CHUBUT DEL PETROLEO A LA BUENA MESA
Comodoro para descubrir
Todos en uno. El fin de semana pasado Comodoro Rivadavia, “la capital nacional del petróleo”, se convirtió en la capital culinaria patagónica. La cuarta edición del festival Comodoro Invita, realizado en el marco de la más amplia ExpoTurismo, concentró la propuesta de otras fiestas gastronómicas de todo el sur argentino junto a sus creadores, caras visibles del esfuerzo simultáneo por dar a conocer la calidad de los productos locales y ponerlos en valor en las mesas de todo el país.
Leo Morsella, de Cocina de los Siete Lagos (San Martín de los Andes); Gabriela Martínez, de Semilla (General Roca); Leo Mazzucchelli, del Festival del Chef (Villa Pehuenia); Gustavo Rapretti, de Madryn al Plato (Puerto Madryn); Matías Shwerdt y Bárbara Bressan, de Magirica (Trelew); Rodrigo Córdoba, de Circuito de Sabores de Playa (Playa Unión); Mavy Jaichenco y Fredy Álvarez (Cocina de los Lagos Paralelo 42); Fernando Zárate y Luis Calderón, de Morfilandia (Rawson); Ricardo Belfiore y Leonardo Hernández, de Cocina y Pico (La Pampa); Sebastián y Laureano Ríos, de Sabor Mapuche (Lof Nahuel Pan) se reunieron en Comodoro para dar a conocer sus propuestas junto con un recién llegado: Esquel a la Olla, impulsado por Sebastián Fredes y Paula Chiaradía. Todo bajo la égida de Pablo Soto, el chef anfitrión, que se puso al frente también de una propuesta solidaria que incluyó cordero a la estaca, una paella gigante y las pizzas de mar a la parrilla de Danilo Ferraz.
Pero además de poner literalmente sobre la mesa el abanico de sabores de la Patagonia, apoyado a la vez en la tradición y la innovación, y lo suficientemente amplio como para abarcar productos desde la cordillera al mar, el encuentro fue la ocasión de confirmar que Comodoro Rivadavia está lista para ofrecer una propuesta turística que supera su etiqueta de ciudad petrolera. Naturaleza, gastronomía de excelencia e historia son las tres patas principales, que se completan con una gama de servicios como solo puede brindar una ciudad que supera con holgura los 200.000 habitantes.
En el Museo del Petróleo, un “chiringuito” de YPF junto a los antiguos surtidores de combustible.
FRENTE AL MAR En plena transición entre la temporada de pesca del langostino y la pesca de merluza, y cuando aún faltan algunas semanas para el comienzo de la centolla, nuestra primera visita no es estrictamente turística –ya que no se abre habitualmente al público– pero permite acercarse a una de las actividades permanentes de Comodoro. La planta que recorremos, situada frente al sector costero, se encarga de procesar el langostino fresco, clasificarlo, separarlo en tamaños y congelarlo para partir sobre todo hacia destinos de exportación que van desde Vietnam a Sudáfrica.
Mientras tanto en el puerto, donde descansa un grupo de barcos pesqueros de mediano tamaño, se puede pasear por la escollera hasta la punta donde suelen agruparse lobos marinos de un pelo, bajo el vuelo rasante de petreles y cormoranes que aplican aquí su propia e inigualable técnica de pesca. Una tentación para los fotógrafos de aves en vuelo. Difícil pensar un escenario mejor para un brunch de mar y tierra que los cocineros de Comodoro Invita arman con maestría en la punta misma de la escollera: cuando llegamos, ya arden las brasas y sobre grandes discos de arado se preparan cazuelas de langostinos, mejillones y pulpo que agregan nuevos sentidos al disfrute de una experiencia rebosante de sabores. Lomitos de guanaco y tortas fritas completan una picada tentadora.
Desde aquí, bajo un sol radiante, nos embarcamos hacia el Club Náutico Comandante Espora. Es el lugar donde Comodoro Rivadavia realmente mira hacia el mar: mientras en la playa varios chicos con trajes de neoprene se preparan para sus actividades, en el agua avanzan los Optimist de los pequeños timoneles que se inician en la navegación a vela. El club tiene barcos escuela, guardería náutica y una bajada mecánica que permite poner las embarcaciones en el agua; próximamente explora la posibilidad de ofrecer paseos náuticos turísticos para disfrutar la ciudad desde el mar. Mientras tanto sus restaurantes –Puerto Cangrejo y Cayo Coco– son una buena base para apreciar la vista hacia las aguas azules del Atlántico. Detrás queda el cerro Chenque, símbolo de Comodoro, que la divide en sus partes norte y sur y se cree puede haber sido un antiguo cementerio indígena.
La ciudad desde los vuelos a bordo de un Piper Dakota, que propone el Aeroclub Comodoro.
DESDE EL AIRE Sin embargo, no alcanza con explorar la línea costera. Comodoro Rivadavia tiene un aeroclub que visitamos a la mañana siguiente, poco antes del gran almuerzo solidario, en busca de tener una nueva perspectiva de la “capital del petróleo”… ¿o de la gastronomía? A esta altura ya no estamos tan seguros. Las mangas de viento muestran que el día es propicio para volar. Movido, pero apto, asegura José Salvador Luis Orsi, prosecretario del Aeroclub, encargado de darnos la bienvenida y evocar la historia de este lugar nacido como una parada de la Aeroposta, la aerolínea creada en las primeras décadas del siglo pasado desde Europa para conectar y distribuir correspondencia en la Patagonia desde Bahía Blanca a Río Gallegos. Antoine de St. Exupéry fue quien abrió las primeras rutas y por supuesto también pasó por aquí; su inspiración literaria en el paisaje patagónico es conocida. En Comodoro mismo, el gran pionero fue Próspero Palazzo, también piloto de la Aeroposta y fundador del aeroclub local. Tiempo y transformaciones mediante, la antigua Aeroposta se transformaría en nuestra línea de bandera, Aerolíneas Argentinas.
Un pequeño Piper para el piloto y tres pasajeros aguarda en la pista. Mauro Carabelli es el piloto e invita a subir: ¿sí o no? ¿Será una aventura movida o un vuelo apto para quienes dudan antes de subirse a este avión que a los ojos de los más desconfiados parece apenas más grande que un juguete? Como el grupo es grande, la decisión es salomónica: los valientes primero. Cuando regresen, se animarán los demás. Y así el avión se dirige a su posición cerca de la costa, carretea, levanta velocidad, toma vuelo y ante nuestra vista se pierde en el cielo de Comodoro. Volverá quince minutos más tarde, y las caras de felicidad de los pasajeros nos convencen de subir. Sería una pena no haberlo hecho: el vuelo es sencillamente espectacular. El Piper Dakota arranca, tiembla y en un segundo se despega del suelo y empieza a subir. De pronto Comodoro Rivadavia se vuelve un conjunto de manzanas regulares distribuidas junto al mar, que se muestra infinito y jalonado de algas, apenas puntos oscuros a la distancia. De un lado Caleta Córdova, del otro Rada Tilly enmarcan la ciudad. La mano segura del piloto nos regala así, además de un vuelo fascinante y mucho más tranquilo de lo que presagiaba la manga, una nueva perspectiva. Cualquier visitante puede disfrutarla, solo es cuestión de animarse.
Picada de mar en Cordano, pura frescura con vista al mar en Caleta Córdova.
PIES EN LA TIERRA A esta altura está claro que no alcanza un fin de semana para conocer Comodoro Rivadavia. Mientras en el Predio Ferial la batuta de la organizadora Gabriela Zuñeda impulsa las actividades de Comodoro Invita –donde hay de todo y para todos los gustos, desde hamburguesas de langostino o guanaco a tajine de capón, sales saborizadas de Sabor Mapuche, cerveza artesanal Sureña al mate, jamón de capón de Esquel, manzanas del Alto Valle– salimos a recorrer el casco histórico y parte del circuito vinculado con la historia petrolera. Hay casas y barrios relacionados con YPF, pero sobre todo el imperdible Museo del Petróleo, nacido en torno al histórico Pozo Número 2 donde se realizó el primer hallazgo del “oro negro” a principios del siglo XX. Y una perlita que descubrimos, casi por azar, a la vuelta de una esquina al pie del cerro Chenque en 9 de Julio y Sarmiento: una vieja casa de chapa que fuera parte de las antiguas viviendas para obreros del petróleo, hoy totalmente desmontadas y solo visibles en las fotos históricas del museo. Esta sobrevivió –nos lo cuentan Verónica Páez y Marcelo Cárdenas, sus actuales ocupantes, que responden a nuestra curiosidad acodados en la ventana– porque su antiguo dueño se había encariñado y se encadenó a ella impidiendo el desarmado. Así la casita de 1903 terminó trasplantada entre los edificios de la moderna Comodoro Rivadavia. Todo un símbolo de una ciudad muy nueva, pero con mucha historia.
Link a la nota: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-3477-2016-11-07.html
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