¿Probaste con leer la etiqueta del yogur?
Los alimentos vienen con letra chica y nosotros nos ponemos los anteojos para saber qué es eso que entra en nuestro cuerpo cuando abrimos la boca. Hoy: yogur.
- Se calcula que el yogur nació 8.500 años antes de Cristo
Por Roly Villani
Nace una estrella
Los médicos de la Edad Media intuían la relación entre el yogur y una buena digestión. Fue recién a fines del siglo XIX que el microbiólogo ruso Iliá Ilich Méchnikov, Premio Nobel de Medicina en 1908, explicó la acción de la bacteria lactobacillus, responsable de convertir la lactosa -el azúcar natural de la leche- en ácido láctico, a través de la fermentación. La importancia de este fermento para la regeneración de la flora intestinal se demostraría años más adelante. La bacteria ya estaba lanzada al estrellato.
En la farmacia
Hasta mediados del siglo XX no era fácil, sin embargo, comprar yogur en las grandes ciudades. Se vendía en farmacias y se lo consideraba un alimento-medicamento. En la actualidad, los supermercados dedican heladeras enteras, lo que hace pensar a muchos nutricionistas si no se está exagerando con el consumo. La asociación entre el yogur y el bienestar intestinal le brindó a la industria de la alimentación una base para diversificar el producto hasta el infinito, agregando cosas que no siempre están en consonancia con la idea que transmiten, como, por ejemplo, el azúcar.
¿Has visto una frutilla?
Los yogures de frutilla no tienen nada de frutilla, salvo saborizante y colorante sintético. Esto puede no ser del todo malo, a menos que el colorante sea E 120 (o ácido carmínico), E 120i (rojo carmín), E 120ii (extracto de cochinilla), E 122 (azorrubina), E 124 (ponceau 4r) o E 129 (Rojo Allura AC). Son seis aditivos muy cuestionados. Si bien su uso no está especificado en ninguna etiqueta, muchas distribuidoras argentinas los ofrecen "para la industria láctea".
Firme acá
La consistencia natural del yogur es más bien cremosa. ¿Cómo se logra esa firmeza tan práctica para que resulte fácil comerlo con cucharita? Con espesantes. Los polémicos E 407 (carragenanos), E 407a (algas eucheuma) o E 415 (goma xantana). Ninguno de ellos está prohibido en el Código Alimentario Argentino, pero la comunidad científica ha empezado a cuestionar su consumo.
De Asia con amor
La Real Academia recomienda llamarlo yogur, pero quienes tienen más de 30 recordarán envases que decían yoghurt o yogourt. El origen de la palabra es turco: yogurt. Se trata de un alimento anterior a la agricultura y se calcula que nació 8.500 años antes de Cristo. Los pueblos nómadas del Cáucaso y los Balcanes ya transportaban la leche fresca -sobre todo de cabra- en bolsas hechas de intestinos o piel animales. Al calor de las largas caminatas, las bacterias lácticas se multiplicaban aportando acidez y coagulando la leche.
Colchón de frutas
Enfatizando el carácter natural del yogur, apareció el "colchón de frutas". Esas frutas no podrían conservarse ni 24 horas peladas y cortadas sin un "colchón de químicos" que incluya una buena dosis de JMAF, sucralosa, acesulfame K y la muy cuestionada silicona dimetilpolisiloxano, que puede producir problemas renales, hepáticos, y contiene restos de amianto y formaldehído.
Con cereales
Los cereales son otro éxito del marketing saludable, aunque su análisis excede estas páginas. Basta con señalar que son una pasta de harinas varias y que, en el mejor de los casos, tienen un 24% de azúcar.
Qué hacer I
Elegir un yogur natural (sin sabor ni colorantes) sin cereales ni frutas. Otra buena opción, para no abusar de los lácteos animales, es buscar yogur natural de leches vegetales, como la de coco o almendras.
Qué hacer II
Prepararlo en casa. Calentá un litro de leche a 85° y dejala enfriar hasta los 40°. Agregale una cucharada de yogur natural sin sabor y revolvé un poco. Guardalo en un recipiente tapado a temperatura ambiente, envuelto en un repasador durante 12 horas, tiempo suficiente para que las bacterias hagan su trabajo. Usalo para una ensalada de yogur, pepino y semillas de eneldo.
¿Y el dulzor?
El yogur es naturalmente ácido y con un sabor lácteo. Para que el edulcorado paladar del consumidor moderno no se "asuste", la industria le agrega correctores de acidez y endulzantes, que pueden ir desde el azúcar común hasta los edulcorantes más perjudiciales, pasando por el tristemente célebre jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF).
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