Michel Rolland: "Sería capaz de hacer vinos hasta en la Luna"
El enólogo francés, de visita en Argentina
El winemaker más influyente del mundo se declara amante de los desafíos.
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Michel Rolland no podía tener otro destino que el de una vida dedicada al vino. No sólo nació en una de las zonas vinícolas más reconocidas de Europa -Libourne, en el sudoeste de Francia- sino que para 1947, los Rolland ya iban por la tercera generación trabajando en viñedos, primero ajenos, luego propios. Se crió jugando entre vides y barricas y, cuando creció, ingresó a la Universidad de Burdeos para estudiar enología. Según él, como segundo hijo de una familia tipo de la post guerra, no tenía otra opción que hacerse cargo del legado. Y vaya si lo hizo. En los cuarenta años siguientes, recorrió el planeta para estudiar otros suelos y otras uvas, hizo vinos hasta en los lugares más remotos, y convirtió su nombre en una marca mundial.
Esta semana visitó Buenos Aires para presentar Clos de los Siete Cosecha 2014, el nuevo lanzamiento de uno de sus proyectos argentinos. “También tengo otro nuevo vino, Mariflor Arthur & Theo, dedicado a mis nietos gemelos”, cuenta con orgullo, en diálogo exclusivo con Clarín.
-Ud. empezó a viajar en una época en que no existía una industria global del vino. ¿qué fue lo que lo impulsó a salir de Francia?
-Una enorme curiosidad. Además, ¡eran los años 60! Yo no era hippie pero tenía 17 años, me gustaba viajar y quería ver California. Nadie conocía los vinos norteamericanos en Europa entonces y yo quería saber cómo eran.
-Como europeo, ¿no subestimaba los vinos del nuevo mundo?
-Es una buena pregunta porque en ese tiempo no nos preocupábamos por eso, porque no había competencia. Los vinos californianos no se vendían fuera de Estados Unidos, lo mismo que los de Sudamérica. No era el mismo contexto. Ahora un chino se toma un vino mío hecho en Argentina y lo postea en Facebook al instante, está todo conectado. En ese momento, si no viajabas, no te enterabas de nada.
-El escritor Alessandro Baricco dice en su libro “Los bárbaros” que los vinos norteamericanos son “hollywoodenses”, “sin alma” y que críticos como Robert Parker, al ponerles puntajes, hacen marketing de un arte. ¿Qué opina de esto?
-No conozco a Baricco, pero creo que es falso decir que no se puede dar puntaje al arte. Yo he leído a Víctor Hugo y creo que no todos sus textos tienen la misma calidad. Lo importante es que quien dé el puntaje tenga alguna autoridad para darlo. Hay críticos serios que pueden dar notas a los vinos porque tienen background y experiencia de cata de años. El problema son ustedes, algunos periodistas (se ríe), que empezaron a catar hace tres meses y ya quieren calificar.
-Desde que se convirtió en un “flying winemaker”, ¿no perdió contacto con la tierra, al pasar tantas horas en aviones?
-No. Es cierto que ya no tengo que caminar tanto los viñedos como antes, pero lo sigo haciendo. Yo fui uno de los primeros enólogos en catar las uvas.
-Lo llaman de todos los continentes buscando asesoramiento. ¿Se puede hacer vino en cualquier parte?
-Yo digo que si alguien tiene un proyecto en la Luna, espero que me contraten a mí para asesorarlos (se ríe). La curiosidad me pone en movimiento. Y si hay una pelea terrible con la naturaleza, puede ser hasta divertido.
-¿Cuál fue, hasta ahora, su mayor desafío?
-La India, por el entorno. A la viña no le gusta el clima extremo, y ahí pasás de la época súper seca a la lluvia monzónica. Y sin embargo, logramos hacer un vino correcto.
-Pero no lo hizo en un viñedo propio sino como consultor.
-No, ¡tampoco estoy tan loco! (se ríe)
-¿Cómo eran los vinos que encontró en Argentina cuando visitó el país por primera vez?
-Era otro tipo de gusto, muy diferente al actual. Eran vinos livianos, con poco color, marrón o naranja… En los restaurantes ponían las botellas arriba de la chimenea y lo servían a 33 grados. Después pedían hielo para enfriarlo. Podías tomarlo así, pero eso no era para un consumidor internacional.
-¿Se puede hacer un vino para exportar, que seduzca a un paladar global, y que no pierda la identidad local?
-No se pierde nada. Argentina mejoró desde la agricultura, en principio. La calidad del vino depende de la calidad de la uva. No hay buen enólogo con mala uva. Después viene la producción, la vinificación.
-En esa evolución surgieron nuevas zonas vinícolas. ¿Cree que hay otras, aún no desarrolladas?
-Seguro. No voy a decir cuáles para que no suba el precio de la tierra (se ríe). Argentina es tan grande, hay tanto espacio… Yo creo que también se puede trabajar más en altura. Pero ahí está la cuestión del riego, de la falta de agua.
-Si hiciéramos una analogía con el fútbol, otra pasión nacional, ¿cómo estarían hoy nuestros vinos para un mundial?
-Igual que la selección, remando y remando (se ríe). No, en serio, así como en el fútbol hoy parece que cualquiera de los grandes puede ganar o perder, así pasa en el mundo del vino.
-¿No hay un Messi?
-Hay varios. Podría ser Catena Zapata o Trapiche, con sus vinos de alta gama. Pero no ganan siempre. Como le pasa a Messi. Es una muy buena comparación.
-Los argentinos siempre quieren ser los mejores del mundo en algo. Con el Malbec, al menos, ¿eso se logró?
-Sí, definitivamente. No hay dudas. Ahora veo que quieren impulsar otras cepas, como el Cabernet Franc o el Cabernet Sauvignon. Pueden hacerlo, pero primero hay que defender el Malbec, que es el gran vino argentino, y, sin dudas, el mejor Malbec del mundo.
Perfil: El consultor más buscado
Tiene viñedos en Francia, España, Sudáfrica y Argentina. Pero, además, trabaja como consultor, asesorando a bodegueros de todas partes del mundo que lo contratan para mejorar la calidad de sus vinos. Al país llegó en 1988, convocado por Arnaldo Etchart. De esa sociedad surgió Yacochuya, su primer proyecto en Cafayate. En Mendoza, es uno de los dueños del grupo Clos de los Siete.
Link a la nota: http://www.clarin.com/sociedad/michel-rolland-winemaker-clos_de_los_siete_0_1693630815.html
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