Una noche en Uptown, cocktails y Nueva York como escenario
Después de bajar una escalera, pasar un andén y cruzar un verdadero vagón de subte, Planeta Joy llegó a la barra cuya apertura fue la más esperada del año. En la nota, te contamos de qué se trata.
Sin descanso, el muchacho de pelo revuelto, bigote grueso y barba tupida, va y viene detrás de la barra. En cuestión de segundos, agarra y deja una botella de ron, un almíbar de ananá, jugo de limón, de lima y un licor de hierbas, una y otra vez. Su espacio de trabajo es de apenas unos metros, pero lo hace a un ritmo sin pausa. Acaba de servir un cocktail y ante un pedido que llega, él consulta: “¿me dejás que le explique el trago a ellos?”. Se trata de Luis Miranda que acaba de terminar una de sus creaciones y, ahora, en medio del frenesí, le cuenta a una pareja qué les sirvió. Los movimientos repentinos de Luis no tardan en comenzar nuevamente. De aquí para allá, además, va a entregar cartas de tragos, lavar cocteleras, poner en orden sus herramientas, responder preguntas y hacer sugerencias. “Nadie quiere que el lugar sea ni parezca un boliche, entonces estamos haciendo lo posible para prestarle a cada cliente la atención que se merece”, dirá más tarde. El lugar en donde Luis Miranda despliega todo lo que sabe hacer en coctelería es Uptown, una de las aperturas más esperadas y anunciadas de este año.
Uptown & The Bronx invita a jugar en su concepto: una recreación del subte de Nueva York, que obliga al visitante a bajar por escaleras a una estación de subterráneo, llegar a un andén y atravesar un vagón antes de ingresar al bar (aclaración: cuando se dice que hay que ingresar a un vagón no es una exageración, sino que es porque de verdad hay una formación de subte con puertas automáticas, cabina de conductor y butacas). Finalmente se llega al espacio en donde los cocktails y la comida son las figuras: allí están las mesas para grupos de amigos o parejas y la barra iluminada, como estrella al fondo del salón. Columnas, graffitis en las paredes, techo alto: la ambientación remite a estar bajo un puente. “Cuando llegamos, esto era piso de tierra, escombros y agua de napa. No había nada. Lo hicimos todo desde cero”, cuenta Pablo Fernández, uno de los responsables junto a Andrés Rolando del nuevo spot.
Es temprano en el bar, apenas pasadas las 21.30, y ya hay más de cien personas que ocupan todas las mesas, mientras otros se agolpan frente a la barra. “¿Es de parado el tema acá?”, le pregunta un chico a una chica que lo acompaña. Un espacio amplio sirve para quienes no hicieron la reserva y ahora están a la espera de algo para tomar de pie. Hay algunas banquetas sueltas, pero claramente no alcanzan para todos. Tras pasar el subte, algunas personas que llegan al espacio del bar preguntan por las mesas: no parece que se fueran a desocupar fácilmente. “No les podemos prometer nada”, dicen en la recepción. Aseguran que tienen reservado todo por los próximos 20 días.
En un lateral, hay vidrieras que muestran un local de tatuajes y una farmacia. Se puede entrar al último y encontrar en antiguos estantes, frascos que remiten a viejos medicamentos.
La música suena a un volumen medio. Un poco de hip hop, algo de pop y temas más bien tranquilos son los que ambientan la noche que recién empieza. De a poco, el clima se va armando. Entre cocktails, hay grupitos de chicas a pura selfie, chicos en búsquedas amorosas, parejas que experimentan con algún cocktail desconocido y algunas personas habitúes del mundillo de la coctelería, en especial de Harrison. Las cabezas detrás de ese speakeasy son los mismos que los de Uptown, así que no es extraño que el público del primero (también de onda neoyorkina) se dé una vuelta por el recientemente inaugurado.
En la barra, Luis, Chula Barmaid y tres bartender más no paran de sacar tragos. La carta, como todo lo que puede encontrarse acá, tiene su brújula que apunta a la Gran Manzana: ahí están la sección de Central Park, con cocktails herbáceos, florales y más refrescantes; Brooklyn Bridge, con los clásicos y sus reversiones; Rockefeller, con bebidas premium; Times Square, con tragos para compartir y Soho, el capítulo destinado a la experimentación. En esta sección, hay cocktails con reducción de frutos rojos, hielo de mango picante y el Vip rosé que lleva Carolina Herrera 212 VIP Rosé, Absolut, Chandon Rosé, cordial de Sandía y jugo de limón. El jefe de barra, como todo lo que hace, lo tiene casi listo en tiempo récord. Sin embargo, aun falta el perfume. “Luis, ¿de verdad lleva perfume?”. Pero Luis no contesta: hace un gesto para ser seguido con la mirada, toma el frasco de perfume y aprieta para que un ligero rocío caiga sobre el vaso.
Claro que no todo pasa por los tragos de vanguardia. “¿Qué pedimos, una caipi?”, “¿Me hacés un whiscola?”, “Te pido una cerveza”. “Chula, ¿me ponés un poquito más?”. Chula Barmaid, anteojos de marco negro, pelo oscuro con algún aire al de Robert Smith y camisa colorida, no le niega al cliente un poco más de whisky. Aunque luego aclara que esto no es algo habitual y estamos seguros que ya conocía a ese cliente.
Cada bartender en su trago, todo parece perfectamente coordinado, a pesar de que Uptown abrió hace apenas unas semanas. “Soy media fanática de las aperturas, porque en las primeras semanas no sabés con qué estés lidiando y la cantidad de gente es alevosa”, dice Chula, que ya cuenta con diez inauguraciones en su carrera. “Al principio fue medio como un desborde, pero anoche brindamos porque el servicio ya tomó forma”, añade.
La música sube en su volumen y tiene mayor protagonismo. Desde una torre reciclada en una vieja cabina de una máquina de esas que trabajan en los puertos, un DJ tomó las riendas del asunto. Para hablar, puede que haya que levantar un poco la voz, mientras suena un pop actual. En el espacio entre la barra y las mesas, hay algunos que ya se animan a moverse un poco.
De la cocina, salen pastas, ribs, hamburguesas y sushi, todo en buenas porciones. Pablo Fernández define el estilo gastronómico del lugar como “comida callejera étnica gourmet”. “La idea era armar una especie de comida que se pueda comer en un bar, pero no tener que caer en nachos con queso, papas fritas, tapas, sino armar algo de calidad”, agrega. Dante Liporace ideó la carta, que está dividida en seis estaciones de subte, y cuatro integrantes de la cocina del extinguido Tarquino se encargan de los platos.
En el vagón del subte, un grupos de amigas se sacan fotos, se cuelgan de los pasamanos y otras se sientan ahí y charlan. Otros, que recién llegan al bar, lo inspeccionan de una punta a la otra. También están quienes se sacan fotos con algunos tragos, mientras Bruno Sarda Lerotic (23) opina: “En gastronomía, creo que es 90% organización y 10% concepto, y este lugar tiene las dos cosas.” Y agrega que los bartenders conforman algo así como aquel equipo del Real Madrid conocido Los Galácticos.
Después de la medianoche, el bar se transforma y roza lo bailable, no se baila pero la atmósfera está. Afuera hay fila para entrar. La gente espera para bajar a un subte que abre de noche y se mueve con la cadencia de los buenos cocktails.
Arévalo 2030, Palermo.
Por N.B.
Uptown & The Bronx invita a jugar en su concepto: una recreación del subte de Nueva York, que obliga al visitante a bajar por escaleras a una estación de subterráneo, llegar a un andén y atravesar un vagón antes de ingresar al bar (aclaración: cuando se dice que hay que ingresar a un vagón no es una exageración, sino que es porque de verdad hay una formación de subte con puertas automáticas, cabina de conductor y butacas). Finalmente se llega al espacio en donde los cocktails y la comida son las figuras: allí están las mesas para grupos de amigos o parejas y la barra iluminada, como estrella al fondo del salón. Columnas, graffitis en las paredes, techo alto: la ambientación remite a estar bajo un puente. “Cuando llegamos, esto era piso de tierra, escombros y agua de napa. No había nada. Lo hicimos todo desde cero”, cuenta Pablo Fernández, uno de los responsables junto a Andrés Rolando del nuevo spot.
Es temprano en el bar, apenas pasadas las 21.30, y ya hay más de cien personas que ocupan todas las mesas, mientras otros se agolpan frente a la barra. “¿Es de parado el tema acá?”, le pregunta un chico a una chica que lo acompaña. Un espacio amplio sirve para quienes no hicieron la reserva y ahora están a la espera de algo para tomar de pie. Hay algunas banquetas sueltas, pero claramente no alcanzan para todos. Tras pasar el subte, algunas personas que llegan al espacio del bar preguntan por las mesas: no parece que se fueran a desocupar fácilmente. “No les podemos prometer nada”, dicen en la recepción. Aseguran que tienen reservado todo por los próximos 20 días.
En un lateral, hay vidrieras que muestran un local de tatuajes y una farmacia. Se puede entrar al último y encontrar en antiguos estantes, frascos que remiten a viejos medicamentos.
La música suena a un volumen medio. Un poco de hip hop, algo de pop y temas más bien tranquilos son los que ambientan la noche que recién empieza. De a poco, el clima se va armando. Entre cocktails, hay grupitos de chicas a pura selfie, chicos en búsquedas amorosas, parejas que experimentan con algún cocktail desconocido y algunas personas habitúes del mundillo de la coctelería, en especial de Harrison. Las cabezas detrás de ese speakeasy son los mismos que los de Uptown, así que no es extraño que el público del primero (también de onda neoyorkina) se dé una vuelta por el recientemente inaugurado.
En la barra, Luis, Chula Barmaid y tres bartender más no paran de sacar tragos. La carta, como todo lo que puede encontrarse acá, tiene su brújula que apunta a la Gran Manzana: ahí están la sección de Central Park, con cocktails herbáceos, florales y más refrescantes; Brooklyn Bridge, con los clásicos y sus reversiones; Rockefeller, con bebidas premium; Times Square, con tragos para compartir y Soho, el capítulo destinado a la experimentación. En esta sección, hay cocktails con reducción de frutos rojos, hielo de mango picante y el Vip rosé que lleva Carolina Herrera 212 VIP Rosé, Absolut, Chandon Rosé, cordial de Sandía y jugo de limón. El jefe de barra, como todo lo que hace, lo tiene casi listo en tiempo récord. Sin embargo, aun falta el perfume. “Luis, ¿de verdad lleva perfume?”. Pero Luis no contesta: hace un gesto para ser seguido con la mirada, toma el frasco de perfume y aprieta para que un ligero rocío caiga sobre el vaso.
Claro que no todo pasa por los tragos de vanguardia. “¿Qué pedimos, una caipi?”, “¿Me hacés un whiscola?”, “Te pido una cerveza”. “Chula, ¿me ponés un poquito más?”. Chula Barmaid, anteojos de marco negro, pelo oscuro con algún aire al de Robert Smith y camisa colorida, no le niega al cliente un poco más de whisky. Aunque luego aclara que esto no es algo habitual y estamos seguros que ya conocía a ese cliente.
Cada bartender en su trago, todo parece perfectamente coordinado, a pesar de que Uptown abrió hace apenas unas semanas. “Soy media fanática de las aperturas, porque en las primeras semanas no sabés con qué estés lidiando y la cantidad de gente es alevosa”, dice Chula, que ya cuenta con diez inauguraciones en su carrera. “Al principio fue medio como un desborde, pero anoche brindamos porque el servicio ya tomó forma”, añade.
La música sube en su volumen y tiene mayor protagonismo. Desde una torre reciclada en una vieja cabina de una máquina de esas que trabajan en los puertos, un DJ tomó las riendas del asunto. Para hablar, puede que haya que levantar un poco la voz, mientras suena un pop actual. En el espacio entre la barra y las mesas, hay algunos que ya se animan a moverse un poco.
De la cocina, salen pastas, ribs, hamburguesas y sushi, todo en buenas porciones. Pablo Fernández define el estilo gastronómico del lugar como “comida callejera étnica gourmet”. “La idea era armar una especie de comida que se pueda comer en un bar, pero no tener que caer en nachos con queso, papas fritas, tapas, sino armar algo de calidad”, agrega. Dante Liporace ideó la carta, que está dividida en seis estaciones de subte, y cuatro integrantes de la cocina del extinguido Tarquino se encargan de los platos.
En el vagón del subte, un grupos de amigas se sacan fotos, se cuelgan de los pasamanos y otras se sientan ahí y charlan. Otros, que recién llegan al bar, lo inspeccionan de una punta a la otra. También están quienes se sacan fotos con algunos tragos, mientras Bruno Sarda Lerotic (23) opina: “En gastronomía, creo que es 90% organización y 10% concepto, y este lugar tiene las dos cosas.” Y agrega que los bartenders conforman algo así como aquel equipo del Real Madrid conocido Los Galácticos.
Después de la medianoche, el bar se transforma y roza lo bailable, no se baila pero la atmósfera está. Afuera hay fila para entrar. La gente espera para bajar a un subte que abre de noche y se mueve con la cadencia de los buenos cocktails.
Arévalo 2030, Palermo.
Por N.B.
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