Consumo. Cuánto se paga de impuestos al ir a un restaurante o un hotel
Una familia que come en un restaurante si al momento de pagar la cuenta, la misma tiene un valor de 1600 pesos, de ese monto 596 pesos van destinados a pagar la carga tributaria
Un viaje a algún lugar de la Argentina o compartir una cena en un restaurante son opciones que pueden elegir las familias para salir y disfrutar un tiempo juntos. Sin embargo, el precio final muestra la factura esconde sus secretos. El costo de los productos o servicios, la mano de obra y los impuestos son algunos de los componentes de ese monto que paga el consumidor. La pregunta es: ¿Cuánto de lo que se paga en un restaurante o un hotel va destinado a pagar la carga tributaria?
Según un reciente relevamiento del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), una familia de cuatro personas que se aloja por una noche en un hotel "pequeño" paga un 36,9% de impuestos en su tarifa final.
De acuerdo con este relevamiento, si el valor de la factura es de $5000 pesos, al menos $1843,20 se destinan a pagar la carga tributaria nacional, provincial y municipal.
El valor resulta de sumar los $37,60 (0,75 %) de la tasa de Seguridad e Higiene municipal, $40,20 (0,80%) por Impuesto al Cheque, $154,10 (3,08%) por Ingresos Brutos, $124 (2,48%) por impuesto Inmobiliario, $143,60 (2,87%) por Ganancias, $867,80 (17,37%) por IVA y $475,90 (9,50%) por Seguridad Social.
Mientras que en el caso de los restaurantes, los impuestos implican al menos un 37,3% del monto de la cuenta. Por lo tanto una familia que sale a almorzar y paga $1600, de ese monto unos $596 van destinados a pagar la carga tributaria. Siempre, claro, que el pago sea en blanco y registrado, situación que muchos establecimientos esquivan al cobrar "solo efectivo" y tener tarjetas "suspendidas".
Ese monto resulta de sumar $12,20 (0,76%) de la tasa de seguridad e higiene municipal, $12,90 (0,80%) por Impuesto al Cheque, $50,20 pesos (3,13%) de Ingresos Brutos, $26,40 (1,65%) por impuesto Inmobiliario, $11 (0,68%) por Ganancias, $277,70 pesos (17,36%) por IVA y $206,10 (12,88%) por Seguridad Social.
Los datos surgen de un relevamiento realizado por el Instituto Argentina o de Análisis Fiscal (IARAF), en una medición que realiza todos los años la organización junto con La Federación Empresaria Hotelera Gastronómica de la República Argentina (FEHRA). Para el informe se toma como fuente la legislación vigente durante 2019 a nivel nacional, provincial y municipal.
El informe refleja cómo quedó establecida la carga tributaria que recae sobre la actividad de restaurantes y hoteles en la Argentina a fines de 2019 y como comenzó 2020. Al analizar la información que arroja el informe, Nadin Argarañaz miembro de (IARAF) asegura: "Con respecto a 2018 no se registraron grandes cambios".
Argarañaz asegura que "es tan alta la carga tributaria en la Argentina que genera un incentivo a evadir". Además explica que la evasión trae con sigo un incremento en la competencia desleal entre los establecimientos. " Al ser tan altos los impuestos quien no declara la totalidad o un porcentaje de la facturación se queda con un importante monto de dinero", explica Argañaraz.
El expresidente de IARAF no descarta que para 2020 se establezcan nuevos impuestos, principalmente considerando la suspensión del Pacto Fiscal. "La inquietud está en si en algunos lados va a volver a subir la carga de ingresos brutos provincial o la carga de la tasa municipal", indica Argarañaz
Gloria, caída y resurrección de la Confitería del Molino
Estuvo 20 años abandonada. No la demolieron de milagro. Cómo es la puesta en valor de este emblemático edificio que marcó el pulso porteño en el siglo XX.
Miguel Romero trabaja colgado de un arnés, a más de setenta metros de altura. Con solo girar la cabeza, se topa con la cúpula del Congreso de la Nación. Desde esta posición, la tiene a unos doscientos metros en línea recta. Y si observa en diagonal hacia abajo, ve que los peatones se mueven como hormigas entre Callao, Rivadavia y la Plaza de los dos Congresos.
Más allá de la espectacularidad del paisaje urbano y el vértigo de la escena, el suyo es un trabajo totalmente artesanal, donde la paciencia es lo que manda. Ahora mismo, cepilla con dedicación y humedece con un rociador de jardín una por una las teselas que revisten la fachada de la mítica cúpula. ¿El objetivo? Lograr que las 6.500 piezas de vidrio y polvo dorado luzcan como en la fecha de su estreno, allá por 1917.
Romero es uno de los más de cien obreros y especialistas que participan de un proyecto histórico: la restauración de la Confitería del Molino (a cargo de una comisión Bicameral del Congreso de la Nación), edificio de 7.600 metros cuadrados y cinco plantas que desde su cierre, el 24 de enero de 1997, sufrió dos décadas de deterioro y abandono.
En poco más de un año de trabajo, ya se recuperaron decenas de paños de vitrales (aunque el trabajo es arduo: el total de estas ventanas con aires de la belle époque llega a 1.200 metros cuadrados), se restauraron 254 metros de fachada, 150 metros de estucos y los salones principales ya no lucen en ruinas.
Artesanos trabajan para recuperar el brillo de las aberturas del edificio. /Juano Tesone.
El Molino es uno de los edificios más emblemáticos de Buenos Aires. Durante todo el siglo XX, las grandes personalidades de la cultura argentina tomaban café aquí.
“Allá se sentaba Pichuco”, nos cuenta Enrique Mendoza, quien trabajó como mozo de la Confitería entre las décadas del ‘60, ‘70 y ‘80. Habla de Aníbal Troilo y su recuerdo sigue así: “Era un tipo especial. Cuando llegaba se pedía una botella de Don Valentín para él solo. La Griega, como le decían a la mujer (Ida Dudui Kalacci), se quedaba parada al lado. Él sabía lo que les gustaba a sus amigos. Cada fin de año nos pedía que le armásemos un canasto a cada uno. A Mariano Mores le mandaba un buen champagne y turrones de almendras españolas. Al Polaco Goyeneche, una botella de Chivas. Y a Edmundo Rivero, algún whisky y unos buenos vinos. Quería que los paquetes estuvieran bien adornados y nos daba una buena propina”.
La tercera cámara
Así llamaban a la famosa Confitería por ser el espacio donde arrancaba la rosca política. “Alfredo Palacios llegaba elegante antes de las sesiones en el Congreso”, cuenta Mónica Capano, que es una de las antropólogas que se encarga de recuperar la historia del lugar. Arturo Illia, en sus tiempos de diputado, leía allí los diarios sábana, “para los que tenía toda una técnica de doblado”, mientras esperaba a quien sería su compañero de fórmula presidencial, Carlos Perette.
La idea era revolucionaria: un edificio Art Noveau pero con una base de hierro, similar a las construcciones de Chicago del 1900.
Durante años, una versión juraba que el mismísimo Juan Domingo Perón había tenido su propia mesa. Según Mendoza, “eso es falso”, y todo formó parte de una movida publicitaria, lo que hoy en la jerga se conocería como un PNT.
“Se había armado la situación para que la registraran los fotógrafos. La idea era mostrarle a la prensa que Perón había ido a tomar el té a la Confitería del Molino. El general entró por Callao junto a Isabelita. Vestía un sobretodo beige. Se sentó un minuto a una mesa que se le había preparado para la ocasión y salió por Rivadavia, donde en ese momento había una playa de estacionamiento y lo esperaba el coche”, afirma el mozo que, después de retirarse en 1984, comenzó a trabajar para el Congreso de la Nación.
Los vitrales de la Confitería del Molino. /Juano Tesone.
Más allá de los grandes nombres de la política y la cultura, El Molino marcó el ritmo de la vida social porteña de la década del ‘20 en adelante. “Durante mucho tiempo creímos que las familias aristócratas porteñas, como los Pereyra Iraola o los Pellegrini, utilizaban este lugar como salón de fiestas. Pero, viendo los registros, nos damos cuenta de que ellos hacían sus reuniones en sus palacetes. Las fiestas eran de la gente acomodada –no de la aristocracia–, aunque a medida que el país se fue democratizando se celebraron aquí cada vez más casamientos y bautismos de las clases medias”, revela Capano.
Las tareas de restauración abarcan desde las puertas y ventanas hasta los estucos de la Confitería del Molino. /Juano Tesone.
El padre de la criatura
Cayetano Brenna es el nombre clave en esta historia. A mediados del siglo XIX, este pastelero italiano nacido en Milán deleitaba a Buenos Aires con sus dulces desde la Confitería del Centro (ubicada en la calle Rodríguez Peña), que en 1866 pasó a llamarse Confitería del Molino. Compartía los hornos con su colega Constantino Rossi.
La línea de tiempo dice que, en 1904, Brenna va a consolidar su fama, mientras que Rossi seguirá otro camino. El milanés decide comprar la esquina de Callao y Rivadavia, y mudar a ese solar la Confitería del Molino. La calidad de la pastelería más la ubicación inmejorable disparan el éxito.
Hacia 1911, Brenna suma los edificios linderos de Callao 32 y Rivadavia 1815 para extender su imperio. Al mismo tiempo, con su gastronomía sigue formateando el paladar de los porteños. ¿Sus clásicos? Merengues, panettones con castañas, pan dulce, marrón glacé. ¿Sus invenciones? El Leguisamo, llamado así en honor al célebre jockey, y el Imperial Ruso (“que hay que cortarlo con el cuchillo caliente para que no se desmorone”, recomendaba el propio autor).
Asociado a su yerno, de apellido Rocatagliatta, Brenna contrató a Francesco Gianotti, uno de los arquitectos top de la época, para comenzar un mega proyecto. La idea era revolucionaria: un edificio Art Noveau en Buenos Aires, pero con una base de hierro, bien propia de las construcciones de los Estados Unidos, principalmente de Chicago, a principios del 1900.
El trabajo en la cúpula de la Confitería del Molino. /Juano Tesone.
“Fue un proyecto muy ambicioso y experimental: Gianotti decidió cargar hormigón armado sobre la estructura de acero para anexar los edificios y las plantas superiores, pero la condición era que la Confitería no dejara nunca de funcionar”, explica el arquitecto Guillermo García, quien hoy encabeza las tareas de restauración.
Además de la Confitería y de la ampliación del salón de fiestas hasta los 932 metros, Gianotti construyó una serie de departamentos, los que desde el segundo hasta el quinto piso miraban hacia las avenidas Rivadavia y Callao.
Las crónicas de la época cuentan que la cosa fue tan ostentosa que Gianotti le encargó a su hermano que enviara desde Europa puertas, ventanas, mármoles, manijas de bronce, cerámicas y más de 150 metros cuadrados de vitrales.
El último subsuelo estaba inundado. Había riesgo en los cimientos. Buzos tácticos debieron sumergirse para asegurar la estructura.
Cuando recorremos la Confitería (que tiene fecha de reinauguración para mediados de 2021), vemos las imponentes columnas de mármol que, además de ser la estructura del edificio, le dan un aire palaciego. Pero no todo es lo que parece.
“Gianotti no pudo traer las columnas de mármol desde Europa, pero sí hizo venir a un artesano que confeccionó el estucado con polvo de piedra para que le diera a los pilares un aspecto similar”, explica Guillermo García.
Es difícil precisar en qué momento exacto empieza la debacle de la Confitería del Molino. Está claro que en 1938, con la muerte de Cayetano Brenna, se perdió un liderazgo. A partir de entonces, el lugar comenzó a pasar de mano en mano y de quiebra en quiebra.
Quizá el último hito en la historia del negocio haya sido la visita de Madonna. En 1996, la reina del pop aprovechó un parate en el rodaje de la película Evita, de Alan Parker, para filmar el clip de la canción Love Don’t Here Anymore en el emblemático edificio. El video arranca con una toma de las columnas de falso mármol.
La resurrección
El 24 de enero de 1997, la Confitería del Molino cerró definitivamente sus puertas. En las siguientes dos décadas, sufrió saqueos y un deterioro que casi deja al edificio en la ruina definitiva. En esos años, empezaron a llover las denuncias de los vecinos por el estado del inmueble.
El 19 de septiembre de 2015, el Gobierno de la Ciudad llevó una grúa hasta la esquina de Rivadavia y Callao para demoler la histórica cúpula que había sido inaugurada 98 años antes. Pero un desperfecto en la máquina impidió la demolición. Fue el golpe de suerte que permitió la esperanza de una nueva vida.
Los vitrales de la Confitería del Molino en plena restauración. /Juano Tesone.
El 2 de julio de 2018, un grupo de integrantes de la Comisión Bicameral que encara la restauración del Edificio del Molino abrió las puertas del lugar tras 21 años.
“Estaba todo tapiado. Nos acompañaba la ex dueña y el portero iba con un manojo de llaves abriendo puertas, destrabando cada rincón del edificio en la penumbra total. Encontramos intrusos que habían ocupado los viejos departamentos. Se habían robado los bronces, el subsuelo estaba inundado y lleno de alimañas. La planta baja estaba tapiada y los pisos de arriba, todos podridos. Caminábamos con mucho cuidado para no caer por un agujero. Habían bajado las puertas para robarse lo que quedaba. Fue una imagen terrible, pero también el puntapié inicial de la recuperación”, destaca el arquitecto García. Con el último subsuelo inundado, hasta los cimientos podían estar en peligro.
De repente, en pleno centro porteño, se empezó a rodar una película de Jacques Cousteau: un grupo de buzos tácticos se sumergieron en las profundidades y colocaron andamios que aseguraron las estructuras.
De a poco, el edificio comenzó a hablar como si se tratara de un cuerpo analizado por un equipo de forenses. A medida que la obra avanzaba, El Molino iba dando mensajes. Se caía una moldura y de su cara interior surgía una fecha escrita a mano: Buenos Aires, febrero de 1916.
Asaderas y vajilla antiguas recuperadas. /Juano Tesone.
“Eso nos dio la pauta de que esa moldura que acompañaba un salón de estilo francés –y había sido tapada por una modificación– fue parte de la obra que encaró Gianotti en 1916”, explica la licenciada Sandra Guillermo, que es arqueóloga y otra de las profesionales del equipo multidisciplinario.
“Es un trabajo de arqueología atípica porque no excavamos, pero a través de los objetos logramos reconstruir procesos. Encontramos 2.900 asaderas y cientos de moldes, lo que nos habla del volumen de producción que tenían. Cada fin de año abría las 24 horas. Dicen que el pan dulce no llegaba a enfriarse porque se vendía antes. Y en este lugar se hacía todo. Incluso tenían una máquina para enlatar al vacío: o sea, acá se producía la conserva pero también la lata”, continúa.
“Una tarde, en el entrepiso del segundo subsuelo aparecieron unos diarios, todos con artículos que tenían que ver con El Molino. Uno hablaba de la quiebra. Otro decía que estaba por cerrar. Y un aviso de 1979 mostraba que le habían cambiado el nombre por Confitería del Legislador. Lo paradójico es que en ese momento histórico no había legisladores en el país: a pocos metros, el Congreso de la Nación estaba cerrado porque gobernaba la Dictadura”, explica Guillermo.
Más allá de los avatares de las épocas, el cierre de la Confitería pareció haber sorprendido a todos, más que nada a sus trabajadores.
Las teselas de la cúpula son puestas a punto una a una. /Juano Tesone.
“Encontramos una olla de gran tamaño que aún contenía azúcar en cantidad, posiblemente de la preparación de algún postre que se hizo hace más de 22 años. Su cocción quedó detenida en el tiempo”, especula la arqueóloga.
Cuando vemos cómo han vuelto a lucir la Confitería y el salón de fiestas de 832 metros cuadrados, no podemos creer que de este lugar hayan salido casi mil kilos de basura. Hoy, esos dos ambientes están prácticamente restaurados. Y, para mitad de este año, la histórica fachada quedará lista. El plan es que en junio de 2021 se reinaugure la Confitería, mientras la obra continuará en los pisos superiores.
La cocina asiática es mucho más que sushi. Conocé lo esencial para iniciarte en los sabores llegan de Corea.
¿Sos foodie? ¿Curiosa de la comida? Si la gastronomía coreana aún es un pendiente, aquí podrás anotar 5 datos claves para iniciarte en sus sabores.
UN PLATO
Lo principal de la comida coreana es el ”bap”. ¿Qué es? Simple: al arroz cocido se lo llama “bap”. Para hacer el arroz con estilo coreano se usa la variedad doble carolina o tipo fortuna. También pueden incluirse otros cereales.
UN INGREDIENTE
El picante llamado “gochugaru” que se incluye en el “hansik”: es es el nombre con el que se conoce a la mesa tradicional coreana.
El “hansik” además del “bap,” tiene sopa, guiso, carne, pescado y distintas ensaladas con hierbas y verduras. Pero son muy importantes los condimentos y las especias.
Si bien la historia con el picante “gochugaru” en el “hansik” no es tan antigua a comparación a toda la trayectoria gastronómica del país (porque el ají es descubierto en América y viajó hasta oriente), en la actualidad es uno de los ingredientes que no puede faltar.
Además, la guarnición principal de esa mesa coreana es el “kimchi”. Se trata de conservas de verduras y hortalizas sazonadas con especias, mariscos y pescados fermentados.
Foto de Ornella Capone / Gastro Corea
UNA TRADICIÓN
El “kimjang” es una práctica colectiva para hacer y compartir el “kimchi”. Esto sucede en otoño y es para preparar toda la cantidad de “kimchi” que va a necesitar cada familia para poder pasar el invierno.
En la gastronomía coreana, además de los sabores son importantes las formas, los colores y los recipientes como los platos donde se colocan las comidas. La cuchara se utiliza tanto para el arroz como para la sopa.
UN BARRIO
Para explorar la gastronomía coreana en Buenos Aires hay que arrimarse hasta la zona de Flores. Ya que la mayoría de la colectividad trabaja en el rubro textil y está instalada en ese barrio. Por lo tanto en sus alrededores vas a encontrar almacenes y restaurantes coreanos.
Un brindis por el Día Internacional del Whisky escocés
El pasado sábado 8 de febrero se celebró el Día del Whisky en conmemoración del nacimiento de John Walker, creador de la reconocida marca de whiskies, Johnnie Walker. Celebremos repasando su interesante historia.
El whisky escocés que expresa el lugar, el momento y la gente que lo hace, tiene una multiplicidad de estilos y es disfrutado en todo el mundo. Es tanto el reconocimiento mundial que posee, que como toda gran ocasión, tendrá el 8 de febrero su gran festejo a nivel mundial, el International Scotch Day (Día Internacional del Scotch), una ocasión ideal para celebrar este whisky y conocer más sobre su herencia, origen e innovaciones.
Johnnie Walker es el referente a nivel mundial del scotch y es el whisky escocés más vendido del mundo. Su historia comienza con el hombre que le dio su nombre a este whisky: era el año 1819 y el padre de John Walker acababa de morir. Ese año, la granja de la familia había sido vendida y el dinero usado para establecer su propia tienda de abarrotes en el pueblo de Kilmarnock. Fue un movimiento inteligente. John tenía un don natural para los negocios.
También tenía un talento para el whisky. En esos días, la mayoría de los comercios y tiendas ofrecían una línea de single malts, pero estos whiskies no eran muy consistentes y con estilos muy distintos. Esto no era lo suficientemente bueno para John, quien empezó a mezclarlos para que su whisky tuviera un sabor único y perdurable. Este se convirtió en una adición adquisición muy popular en el inventario de su tienda. En 1857, cuando John murió después de una vida plena y próspera, dejó a su hijo Alexander con un negocio próspero.
Para 1867, Alexander lanzó la primera mezcla comercial de Johnnie Walker y la llamó ‘Old Highland Whisky’. Luego hizo un movimiento astuto convirtiendo a capitanes de barcos en sus agentes para llevar su whisky a cualquier lugar al que pudieran navegar. En poco tiempo, su mezcla única estaba disponible en todo el mundo.
Poco después, Alexander empezó a usar la famosa botella cuadrada para reducir el riesgo de roturas y se aseguró de que una mayor cantidad de whisky llegara intacta a destino. También agregó una etiqueta distintiva, inclinada a exactamente 24 grados, para hacerla destacar aún más en el resto de las botellas.
Alexander hereda el apellido Walker, dejando la compañía a sus hijos Alexander II y George –el primero un maestro mezclador y el último un maestro en los negocios. Fue durante esta época que el ilustrador más reconocido del momento, Tom Browne, esbozó una idea para un logo en el respaldo de un menú durante un almuerzo. Alexander y George adoptaron al “striding man” o «Caminante» inmediatamente.
En 1920, el whisky Johnnie Walker estaba presente en 120 países. A medida que el siglo avanzaba, se convirtió en parte de la cultura global: inmortalizado por cantantes y cineastas, idolatrado por socialités y estrellas de cine, disfrutado por políticos y caminando hombro a hombro con los grandes deportistas y mujeres de la época
El 1 de enero de 1934, a John Walker & Sons le fue otorgada una Garantía Real por el Rey George V para abastecer de whisky a la Casa Real. Al día de hoy, aún la conserva. En 1909, Alexander y George renombraron su exitosa y nueva variedad de whiskies con los colores de sus etiquetas icónicas. Así, Johnnie Walker Red Label y Johnnie Walker Black Label habían nacido.
Hoy, Johnnie Walker es la marca de whisky escocés más grande del mundo y su eslogan ha sido adoptado y acuñado en todas partes como un grito de batalla para inspirar el progreso, como coraje en la adversidad, como una expresión de alegría y optimismo y como el mejor consejo que alguien siempre está dispuesto a recibir – Keep Walking.
¿COMO SERVIMOS EL WHISKY?SOLO O “NEAT”: Sin hielo. Simplemente se sirve el whisky en el vaso. EN LAS ROCAS U “ON THE ROCKS”: Definir la cantidad de hielo que deseamos agregar. CON UN POCO DE AGUA: Típicamente se sirve la misma cantidad de agua y whisky. Se recomienda que el agua sea mineral o filtrada. CON UN VASO DE AGUA AL COSTADO: Se sirve el whisky en el vaso sin hielo. Al costado, otro vaso con agua mineral o filtrada. Vamos alternando un vaso y el otro. MEZCLADO EN ALGÚN COCKTAIL: Los hay de lo más diversos, desde el tradicional old fashioned y whisky sour hasta el penicilin o el Johnnie & Ginger (con Ginger Ale).
El Aeropuerto de Ezeiza continúa sumando propuestas gastronómicas
El aeropuerto internacional de Buenos Aires continúa trabajando en la expansión de su propuesta gastronómica. Tras la apertura de varios locales, ahora llega el turno del Sport Bar de Quilmes en el preembarque internacional.
El Aeropuerto Internacional Ezeiza continúa ampliando su oferta gastronómica y presenta su última incorporación, un Sport Bar con concepto deportivo cuyo menú ofrece cervezas tiradas, picadas, sándwiches y tapeos. Con el auspicio de Quilmes, el espacio propone a los pasajeros disfrutar de sus deportes favoritos desde las pantallas que ofrece el local, sentados en gradas que emulan las canchas de fútbol. La nueva propuesta gastronómica se encuentra a pasos de la puerta 18 en el preembarque internacional.
En los últimos dos años fueros sumándose distintas opciones gastronómicas, entre las que se encuentran: una parrilla típica argentina, un steakhouse, cafeterías de diferentes estilos, comida natural y orgánica, varias propuestas de comida rápida y menús de distintas categorías de precios para estar al alcance de todos los presupuestos.
La oferta gastronómica del Aeropuerto de Ezeiza se ofrece al mismo precio de los locales ubicados en la Ciudad de Buenos Aires como parte de una política de la empresa, donde las marcas deben mantener los valores ofrecidos en sus tiendas de la ciudad.
Las últimas aperturas en el Aeropuerto Internacional Ezeiza fueron: Outback, una steakhouse australiana con su primer local en el país dentro del aeropuerto; Le Pain Quotidien, Burger King y Fausto Wine Bar. Completan la oferta: Florida Garden, Hard Rock Café, La Brioche Doreé, Natural Market, Starbucks, McDonald´s, y Havanna.