jueves, 10 de noviembre de 2016

Clarín - Sociedad - Una pausa de más de 5 minutos con un té de 12.000 dólares

Una pausa de más de 5 minutos con un té de 12.000 dólares

Exploraciones
Intentando imitar el viaje que se hacia hasta el Tibet en la China imperial, vamos a tomar un té añejo.   

Si hablamos de té, la asociación obvia es con la puntualidad inglesa. Y puntualísimas todas estamos en la puerta de este petit hotel de Recoleta, un sábado a la mañana. Hay una afinidad inmediata entre las diez mujeres de este grupo heterógeneo. Rondamos entre los 40 y los 55, sólo una tiene 20 y pocos. A todas nos une una pasión: el té. Eso venimos a hacer. A tomar té y a aprender.
No es cuestión de una pausa de cinco minutos, ni de agarrar cualquier saquito en el supermercado. Las fans (debería decir los, pero conozco sólo de mi género, y esta muestra estadística me lo estaría confirmando) estamos siempre ávidas de probar novedades, ya sean variedades traídas de montañas lejanas o blends de combinaciones diversas.
Desde hace casi 10 años, El Club del Té entrena en esta bebida milenaria. Dicta la carrera de sommelier de té y tea blender (los que arman las mezclas), que siguen aficionados y quienes buscan una salida laboral. También hacen catas para difundir la cultura del té, como la de hoy. Vamos a catar té añejo.
Victoria Bisogno, su fundadora, será nuestra guía por las próximas tres horas. Para Gabriela, entrenada en catas de vinos, también es la primera vez. Dafne, la más joven, usa el té en tragos. “El té es un momento de desconexión”, plantea Ana. Mirta cuenta que de sus viajes trae latas de té. Hasta hoy no conocía a ninguna, pero me siento entre amigas.



En esta luminosa habitación, la música oriental nos envuelve. Hay decenas de cosas que quiero tocar, pero Victoria nos advierte que no lo hagamos para evitar contaminar productos que son verdaderos tesoros. Así que me contento con sentarme a la mesa y observar la biblioteca con decenas de libros sobre el té, los faroles de papel orientales, el lapicero con el mapa del subte de Londres, ese cruce de universos que logra esta bebida. De eso hablará Victoria en el arranque de la charla. Contará de la ruta del té, el camino de 2.200 kilómetros que se hacía para llevar el té de la China imperial hasta el Tibet. Los chinos intercambiaban té por caballos, bajitos y ágiles para la guerra. Gran negocio.



El recorrido demoraba hasta un año y medio y atravesaba diferencias abismales de altura, temperatura y humedad. El té iba fermentándose y añejándose. En los monasterios, los monjes budistas lo utilizaban en una sopa con los pocos vegetales que crecían en esas escarpadas montañas. Habían descubierto su doble propiedad: relaja los sentidos y mantiene alerta la mente, con lo cual es un gran facilitador de la meditación.
Intentando imitar ese viaje en el tiempo, vamos a tomar té añejo. Como los vinos, no todos los tés tienen potencial de guarda. La mejor variedad ese el puerh, un té negro. Cualquiera puede añejar té en su casa, pero hay que guardarlo en un lugar seco y alejado de los olores --¡jamás en la cocina!-- y tenerlo envuelto en papel para que el aire circule.
Como en toda cata, el té se mira, para apreciar el color del “licor”. Después, se huele. Acá empieza la diversión. Este tuocha puerh crudo de 2013 huele como a ahumado, a algo que hace acordar a un bosque. “¡Pinocha!”, grita una desde la otra mesa, con mucha más experiencia que yo. Jamás la habría embocado.



Ahora, a degustar. Hay que poner la boca como una “o” y tragar con ruido, para una mejor circulación de las partículas volátiles. El té siguiente, cosecha 2008, se siente con menos sabor a ceniza, y va ganando en notas frutales. Alguien le encuentra un sabor a verduras hervidas y sí, cuando lo dice, me estoy tomando un coliflor. ¿Lo siento realmente o es un mecanismo de defensa para no considerarme una idiota? Hasta a las más avezadas les pasa. “La calabaza grillada te la debo”, comentará por lo bajo Silvia, recibida de tea sommelier, frente a otro té.



Y así llega la sorpresa. Un bing cha puerh de 1985. Un té tan especial amerita una ceremonia especial, y Victoria lo sirve como lo hacen los chinos, levantando y bajando la tetera en señal de respeto, y enjuagando los cuencos sobre una bandeja acanalada. Cada una va a recibir su tacita a cambio de un “xie-xie”, gracias en chino. Ese té de más de 30 años es espectacular: cero astringencia, como tomar un caramelo. Y tiene su precio: los 200 gramos pueden costar hasta 12.000 dólares. Victoria no calcula cuánto vale esta tacita porque, remarca, su valor es “emocional”. Seguiremos probando variedades, pero ese sabor a la pielcita de la almendra tostada, no se olvida. Es increíble cómo sólo agua y unas hojas pueden transformarse en algo tan poderoso. Claro lo tenían los tibetanos, que entregaban sus caballos a cambio de ese ambarino licor.
Link a la nota: http://www.clarin.com/sociedad/pausa-minutos-dolares_0_1684631533.html

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