La barra del bar, una costumbre porteña que sobrevive en la era de las redes sociales
Aunque con menos fuerza que antes, el café del barrio sigue siendo para muchos, un lugar fijo de encuentro con amigos.
Hay lugares a los que uno sabe a qué hora entra, pero nunca a qué hora los deja. La Ciudad de Buenos Aires siempre se caracterizó por sus bares tradicionales. Representaban una segunda escuela, la paralela, la “no formal”. En sus mesas se podía compartir un café, una cerveza o un copetín con periodistas, albañiles, abogados, municipales, punguistas, tangueros, estafadores, levantadores de quiniela clandestina y alguna que otra prostituta, entre tantos oficios. El que atendía era el mozo de siempre, que conocía de memoria las preferencias de sus clientes, y sus historias. El dueño, en la mayoría de los casos, no tenía problemas en fiar.
El año pasado los vecinos porteños eligieron al mejor café notable: con 3.706 votos, ganó “Las Violetas”, el bar de la esquina de Rivadavia y Medrano, Almagro, inaugurado en 1884. El segundo lugar fue para Café Roma (3.576 votos), y el tercero para el Tortoni, con 2.255. Los siete restantes de los diez más votados fueron 36 Billares, El Gato negro, London City, Florida Garden, Los Galgos, Esquina Homero Manzi y La Biela.
Amigos que se juntan en Los 36 Billares. Foto: Diego Waldmann.
Las bares porteños ya no son tantos como antes. Once de los notables cerraron sus puertas. Pero por suerte aun quedan vecinos que mantienen su esencia, como esos tangos que siguen sonando como si fueran el hit del último verano. Puede que los clientes de hoy, a diferencia de los de ayer, ya no puedan invitar la vuelta de cafés. Pero a su vez, no pueden dejar de ir. Aunque el bolsillo no acompañe. Se han ajustado en otros aspectos, menos en el bar.
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