miércoles, 23 de mayo de 2018

Clarín - Ciudades - Son mujeres y heredaron la pasión por el negocio de la gastronomía

Son mujeres y heredaron la pasión por el negocio de la gastronomía

Verónica Mosquera, Mónica Suárez y Karina Fernández se hicieron cargo de los restaurantes familiares. En un rubro con mayoría de hombres, sacaron adelante sus emprendimientos.
Verónica Mosquera, Karina Fernández y Mónica Suárez, tres mujeres que comparten una pasión. Foto: Martín Bonetto.
Verónica Mosquera, Karina Fernández y Mónica Suárez, tres mujeres que comparten una pasión. Foto: Martín Bonetto.
Si les dicen que el lugar natural de una mujer es la cocina, ellas se ríen. Es cierto que viven entre hornallas, sartenes y cubiertos, pero están muy lejos de ser aquellas a las que la publicidad imagina en un rol secundario. Su papel es la gerencia y su objetivo no es ser el ama de casa perfecta, sino sacar adelante un negocio.
Se mueven en un mundo –el gastronómico- en el que se impone una abrumadora mayoría de hombres: en la cocina, al mando, en los mozos y entre los proveedores. En muchos casos, tienen a su favor años de tradición familiar, pero sólo con eso no alcanza.
Verónica, Mónica y Karina, tres historias con un punto en común. Foto: Martín Bonetto.
Verónica, Mónica y Karina, tres historias con un punto en común. Foto: Martín Bonetto.
En mi casa no se hablaba ni se respiraba otra cosa que gastronomía”, cuenta Karina Fernández, a cargo de Puerto Cristal. Su papá inauguró ese restaurante en 1995, entre varios otros emprendimientos. Con el tiempo y la edad, fue dejando sus negocios en manos de sus dos hijas mujeres. A la hermana de Karina le tocó una de las dos pizzerías familiares y a ella, la otra pizzería y el restaurante en Puerto Madero. “Ella tenía hijos más chicos que llevar y traer del colegio. Los míos eran más grandes y podía ocuparme de dos locales. Hace ocho años y seguimos así”, resume.
En su caso, el cambio de la carrera de abogacía a la gastronomía fue de un día para otro. Un viernes, su socia la llamó para preguntarle si estaba en los Tribunales de Lomas de Zamora. Karina respondió que no, que había surgido un problema en el negocio de su familia. “La persona que gerenciaba se mandó un par de líos”, recuerda hoy. “El lunes siguiente yo estaba en el restaurante. Junté al personal y les dije que para que no cerrara me tenían que ayudar a manejarlo. El trabajo de 50 personas dependía de esto”.
Con el tiempo, aprendió a llevar la caja, a comprar mercadería y después se perfeccionó con cursos. Hoy está orgullosa del trabajo logrado en un local en el que las únicas mujeres son la relacionista pública, la empleada administrativa, la recepcionista y ella. “Es un ambiente machista, pero me conocían desde los 15 años, de venir a comer todas las semanas”, relata. Desde hace 23 años pasa todas las fiestas trabajando en su restaurante: Navidad, Año Nuevo, Día de la Madre… “Si los empleados tienen que venir, ¿cómo no voy a estar yo también?”, observa.
Verónica Mosquera se desempeñó durante varios años en la administración de Bahía Madero y Puerto Sorrento, dos de los emprendimientos familiares. Desde hace tres años y medio está a cargo de Babieca Parrilla, en San Telmo. En el transcurso de su vida profesional, dejó el negocio un tiempo para criar a sus dos gemelos, que nacieron prematuros cuando su hijo mayor no tenía dos años. Con esa experiencia a cuestas, el multitasking no tiene secretos para ella: “Los que trabajan conmigo me dicen que tengo ojos donde no los tiene nadie”, bromea. “Y es así, mi tarea es prevenir antes de que pase algo”.
Entre cocina, salón, bacha y compras, son 25 varones los que trabajan con ella. Si bien no siente que haya tenido que demostrar una capacidad extra entre sus empleados, sí considera que el hecho de ser mujer influye en su forma de mando: “No impongo nada. Pido por favor y recibo de la misma manera. No se eleva la voz. Los escucho y les pido consejos, aunque después las decisiones las tomo yo”, explica.
A 15 cuadras de allí, en Montserrat, Mónica Suárez se toma un minuto para saludar a su hijo Tomás, que se va del negocio rumbo al colegio, que queda a unas cuadras de El Caserío, un restaurante histórico a metros de la Legislatura porteña. El padre de Mónica lo compró hace muchos años y ella lo gerencia desde el 2001.
Ser mujer en este rubro tiene su dificultad, pero en nuestro caso ya pasamos muchas cosas juntos con los empleados”, cuenta ella, antes de empezar a enumerar: la crisis del 2001; la incertidumbre con el conflicto del campo en 2008; problemas con el suministro eléctrico y hasta las dificultades que les generó el proceso de destitución de Aníbal Ibarra y el consiguiente cierre de las cuadras aledañas a la Legislatura, su negocio incluido. En lo personal, Mónica también llegó a tocar fondo con la inesperada muerte de su hija mayor Julieta, producto de una mala praxis médica. Y así y todo, volvió a su restaurante.
Graduada como profesora de educación inicial y especial, coincide con Verónica en cuanto al plus que siente por ser mujer en un mundo de hombres. “Me parece que escuchamos y que valoramos más las capacidades individuales, y que trabajamos para hacerlas funcionar”, señala. “A veces las personas no te dan exactamente lo que vos querés de ellas, pero tienen capacidades en las que vos no habías pensado y que pueden sumar mucho. De ahí vas armando un grupo que puede andar muy bien”, sintetiza.
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