La Estrella de Duggan: cómo la antigua panadería de un pueblo se convirtió en un lugar de encuentro y cultura
Se trata de una leyenda de Duggan, del partido de San Antonio de Areco, que hoy vuelve a cobrar vida. Su historia, y cómo fue restaurada
Caía el sol en una tarde de verano con temperatura ideal. Daiana Cuestas Acosta regresaba a su casa después un día muy largo en la Capital. Mientras entraba a Duggan, el pueblo que había elegido para vivir con sus dos hijos un año atrás, escuchaba un audio de Borges. Y aunque ya había pasado cientos de veces por aquella esquina, ese día la vio diferente: “Me topé con una imagen: un señor sentado en la vereda mirando a la nada. Solo. A sus espaldas, la fachada de una construcción muy antigua y linda de ladrillo asentado en barro y aberturas antiguas”.
Daiana frenó, hizo marcha atrás, se acercó al hombre de mirada perdida y le pidió sacarle una foto. “Se presentó y me contó que se llamaba Carlos Viganego. Me contó que era el viejo panadero del pueblo. Unos días atrás un amigo me había preguntado si había probado las tortitas negras de la histórica y emblemática panadería. Pero yo nunca había visto una panadería. Hasta ese día”.
La joven, que dice no creer en las casualidades, había empezado a sentir fuerte la necesidad de un vuelco en el plano laboral. Ya se había mudado de Vagues, otro pueblito satélite de Areco, y ahora iba atrás de la siguiente meta. “Viví 15 años en Vagues. Areco tiene tres pueblitos satélites: Vagues, Duggan y Villa Lía. Vagues es más bien un caserío, tiene muy poquitos habitantes, como mucho 10 casas. Duggan tiene como 1000 habitantes estables, más la gente que se suma con sus casas de fin de semana. Después de dedicarme más de 12 años a la hípica con caballos de carrera y polo, sentí que cumplí una etapa. El año pasado fue un año visagra en donde me tomé un tiempo para ver hacia a dónde seguir”.
En esa búsqueda de algo distinto, ella sabía que había algo que siempre le gustó y que hacía muy bien: “Me encanta levantar un lugar, crear espacios no solo desde lo estético sino de ponerle alma. Los procesos en donde tengo que darle vida a algo es donde mejor funciono. Siempre tuve ganas de tener mi propio espacio. Así pensé que en el pueblo no había ningún lugar para que la gente se reúna e interactué, donde sentarse a tomar algo”.
Este deseo sumado al encuentro con Carlos días atrás y su panadería que había tenido que cerrar, terminaron de dar forma al nuevo proyecto. “Agarre la bicicleta y lo fui a ver. Le dije que quería volver a darle vida al lugar. Le explique que tenía una idea a grandes rasgos y que primero quería saber si contaba con el lugar. Me dijo que lo iba a pensar. El martes siguiente, cuando lo vi sentado afuera, le volví a preguntar. Al otro día estábamos firmando un contrato por tres años”.
Así, en dos semanas de trabajo intenso y batiendo todos los récords de tiempo de refacción y remodelación, La Estrella de Duggan volvía a brillar conservando toda su aura, su historia y su arquitectura. “Si bien la magia residía en su historia había que hacerle algunas reformas estructurales. Conseguí un grupo de constructores que trabajaron hasta las 2 am todos los días hasta fin de mes. Antes me asocié con Malcolm Glass, arquitecto, y su pareja, Clara Taddeo. Después busqué al diseñador y exponente del estilo industrial Bobby Rastalsky. Y le conté la idea de fusionar la gastronomía con el arte y la música. Que se convierta en un lugar de encuentro para la gente del pueblo, un lugar de pertenencia que sume a los turistas que llegan al pueblo y que antes no tenían un lugar donde sentarse”.
Todo ello mezclado con deco y diseño de la mano de Rastalsky, quien hoy ya tiene a la venta muchos de sus muebles y objetos de Diecke, su tienda. “Que haya encuentros. Más muestras de arte, fotografía y música. Acá tenemos un pianista de conservatorio tremendo que toca en la sala grande del Colón. Y hacer noches gastronómicas donde un chef cocine puertas adentro”, continuó entusiasmada Daiana quien, además de dejar en marcha este espacio, hoy se encuentra embarcada en crear y dar vida a nuevos rincones junto a Rastalsky.
Con respecto a la arquitectura del edificio, Malcolm la explicó así: “La idea era conservar el escenario de la panadería, el edificio siempre fue una panadería. La construcción es de 1910. Al principio los dueños fueron unos franceses, tiempo después pasó a manos de la familia de Carlos y funcionó hasta el 2015. Avanzamos siempre con intención de preservar la funcionalidad y la especialidad original de la fábrica. Exhibiendo su historia. El objetivo es transmitir esa historia a nuestros invitados”. Y Daiana agregó: “Queremos que la gente entre y se meta en un túnel del tiempo y que puedan ver el hollín de 100 años acumulado en el techo por el horno de barro. Y que las máquinas antiquísimas queden ahí. Y que cuelguen los géneros que se usaban para estivar el pan y para leudar de un siglo atrás”.
Ya en el final, Carlos quien dedicó la mayor parte de su vida a amasar y alimentar a los habitantes del pueblo y de todos los campos cercanos y que hoy se dedica a estudiar la historia rural, contó: “Mis bisabuelos, inmigrantes franceses vinieron a Duggan. Fueron colonos, trabajaron en el campo. Voy a cumplir 72 años y estuve en la panadería desde el año 66 hasta mediados del 13 que es cuando tuve mi primera operación. Papá, que siempre fue un chacarero de a caballo, compró la panadería para agregarla a sus actividades. Y el sábado del 2 de septiembre de 1966 la abrimos nosotros”. Después el lugar quedó a cargo de Carlos y su mujer hasta que por razones de salud y con mucho dolor tuvieron que cerrar por razones de fuerza mayor. Cinco años más tarde toda esa tristeza y melancolía de lo que parecía muerto se transformó en una segunda oportunidad. El famoso panadero volvió a ver de pie el lugar que con tanto amor, dedicación y trabajo supo cuidar y preservar.
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