvertidamente la excelencia del jamón y se las arregla para disfrutarlo un año entero, so pretexto de no saber qué está comiendo. Es fácil que algunos razonen como Babette cuando la riqueza y la errancia los han transformado —bien que de mala gana— en cosmopolitas como los Rakonitz. Y hay muchos judíos así.

Son los pobres, los oprimidos, los que feroz y lealmente se han aferrado a las varias capas de leyes ceremoniales que los envuelven; los que, siglos después de que su nación desapareciera, para volver a alzarse, se mantienen inconmovibles como pueblo de enorme fe religiosa. Conmueve y asombra que al cabo de terror y huidas, luego de tanta vigilia en tierras extrañas, muchos judíos sigan comiendo y ayunando como les indicó Moisés.

Es gastronómicamente emocionante reconocer la influencia de la trashumancia en la riqueza de sus platos: olivas y aceite de España y Portugal; estofados agridulces de Alemania; pepinos, arenques, pasteles de mantequilla y bollos de cereal llamados "bolas" de la hospitalaria Holanda; pescado relleno cocido y sopa de menudillos de ganso de Polonia; de Rusia y Rumanía los blintzes, las tortas de alforjón llamadas kasha y los púdines llamados kugel, la pesada dulzura de las compotas y conservas de fruta, y el borscht ligero o espeso, caliente o frío, en cualquier hora del día o estación del año.

Pero lo que entusiasma de la cocina judía no es el sabor internacional; es más bien el hecho de que muchas normas de ceremonia y dieta hayan propiciado forzosamente un peculiar arte de la sustitución, el disfraz y aun la picardía (una picardía que no tiene nada que ver con la deshonestidad, como sucedía con la delicada gula de Babette, y apenas concierne a especias y condimentos). Debido a las numerosas prohibiciones en torno al preparado y consumo de carne, los judíos usan mucho el pescado. Uno de los platos principales del shabat —día en que está prohibido cocinar— es por ejemplo el salmón muy sazonado, que se puede cocinar el día anterior y servir frío de cien maneras deliciosas. Otra ventaja del pescado es que no se prohíbe cocinar animales de sangre fría con crema, queso u otros productos lácteos.

En los hogares judíos que pueden costeársela se sirve carne una sola vez al día; pero aun así en los más ortodoxos se come relativamente poca verdura, porque no se la puede preparar con mantequilla o crema en toda comida que contenga carne y, por lo tanto, las cocineras no saben muy bien cómo hacerla. Los pobres consumen más verdura que los ricos, en la sopa, aunque desde hace unos años empiezan a apreciarse bastante las ensaladas.

Puesto que en una ciudad como Nueva York hay muchísimos hijos de familias judías estrictas, buena cantidad de maestros tienen que adaptar los cursos: en Economía Doméstica, por ejemplo, donde se enseña a las niñas los rudimentos de la cocina, podría ser emocionalmente grave violar las normas kosher, aun involuntariamente. Otro tanto ocurre en los comedores escolares, donde los chicos se arriesgan a la repulsa de los padres si en una comida mezclan carne y helado.

Por suerte, los buenos judíos deben cumplir con muchas fiestas, aunque también observar un número alarmante de ayunos estrictos. Algunos de estos hoy son respetados solo por los más religiosos, como el ayuno de Ester que precede a la fiesta de Purim; pero dondequiera que un judío esté y mientras el mundo siga rodando, Yom Kipur, el día del Perdón, debe ser un período de purificación y reflexión.
También hay semiayunos, como ese período de nueve días de la canícula en que no se puede comer carne: ¡una regla dietética cuerda y sencilla para proteger a los que viven en malas viviendas o sin techo, tanto hace mil años en el desierto de Arabia como el próximo agosto en Nueva York!

Las reglas pascuales son muchas, y para un gentil, tan misteriosas como confusas. La más fastidiosa es la que establece que todo utensilio que haya tocado la menor miga de pan levado no puede usarse durante ocho días. Esto obliga a emplear juegos separados de vajilla, y a esterilizar toda la cubertería.

Para cumplir con lo kosher (que en hebreo significa "lo justo" o "adecuado") se ponen piedras al rojo en una olla de agua hirviendo y allí se sumergen los diversos artículos. Cuando la Pascua acaba, estos utensilios se pueden usar, pero para la siguiente festividad hay que volver a purificarlos. La vajilla de mesa especial se envuelve cuidadosamente y se guarda donde no exista el más leve peligro de que sea contaminada por la levadura.

A consecuencia de esta y otras reglas kosher toda familia ortodoxa deberá tener cuatro juegos de vajilla: ¡dos de Pascua, uno para la carne diaria y otro para los lácteos! En cuanto a la casa, antes de Pascua se limpia hasta la última ratonera para evitar el peligro de incluso una olvidada miga de pastel.

Debido a la falta de levadura, que estimula la imaginación de los cocineros, es probable que los platos de Pascua sean los más interesantes de la cocina judía. Hay toda clase de tortas y pastelillos de almendra y púdines, e infinitos usos de la matsá (matsot, en plural): buñuelos, pastas, galletas. Todo es doblemente rico, para compensar la falta de levadura, y se emplean con sumo arte grasa aligerada de ganso y de pollo, y carne picada sin sebo.

Y es así como el viejo Moisés cuidó de sus hijos, procurando con franco realismo protegerlos de la contaminación y la decadencia, dietética y espiritual, en sus vagabundeos por los tórridos y sucios países del mundo antiguo: obligándolos a practicar la ceremonia a un tiempo mística y práctica del kosher, aseguró que los recipientes de sus banquetes estuvieran esterilizados, libres de las omnipresentes bacterias.

Les prohibió comer levadura, ese demostrado propulsor de burbujeos digestivos.

Permitió que al menos una vez al año se calmaran los famélicos nervios y músculos con un sabio ungüento de grasa, grasa de ganso e incluso —con más cuidado— de vaca. Y bien sabe cualquier refugiado europeo que la medida es realmente balsámica, porque el que pasa largo tiempo sin comer grasa se vuelve irritable, es propenso a escalofríos y, en definitiva, se enferma.

Moisés dejó que de vez en cuando su pueblo se acomodara en el primer sillón a su alcance y comiera sin freno. Aún hoy en día, para Pascua, los judíos comen que da gusto y en los placeres de la mesa se olvidan de los pesares; pues, si observa correctamente las leyes mosaicas, el hombre no ha de temer llevarse veneno al vientre: solo ha de temer su propia gula.

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