Comiendo todos nos entendemos
Un encuentro en torno a una buena comida es capaz de borrar los límites que impone el idioma
En Vila Koruna ya nos estaban esperando. Nos habían preparado una mesa junto a un gran ventanal con vista al mar. Veníamos de un largo viaje en combi y de una acalorada escalada en las murallas de Ston, Croacia, cuando, de repente, allí estábamos, en un ambiente sumamente relajado, recibidos con amplias sonrisas y un panorama inmejorable: del otro lado de la ventana, allí nomás, se mecían suavemente unas barcazas de pescadores en un mar entre celeste, turquesa y transparente. Bello. Cada elemento parecía estar colocado a mano, a propósito, con la intención de conformar esa postal bucólica, romántica, paisajísticamente perfecta y altamente fotografiable que uno siempre sueña para sus momentos de vacaciones.
Todavía no nos habíamos apropiado de la mesa y ya estábamos, celular en mano, tratando de captar las mejores fotos para mandar a nuestra familia, subir a Instagram, postear en Twitter.
Vuelvo al comienzo. Vila Koruna es un restaurante en Mali Ston, una pequeña villa de Croacia a 50 kilómetros de Dubrovnik, una ciudad más bulliciosa y ajetreada. El restaurante es famoso por sus ostras, además de otros platos de mariscos y una muy buena carta de vinos.
Ston, Croacia
La cuestión es que cuando llegamos a este local, nos recibió el dueño, don Svetan Pejic, con una gran sonrisa. Mientras nosotros estábamos ocupados tomando fotos, él iba sacando bolsones de ostras de piletones, las abría una por una y las acomodaba en una bandeja con hielo y limón. Ya con las ostras sobre la mesa, con paciencia y hablando en croata, nos explicó cómo comerlas: tomar una, exprimirle unas gotas de limón y sin perder mucho tiempo más, sorber la carne... y disfrutar.
Fue un festín. A las ostras del inicio le siguieron muchas, muchas exquisiteces más. Cada vez que creíamos que la cena se terminaba, siempre llegaba un cambio de cubiertos, una nueva aventura gastronómica plasmada en un plato. Y un nuevo brindis con un vino plavac. El cierre lo marcó, horas más tarde, un licor de guindas. Un punto final para el banquete.
Cada tanto, mientras comíamos, Svetan se acercaba y nos hablaba. Él, en croata y con su cara risueña. Nosotros, en español o inglés. No entendíamos ni una palabra de lo que nos decía; seguramente él tampoco entendía lo que le contábamos, pero la magia de la comida, el paisaje que nos rodeaba y, esencialmente la hospitalidad, surtieron un efecto cautivante, encantador. Se borraron los límites idiomáticos. Todos parecíamos congeniar. El resultado fue un diálogo cargado de sonrisas, bienvenida y la felicidad que siempre impone un buen plato de comida.
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