El anticuario caótico que ya es uno de los restaurantes más lindos de la ciudad
La gastronomía es un arte. Conjugar sabores y amalgamarlos con técnica y estilo convierten a cada plato en una verdadera obra de autor. Si a ese acontecimiento se le suma un entorno enmarcado por una colección ecléctica de objetos en un inmenso espacio de comienzos del siglo pasado, la experiencia es por demás estimulante. Una aventura sensorial sumamente inspiradora. Ese universo tiene nombre: Nápoles. Y un responsable: el anticuario Gabriel del Campo, un sibarita que hizo de la acumulación de objetos de grandes proporciones, una pasión: "Tengo un problema con las escalas, nunca pude ser un anticuario de vitrina. Me divierte lo que tiene de un metro y medio para arriba. Me conmueven los objetos grandes", dice algo culposo el creador de este lugar de moda en la cartografía de salidas imprescindibles de la ciudad.
Nápoles: un bar con sorpresas en cada rincón
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La cita es sobre la avenida Caseros, a metros del Parque Lezama, una de las zonas del sur porteño con gran movida, que se ha convertido en un polo de la buena cocina, con restaurantes y bares de vanguardia. Construcciones puestas en valor que rescatan su status patrimonial y una coqueta calle adoquinada con un boulevard con farolas en el medio le confieren a ese rincón de Buenos Aires una atmósfera que rescata lo fundacional de la ciudad con reminiscencias parisinas. Lo vintage entreverado con la estética cool. Jóvenes profesionales, artistas, periodistas, e intelectuales le dan vida a estas dos cuadras lindantes con Constitución y La Boca. Algo así como los confines de San Telmo que se confunden con Barracas.
Adorable exceso
Nápoles es un espacio desmesuradamente grande. Traspasar su portón es ingresar en una dimensión diferente. En la entrada misma, una suerte de almacén de época, con sus balanzas y cortadoras de fiambres, da la bienvenida. Más allá, grandes mostradores, hornos y vitrinas del siglo pasado. En un lateral, la barra de tragos fusiona un espíritu joven con estética antigua. Y los objetos, las grandes estrellas de la casa, emergiendo en cada rincón. Un buen trago, un plato tradicional de pastashuta y el arte estallando por todos lados. Plan irresistible.
Caballos de calesita, candelabros, estatuas, mesas de dimensiones descomunales, réplicas de barcos en escala importante, bibliotecas, joyas de ebanistería y vírgenes conforman una colección tan atractiva como variopinta. Acá no se dan tarjetas con la dirección y el teléfono sino estampitas de diseño con las imágenes de Gilda, Rodrigo, y El Gauchito gil. Religiosamente pagano.
El espíritu del lugar está más cerca de la canzonetta italiana que de los tangos de esa zona que fuera de arrabales, pero si algo específica a este Nápoles porteño es la imposibilidad de clasificarlo. Lo define la indefinición. Recorrer todo el espacio implica varios minutos. Y si se hace con esmero detallista, puede ocupar algunas horas. El paseo se convierte en un ritual. Mención especial merecen los automóviles antiguos, los sidecares y las Maserati en perfecto estado de conservación que se desparraman de una punta a la otra del lugar y son verdaderos objetos de culto.
"Tengo una situación personal, una tara muy grande con los objetos. Mi hacer siempre estuvo vinculado a eso", reconoce Gabriel del Campo casi como buceando en cierta patología. "La estética es otro problema que me acompaña desde siempre". El creador de Nápoles es un personaje que merece ser conocido. Tiene 57 años y hace treinta se inició en la pasión por el coleccionismo y la acumulación de objetos que devino en su profesión de anticuario. "Todo comenzó con el incentivo de querer seguir comprando lo que me gustaba. Como el ojo se va educando, a medida que pasa el tiempo me interesa lo más caro. Además, cuando un objeto te va despertando pasión, es muy difícil que te quedes con uno solo. En general, los coleccionistas somos compulsivos, pero gran parte de ese mundo está terminándose porque la gente perdió el afán de sistematizar. Antes se buscaba completar la colección de una misma cosa. Hoy, el que tiene necesidad de comprar está mucho más ligado por lo que les provoca cada pieza. Quizás se tiene una araña francesa de cristal, una obra de arte contemporáneo, una moto, un auto a pedal de juguete, un mueble del siglo XVlll y todo convive. Ahora el coleccionista es ecléctico en cuanto a lo que elige y a la emoción", explica del Campo definiendo la dinámica actual. Más allá del público general, Nápoles es una parada obligada para los especialistas.
El profesional habla de emoción y eso es lo que le confiere valor agregado a Nápoles. Recorrerlo implica reencontrarse con la historia. De aquí y de allá. Hay objetos de todos lados esperando para ser apreciados mientras se degusta un plato o se toma un buen trago. "Los seres humanos valoramos mucho la vibración que nos provoca la intervención del arte en nuestras vidas, pero no dimensionamos qué nos sucede ante los objetos. Vamos por la playa, juntamos una maderita agrisada por el mar y eso nos da una emoción individual. El objeto tiene una vida que va más allá de todo porque transmite algo. Es un viaje en sí mismo", grafica el inquieto emprendedor criado junto a su abuela en una casona de Caballito y educado en el Colegio Champagnat. Lejos de lo que puede suponerse, no proviene de una familia de coleccionistas: "Soy de clase media, y no tengo ningún título universitario a pesar de haber cursado Abogacía, Filosofía y Letras, Arquitectura y Administración de Empresas", dice este exótico personaje padre de tres hijos al quien no para de sonarle el teléfono con consultas. Sin el diploma colgado en la pared, cada una de las disciplinas académicas que emprendió hoy se ven volcadas, de una forma u otra, en este emprendimiento diferente
Como en el Vesubio
Gabriel del Campo, en su primera visita a Nápoles, quedó subyugado por una ciudad en la que el orden y la discreción son mala palabra. Urbe caótica y en ebullición como el volcán sobre el que descansa. Algo de esa atmósfera le imprimió a este espacio inaugurado hace nueve meses en lo que era uno de sus depósitos de antigüedades. El edificio, con paredes y techos con ladrillos históricos a la vista, fue originalmente un sitio de bauleras que del Campo convirtió en su propio depósito. Uno de los tantos que posee.
Nápoles es un lugar ideal para ir con amigos. Durante el día, la atmósfera cansina invade el espacioso refugio y permite visualizar en detalle cada obra de arte, vehículo o mobiliario exhibido, mientras la música de Pink Martini o de un grupo de cumbia local acompaña de fondo. Todo vale. Por la noche, y sobre todo los fines de semana, la cosa se pone multitudinaria. Un clima festivo se apodera del lugar
"Todo arrancó como un speakeasy. Había armado un almacén adelante, dónde teníamos fiambres italianos y la máquina de cortar manual, y se abría una puerta que daba a un lugar con 20 mesas. A los dos meses había cola en la calle. Como me daba pudor que la gente esperara en la vereda, nos fuimos ampliando", explica del Campo.
Cuando el lugar explota, la música se confunde con las charlas a viva voz, los perros (otra pasión del dueño de casa) se pasean sin pedir permiso, algunos comensales se agrupan en los livings improvisados y hasta se puede ver gente sentada en alguna Maserati comiendo pasta. Bullicioso, descontrolado. Nápoles remite a la emblemática ciudad. Una atmósfera traspolada de la otra. "Me gusta recibir, por eso abrí el restó. El mundo del anticuario es muy estático y, en general, se siente pudor por mostrar. Yo soy uno de los pocos que trabaja con la puerta abierta. Mi modalidad implica que la gente toca todo, se le caen cosas, enganchan el cochecito del bebé en un mueble de época, pero no me importa. Cada tanto, alguien te dice gracias porque le permitiste entrar y tocar objetos que nunca antes habíamos visto. Esto no es un museo ni una exposición. Es cierto que las cosas se deterioran o rompen, pero no es lo importante. Eso sucede en mi local de San Telmo y aquí en Nápoles", dice el anticuario acerca de la única consigna del espacio: prohibido no tocar. Todo lo exhibido se puede comprar, incluso las prendas de la marca Red Baron que el dueño creó en Los Ángeles en la década del ´90. No hay leyes en esta Nápoles local.
Al uso nostro
La carta de la cocina no es extensa, pero si sabrosa. No se buscó la sofisticación sino que los paladares sientan esa receta fatto in casa. Productos frescos y nobles conforman un menú sazonado que le gusta a todo el mundo. Entre las especialidades está la burrata con tomates y albahaca, la pasta casera, los fiambres frescos traídos de Italia, y los platos con frutos de mar. La clientela del lugar es de buen poder adquisitivo, pero no busca aquí la sofisticación de otros restaurantes con carta gourmet.
"La barra es como en un bar del sur de Italia, apunté a eso. Allá conviven un tipo que deja el burro en la puerta, un millonario con su Jaguar y una bella modelo. Todos los tragos tienen influencia mediterránea y sus nombres refieren a la leyenda de la mafia italiana: Don Alfonso, y Salerno Sprits son los preferidos", explica el creativo anfitrión. Los tragos con frutas son otras de las especialidades que se sirven en copas que permiten ver la multiplicidad de colores.
Los fines de semana pueden desfilar por el lugar más de 600 personas y no son pocos los que prefieren circular plato en mano para no perderse nada. El lugar es un espectáculo en sí mismo. Mirtha Legrand, Susana Giménez, Juana Viale, Juan Martín del Potro, Gastón Gaudio o María Kodama, por citar solo algunos nombres, forman parte de la galería de famosos que visitan el lugar. A muchos de ellos se les organiza un vip especial en algún rincón de este edificio de dos plantas y una profundidad de casi una cuadra.
"Mis lugares fueron disparatados, siempre invadidos por objetos de gran tamaño. Puede estar la gente cenando y que llegue alguien que quiera comprar un auto y yo lo ponga en marcha haciendo un ruido infernal. El público valora cuando haces lo que sentís. No soy ciento por ciento inocente, necesito que me vaya bien y que a la gente le guste lo que hago. Tengo mi estructura para sostener, en mis talleres trabajan 30 personas", explica este emprendedor impulsivo que también colecciona lanchas antiguas que descansan en un depósito de San Fernando.
Semiología del objeto
"En una época trabajé con Eliseo Verón dado que yo le estaba haciendo la casa en la Toscana. Fue un proyecto en torno a la semiología de los objetos. Ver qué transmiten y desde qué lugar, y tratar de sistematizarlo. El objeto te modifica a vos, a tu economía, a tu capacidad de conectarte con los demás. Hicimos experimentos desde el mundo de la ropa y llegamos a cualquier tipo de objeto. Tomábamos una marca de indumentaria y veíamos como los objetos ubicados de determinada manera modificaban la manera del cliente de vincularse con ese espacio. En Milán, cronometrábamos cuánto tiempo pasaba la gente en un local y de acuerdo a la ubicación de determinado objeto cómo la gente se quedaba más tiempo allí, y qué generaba eso a nivel aspiracional".
La trayectoria de Gabriel del Campo es intensa. Su personalidad lo llevó a no amedrentarse ante la competencia o un mundo algo elitista: "Cuando abrí mi primer negocio en San Telmo, hace veinte años, una noche, antes de inaugurar, estaba adentro del local a oscuras, pero con la vidriera encendida, y veo como afuera se paran dos anticuarios muy reconocidos y se empiezan a codear y a reír. ¡Se reían de mi trabajo! A pesar de la desazón, seguí, aunque lleno de dudas".
Cada objeto tiene su historia. Sus secretos. Y su razón de ser. Por eso es interesante bucear en la genealogía del elemento para poder darle su valor. Desde un mueble victoriano con cajones secretos hasta un cuerno de narval. Desde una virgen de dos metros de altura hasta un reflector de cine. No hay lógica ni leyes impuestas, para Gabriel del Campo el único motor es la seducción que le produce cada material. Un amor a primera vista: "Mi tracción es a miseria, pero una miseria bien entendida. Puedo armar diez Nápoles iguales con los objetos que tengo", se sincera el responsable de un refugio por demás personal en una Buenos Aires que no deja de sorprender. Solo hay que dejarse llevar.
Por: Pablo Mascareño
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/2102847-el-anticuario-caotico-que-ya-es-uno-de-los-restaurantes-mas-lindos-de-la-ciudad
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