miércoles, 9 de noviembre de 2016

Revista Brando - Cómo convertirse en el rey del café

Cómo convertirse en el rey del café


  • Martín Cabrales, vicepresidente de la empresa y tercera generación de cafeteros.
Habrá cafés con aires arábigos. Cafés envueltos en sol de Colombia. Habrá cafés teñidos de brisa brasileña y garotas de Ipanema. Del café de su pocillo emergerá aroma a grano tostado, el insufle vaporoso de la calidez cafetera, todo ese intríngulis matinal que lo llena de algarabía pasajera antes de enfrentar el infierno en que se convirtió su vida. Pero todo eso es cosa sabida. Lo que nadie jamás imaginó es que un café pudiera tener tanto olor a apellido. Pero ahí están ellos: los Cabrales, tercera generación de familia cafetera, para dar cabida a lo inimaginable. 
Cuando Antonio Cabrales llegó a la Argentina, desde Asturias, tenía 17 años. No escapaba de la guerra, como lo harían sus coterráneos tiempo más tarde. No escapaba de la gripe española. Ni de la hambruna. Llegó siguiendo el camino de sus muchos hermanos -él era el menor-, que ya tenían trabajo en esta patria tan prometedora. Antonio se hizo de abajo. Y se hizo rápido. No tenía mucha escuela, pero tenía un espíritu emprendedor que catapultaría su apellido por varias generaciones. 
De entrada, no bien puso un pie en el país, irrumpió en el rubro cafetero, a pesar de que ninguno de la familia tenía experiencia en el gremio. Lo emplearon de pinche en Al Grano de Café, propiedad de otro español, amigo de la familia, en un local en Carlos Pellegrini que luego se transformaría en cine. Allí se ganó el derecho de piso. Y luego tocó el techo. Pero no lo hizo en Buenos Aires. El despegue sucedió en la costa Atlántica. En una temporada, el dueño tomó una decisión que cambiaría su vida, y la de esta historia para siempre: "Necesito alguien para cubrir un local en Mar del Plata. Es solo por la temporada". Y allí fue Antonio. 
En ese localcito, Cabrales descubrió que tenía vuelo propio. Rápido para los números, carismático y emprendedor, en un par de temporadas se cortó solo. Le dio las gracias a su patrón español, y a otra cosa mariposa. 
Inauguró su primer local en 1941, un 25 de noviembre de hace 75 años. Lo llamó La Planta de Café -sigue allí la empresa, en Rivadavia e Independencia-. Hizo de todo, como en los viejos tiempos: cargó bolsas, tostó, sirvió, atendió y salió a repartir. Es poco lo que saben sus nietos de aquella primera época. Tenía un solo empleado de apellido García -hoy, sus descendientes siguen en la empresa-. Pero en la familia Cabrales, se repite una misma anécdota. La primera tostada inaugural, al viejo Cabrales, se le quemó. Pero para quedar grabado en un lugar de la historia, se necesita, como mínimo, un espíritu tenaz. O, para decirlo en criollo, un cabeza dura. Y Cabrales, el abuelo, estaba a la altura de las circunstancias. Los marplatenses lo acunaron como un hijo postizo. Y al cabo de los años, el negocio de Cabrales era tan resonante que había hecho migas con los capos colombianos de la Federación de Cafeteros de Colombia. Pero migas que eran prácticamente pan entero. Y en las fiestas, se caían a Mar del Plata y brindaban en las Navidades por un año nuevo juntos burbujeante y cafetero. 
¿Qué podemos decir del primer Cabrales? Era, el primer Antonio, como dijimos, un poco testarudo. Era, esto no lo dijimos aún, amante de la buena vida. Cocinaba como un chef: sus hitazos eran el arroz con mariscos y los pescados. Y para Antonio, esa buena vida había, muchas veces, que salir a comprarla afuera. Le gustaba el whisky Johnnie Walker Etiqueta Negra y el coñac francés. Le gustaba el champán, y de tanta pasión por la bebida se armó una colección: aún hoy sus botellas añejas e importadas se lucen en su local de la calle Alberti. 
Además liquidaba varios atados de Benson al día. Después, se entusiasmó con los L&M. Pero dos veces al año, ya de vuelta en su carrera, se internaba con los adventistas en Entre Ríos a respirar aire puro y beber agüita de manantial. Y luego, con hipnosis, dejó el tabaco. 
Pero, claro, Cabrales tenía una habilidad para convertir sus rasgos en negocios. Así fue como empezó a incluir además de la venta de cafés, la oferta de licores y delicias premium made in afuera. Viajaba en barco y se pasaba cinco meses en Europa, explorando la buena vida con los cinco sentidos, más un sexto sentido comercial. Así vivió hasta los 85 y hasta el último día de su vida, en febrero de 1990, fue a trabajar a la empresa. 
No olvidemos que esta es una historia familiar, no solo personal. Pues uno de los que le dio a Cabrales su expansión nacional fue su hijo, también Antonio. Quique es el primero que tuvo la brillante idea de hacer sobrecitos de azúcar y ponerles su nombre -hoy Cabrales es el que más sobres de azúcar fabrica en la Argentina, vende 20 millones al mes-. Quique era -lo sigue siendo- un innovador. O para decirlo en criollo rompía bien los granos. Cuando los cafés se lanzaban envasados en las góndolas del súper con el color amarronado propio de la semilla cafetera, a Quique se le ocurrió algo: "¿Qué tal si hacemos un modelo de café Cabrales en dorado?". No vamos a decir que su familia no recibió la idea con un poco de susto, pero aquel envase se destacó de la competencia y se instaló en el inconsciente colectivo de generaciones. 
En los años 80, Cabrales puso un pie en los súper y empezó su avance a la conquista nacional. En tiempos en que las cadenas de supermercados tenían dueño de carne y hueso -Disco, Norte, el perdido Hogar Obrero-, José Manuel Cabrales, hermano de Quique, se sentó a hablar con todos ellos y le abrieron las puertas a su café. Primero hacia el sur, rumbo a Ushuaia. Luego, cual plaga cafetera, se contagió al resto del país. 
Como política de la empresa, no apuestan a multiplicar locales ni tener franquicias. Ni bares. Ni dan pocillos de café. "No queremos competir con nuestros clientes", advierte Martín Cabrales, vice de la empresa, la tercera generación cafetera. La empresa, a pesar del arraigo con el café, en los tempranos 90 fue pionera en importar cerveza en lata. 
Hoy en día, los Cabrales abastecen tanto a Maru Botana como a Francesca, o a Havanna y McDonald's. Entre los 400 empleados de la compañía, hay siete que llevan el Cabrales en el apellido. Muchos de sus proveedores tienen ya 50 años de prestarle servicios. Si bien el café sigue siendo café, ahora toda empresa tiene su laboratorio, y emplea a físicoquímicos para encontrar el sabor buscado. 
Aunque somos más materos que cafeteros, un argentino consume un kilo por año de café -Finlandia se lleva el podio con 16 kilos-. 
Luego de décadas de mala prensa, ahora los científicos dicen que el café es un energizante natural, antioxidante y activa la memoria. Tres tazas al día, coinciden, hacen bien. 
Este espaldarazo médico es para los Cabrales un golazo. Sumados a una campaña mundial en apoyo al consumo de café, los cafeteros esperan que el consumo mundial se eleve. La familia Cabrales, mientras tanto, lanzó al mercado las primeras cápsulas nacionales compatibles con Nespresso. Lo encargaron a un maestro cafetero de Bolonia, Italia. Y tras cuatro años de ensayo y error, acaban de introducirlo en el mercado con cuatro sabores diferentes. 
Antes, las góndolas en el sector café eran pobretonas y deslucidas. El amante del café tenía pocas opciones para decidir. Hoy en día, sin embargo, las góndolas argentinas están a la altura de las europeas. Los Cabrales, por su lado, ya tienen más de 20 blends en el mercado. 
"La portación de apellidos no genera derechos", repetía Quique en la mesa familiar. "Llevar este apellido genera obligaciones. Nunca lo olviden". Hoy los Cabrales elaboran y venden alrededor de 600.000 kilos de café cada mes. Por lo visto, se trata de un mandato que nunca olvidaron. 
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