lunes, 29 de agosto de 2016

La Nación - Revista - El lado oscuro de las cocinas gourmet

El lado oscuro de las cocinas gourmet

Cómo los aprendices de chef se forman entre jefes infernales, jornadas eternas y trato humillante

Foto: Sebastián Dufour

PARA LA NACION
DOMINGO 28 DE AGOSTO DE 2016

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Sebastián Rivas Proia está parado frente a las hornallas. Sostiene dos viscosos trozos de merluza negra, de un color grisáceo, mientras mira dubitativamente una sartén que chisporrotea en el fuego. Una nuez de manteca comienza a derretirse y entonces coloca el pescado, procurando no moverlo demasiado. Si se rompe, es hombre muerto; la merluza negra es muy costosa. Debe esperar a que se forme una costra dorada y recién ahí dar vuelta los filet. Pasados unos minutos, que se le hacen interminables, coloca la espátula debajo y advierte que algo anda mal: la carne está pegada al fondo; se pasó de cocción y un leve olor a quemado lo delata. Casi en pánico, trata de seguir con su tarea hasta que un golpe seco lo deja sin aire. El chef, Dante Quaglieri, le grita en italiano mientras sostiene en alto el puño que acaba de hundirle en la espalda. Hacen más de 40 grados en la cocina, pero el aire se congela para Sebastián. Quaglieri detiene las tareas de todos. Con un público inquieto que lo observa obediente, toma la sartén y la lleva lentamente al tacho de basura. Dos golpes secos en el borde y despega los filet. Las merluzas caen al olvido y el trabajo se reanuda sin chistar. "Estás suspendido por una semana", escucha Sebastián. El chef sale de la cocina, dejándolo con las manos vacías en medio del servicio y la humillación ardiéndole en la cara.
Pasaron más de veinte años de esa experiencia en la cocina del Park Hyatt, pero Rivas Proia, de 46 años, hoy chef y dueño de Amici Miei, restaurante de cocina italiana, sigue agradecido al chef Quaglieri por mostrarle el sacrificado mundo de la cocina tal cual era. "Aprendí las bases que me servirían para el resto de mi carrera", sintetiza.
"El ambiente gastronómico siempre fue duro y extremadamente militarizado, pero así es como se logra mantener el delicado engranaje necesario para que funcione una cocina y puedas servir a los comensales en tiempo y forma. Si uno se equivoca, entorpece al resto. Yo me comí muchos retos y algunos golpes, pero esa es la forma de aprender", dice.
La alta gastronomía está cubierta de glamour. Los restaurantes de moda ofrecen un ambiente agradable, comida de excelentísima calidad, vinos caros y una atención de primera. Sin embargo, detrás de las puertas de la cocina la historia es otra: trabajo pesado, maltrato y una paga magra mantienen, generación tras generación, a un ejército de estudiantes, ayudantes de cocina y cocineros inclinados sobre fuegos abrasadores y cuchillos afilados, muchas veces en medio de incesantes gritos de chefs ejecutivos con poca paciencia. Los aprendices luchan por formarse profesionalmente en medio de jerarquías rígidas, jornadas laborales eternas y la presión permanente por sacar los platos a tiempo. El complejo arte de cocinar tiene sus mañas y caprichos, que ceden ante unos pocos, pacientes y, sobre todo, apasionados.
Quienes se abren camino en la carrera saben a lo que se enfrentan y lo viven como el sacrificio que demanda toda pasión para pertenecer a un mundillo exclusivo de triunfadores escasos y que deja muchos por el camino. Una suerte de viacrucis gourmet, donde la última estación es un paraíso agridulce que otorga recompensas y cierto reconocimiento, pero nunca libera a quien lo alcanza.
El episodio de las merluzas negras tendría lugar en la vida de Sebastián algunos años después de que se decidiera por la gastronomía. Primero, le sirvió trabajar un tiempo como bachero y luego pelando papas y cebollas en la cocina del hotel Plaza. "Allí hice la colimba de la cocina. Fue duro, me comí mil puteadas", recuerda Rivas Proia sin resentimiento. También se nutrió de algunas máximas que no le enseñaron en la academia: no existen los horarios en la gastronomía, la jornada concluye cuando no queda más trabajo; el derecho a que le compartan una receta se gana trabajando "como esclavo durante meses"; la eficiencia es la clave para pasar desapercibido y, por lo tanto, sobrevivir al muchas veces tirano chef ejecutivo; un trapo seco para sacar las cosas del horno vale más que el mejor cuchillo.
Hoy Sebastián dejó atrás gran parte del escarpado camino que le permitió adquirir experiencia y tiene su propio local. Su éxito en la cocina y su vida personal le dejaron un saldo complicado, difícil de balancear: un restaurante exitoso, un divorcio difícil, cientos de cumpleaños y navidades trabajando, una relación amorosa pero complicada con sus dos hijas, insomnio crónico y una visceral pasión por la comida italiana y el oficio de cocinar para que otro lo disfrute.
Fernando tiene 23 años y hace nueve meses está haciendo una pasantía no rentada por un año en el Bistró Guggenheim de Bilbao, en España. A diferencia de Rivas Proia, él está comenzando su carrera y sabe que un año de experiencia en una cocina europea será un buen currículum para cuando regrese al país y quiera aplicar para un restaurante local de categoría. Sin querer revelar su verdadera identidad, él reconoce que la gastronomía es un trabajo duro y que sufrió algunos maltratos, "los habituales", en el tiempo que lleva trabajando.
Foto: Sebastián Dufour
En su primer mes de trabajo, a Fernando le tocó limpiar la heladera del local, tarea temida por quienes conocen al chef y que saben que no admite equivocaciones. Con cuidado, desinfectó los estantes, revisó los contenedores y olfateó los cajones de verdura en busca de vegetales podridos que podrían costarle la cabeza. Afuera lo esperaba el chef, que procedió a inspeccionar la tarea. Si salía con las manos vacías, estaba salvado por ese día. Cuando emergió de la heladera, Fernando palideció: el chef llevaba en una mano, sostenido entre el pulgar y el índice, un papín andino del tamaño de una nuez con una mancha de moho. "¿Tú le servirías esto a los clientes?", le preguntó a Fernando y sin esperar respuesta le aplastó la papa en la nariz. "Dime, ¿tú le servirías esto a un cliente? ¿No? ¿Entonces qué está haciendo en mi heladera?". Fernando recuerda la escena con gracia, aunque también como una enseñanza de que en la cocina de calidad no se admiten medias tintas.
"El miedo es útil. Terminás trabajando al máximo, dando lo mejor por temor a la represalia", dice y asegura que durante el servicio los gritos e insultos son algo frecuente. Joder tío, que te apures con eso; ¿Qué mierda les pasa hoy que están tan lentos?, o Coño, coño, coño son algunos de los mantras que más circulan durante los turnos. Además, reconoce que es un oficio donde quejarse no está dentro de las reglas, la división de tareas es difusa y la exigencia sobre el cuerpo es mucha. Su turno comienza a las 7 de la mañana y finaliza alrededor de las 17, pero si esa noche hay un evento, el horario se estira hasta bien entrada la madrugada y al día siguiente hay que presentarse a la hora de siempre.
El rubro gastronómico tiene cientos de chefs obreros como Fernando. Esos que permanecen en las sombras, que trabajan duro, que obedecen órdenes, descongelan las carnes, pican kilos de cebolla, descargan en sus espaldas patas de cordero o medias res del camión y limpian las heladeras. Ayudantes, asistentes y aprendices, al servicio de unos pocos tocados por la varita, que logran lucirse y destacarse. Dentro de la segunda categoría está Fernando Trocca, dueño del restaurante porteño Sucre y de una reconocida trayectoria tanto en la Argentina como a nivel internacional.
Con un profundo amor por la gastronomía inculcado desde su infancia por su abuela Serafina, se forjó trabajando desde abajo. "Es la mejor manera de aprender, la que te muestra esta vida como realmente es: sacrificada. En los comienzos, siempre te toca trabajar muchas horas, de noche y los fines de semana, cuando todos tus amigos se están divirtiendo. Hay mucho estrés y mucha presión por lo que si no sos un apasionado, es muy difícil de llevar adelante"
Trocca reconoce que tuvo experiencias de maltrato, sin embargo, sostiene que como jefe busca el trabajo en equipo y más relajado. "La cocina demanda un trabajo muy duro al que, si encima le sumás gritos y maltrato, se hace insoportable. Si hacés sentir a la gente tranquila y en confianza lo que se obtiene siempre es mejor", explica.
Donato De Santis también se encuentra en el tope del escalafón aunque no sin haber luchado por ello. "Al principio sufrí todo lo que hay que sufrir en este oficio: el desarraigo, el cansancio, los horarios mezclados, la grasitud, la necesidad constante de mantener todo limpio." Y también el maltrato. "Maltrato hoy se considera a una llamada de atención. En otra época quizás te golpeaban con una silla en la espalda. Era casi normal. Una patada en el traste, un cucharazo. Lo recibías y lo entendías. Hoy llegás a hacer eso y vas a juicio directo, agrega el italiano, que durante la década del 70, mientras terminaba la academia, fue pasante en un catering en Milán que hacía la comida para eventos de tenis. Si se equivocaba, el castigo era un sartenazo; perder el ritmo implicaba un cucharazo o un chirlo con una toalla húmeda.
"Más que abusos, eran situaciones de macho versus macho. Era cuestión de aguantarlo un poco y después ya te dejaban tranquilo. Había que pagar el derecho de piso para que entendieran que eras bueno, que servías", explica el chef.
Como jefe, De Santis se reconoce "exigente, aunque flexible". "Entiendo los problemas de la gente; hay situaciones que tengo en consideración, pero a la hora de servir un plato, es el plato y nada más. Si el bife está crudo o demasiado cocido, no hay compromiso y eso me enoja. Las cosas tienen que salir siempre bien", aclara. Trabajar sin margen de error no es una obsesión del chef, sino más bien un mandato del comensal que no perdona ni da segundas oportunidades. "Hay un pelo en el plato y se te desarma todo lo que fuiste armando y no hay cómo arreglarlo. No se puede volver el tiempo atrás, el comensal pasa a tener el poder sobre el chef en vez de ser al revés."
Foto: Sebastián Dufour
Una cómoda sucesión de momentos agradables para el comensal implica una rigurosa estrategia y duro trabajo en equipo por parte del personal de un restaurante gourmet. La dinámica es similar a la de un ejército en pleno zafarrancho de combate tratando de pasar la noche sin bajas: platos servidos a la perfección, sin quejas ni devoluciones. Los mozos contienen a los comensales, les sirven y los aconsejan. Los pedidos marchan hacia la cocina, la trinchera, donde el chef ejecutivo emplea sus recursos al máximo. Finalmente, el trabajo pesado recae sobre los asistentes de cocina que se debaten entre la velocidad de preparar un plato y la habilidad para hacerlo sin rebanarse un dedo o quemarse la chaqueta. El último, pero esencial eslabón, es el del bachero, soldado anónimo que mantiene a raya el desborde de vajilla que amenaza permanentemente con estropearlo todo.

Un batallón en la trinchera

A Rodrigo Calderón, de 36 años, esta situación lo roza tangencialmente. Sommelier exitoso, también forma parte de la intrincada red de eslabones que envuelve a la alta cocina, pero su trabajo le permite ser un destacado observador de la dinámica tanto en el salón como tras bambalinas, en la cocina. Es una pieza esencial en el mundo gourmet, pero con un pasar más mullido. Acompaña, recomienda, marida. Su primer acercamiento con el maridaje fue cuando el chef Jean Paul Bondoux, dueño del exclusivo restaurante La Bourgogne en Uruguay, lo invitó a trabajar para su equipo de sommeliers. Sin dudarlo, armó sus valijas y se quedó toda la temporada de verano
"Ahí aprendí la verdad de la profesión y también que la única forma de conquistarla es con esfuerzo. Jean Paul tiene un código laboral muy estricto, que se convierte en un código de supervivencia para uno. Nunca podés tener la ropa sucia, hay que ir con el pelo corto, bien afeitado. No podés sentarte, los horarios de comida son dispersos. No podés tomar o comer lo que se vende. Y está, obvio, el personaje de Jean Paul, que gritaba mucho entonces", explica Rodrigo.
La anécdota que más recuerda se dio una tarde, cuando recién terminaba el servicio del almuerzo y Bondoux se preparaba para tomar un café "negro y sin azúcar", como todos los días. Rodrigo limpiaba las copas y las guardaba con cuidado en un aparador, lo que le proveía un ángulo perfecto para espiar la situación. Una de las camareras se acercó al chef con su café, un platito y una cuchara que le dejó sin mediar palabra. Antes de que se fuera, Bondoux le preguntó: "¿Qué es esto?". "Una cucharita", respondió la moza, que no advirtió que se trataba de un utensilio de banquete, de menor categoría del que se usa en el restaurante. "Yo tomo el café negro, no necesito cuchara y menos ésta, que es horrible", le lanzó Bondoux y la dobló por la mitad. "Tráigame el cajón en donde las guardan." La camarera cumplió y depositó ruidosamente la bendita caja de cucharas sobre la mesa. El chef se paró, la miró y le vació sobre la cabeza todo el contenido. Las cientos de cucharitas repiquetearon un instante en el suelo y después todo el lugar quedó en silencio. Ella se fue corriendo, él volvió a su café. "Al día siguiente, la chica se presentó a trabajar como siempre. Realmente necesitaba el trabajo".
Fue también en La Bourgogne, cuando ya contaba varios veranos allí, en 2010, que Calderón conoció a un chef, orgulloso portador de estrellas Michelin, que lo invitó a trabajar para su restaurante en Francia. "Trabajé los primeros tres meses gratis porque me apasionaba el lugar. Quería aprender del mejor y demostrar mi trabajo. Trabajar ahí es una aventura donde tu mejor versión no alcanza. Es un restaurante complicado, con un menú de entre diez y quince pasos, que demandan distintos maridajes, una copa nueva cada vez que se sirve. Hay muchas cosas que tenés que asimilar rápido porque enseguida salís a la cancha. Es Fórmula 1", explica Calderón, que prefiere no dar mayores precisiones del lugar.
Una de las experiencias que más lo marcó la vivió en su primer año allí. Era una noche calurosa y el restaurante estaba colmado. Dos críticos ocupaban una de las mesas del fondo del salón, sumando presión en la cocina. Había que lucirse. El chef esperaba agazapado detrás del mostrador a que llegaran los platos para revisarlos meticulosamente antes de que salieran, y coronarlos con la hierba precisa. Romero, tomillo, orégano, salvia. La correcta puede realzar los sabores, la equivocada, hundirlos.
El encargado de lavar y separar las hierbas esa noche, un aprendiz mexicano que se había incorporado al staff el día anterior, depositó en las manos del chef una bandeja que todavía goteaba y en donde las aromáticas estaban todas mezcladas entre sí. Error garrafal. Los preciados segundos que se tardarían en desenredar los palitos y las hojas era una demora inaceptable para las ligas mayores. El chef levantó la vista y le pidió explicaciones. Encogiéndose de hombros, el aprendiz respondió: "Es lo que hay". En una cocina que ya estaba caldeada, estalló. Con una mano lo sujetó del cuello de la chaqueta y con la otra manoteó una lámpara que se usaba para calentar los platos y le quemó la oreja. Lanzándole la bandeja de nuevo pero ya sin mirarlo, lo envió a rehacer el trabajo, esta vez sin errores. "Al día siguiente, el chico se disculpó con todos por no estar a la altura y renunció. No es un trabajo para cualquiera."
Trabajo pesado, exigencias constantes, horarios no compatibles con una vida social y chefs alterados son algunos de los componentes de esta variopinta profesión. El chef Anthony Bourdain, conocido internacionalmente por su humor ácido y su pasión por la cocina callejera, elabora en su libro Confesiones de un chef un crudo, auténtico e hilarante relato de lo que implica el trabajo en la cocina. Una suerte de biblia para el recién iniciado. Allí describe todo lo bueno y todo lo malo de un mundo que ama, pero que es capaz de destrozarle los nervios a cualquiera que no esté preparado.
"El heroico cocinero de la cadena no puede permitir que lo dejen fuera de combate el berreo, los gritos frenéticos de «¿Todavía no está listo?», las largas y potencialmente confusas listas de «¡Marchen!». En la mayoría de las cocinas, las inclinaciones personales cuentan poco o nada. ¿Puedes mantenerte en pie? ¿Estás listo para el servicio? ¿Puedo contar con que mañana aparezcas en el trabajo para no hacerme quedar mal? Eso es lo que cuenta y esa es la aventura". Quien ingresa en esta profesión y quien ya conoce sus recovecos, cae, casi por obligación para salir a flote, en rescatar el encanto no convencional y en enaltecer el sacrificio que demanda trabajar para que otros disfruten por el instante que dura el acto de comer.
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Clarín - Gastronomía - Anécdotas, verdades y mitos sobre la mesa de los argentinos

Anécdotas, verdades y mitos sobre la mesa de los argentinos

Las raíces de la gastronomía nacional.
La investigación de Daniel Balmaceda revela curiosidades, datos  y platos favoritos de próceres y artistas.  

El choripán, tal como lo conocemos, nació en la ciudad de Córdoba, y fascinó a Fidel Castro, cuando visitó Buenos Aires en 1959. El pancho arribó a la Argentina desde Francia, no desde Estados Unidos. Cuando Sarmiento intentó incorporar verduras a la dieta diaria se burlaron de él y lo llamaron “come pasto”. A fines del siglo XIX, los dueños de los bares enviaban a sus empleados a juntar granizo para refrescar las bebidas. El almirante Guillermo Brown desayunaba carne con mostaza. La comida en la historia argentina (Sudamericana), del periodista e historiador Daniel Balmaceda, desmiente mitos y leyendas en torno a una gran variedad de alimentos y platos típicos y revela datos poco conocidos y anécdotas asociadas a su verdadero origen.
Además, vincula a las personalidades de la historia y la cultura argentina con la tradición gastronómica nacional. El autor condimenta ese combo con recetas que incluye en casi todos los capítulos, de manera que, si el lector se da maña, puede reproducir en su propia cocina el sabor de una mazamorra del 1900, un puchero como el que perdía a Gardel e incluso otros platos más exóticos para la mesa argentina, como la carne salseada que degustaba el emperador romano Tiberio o un pastel de nueces como el que preparaban los antiguos griegos. 
–¿Por qué un libro como éste, enfocado en la comida?
–La historia argentina está plagada de instantáneas que suelen escaparse de los libros clásicos y las enseñanzas escolares, incluso de los documentos oficiales. Esos son aspectos que a mí siempre me llaman la atención, y creo que conocer los gustos de nuestros antepasados y próceres nos acerca más a ellos, los humaniza.
–¿Qué características definen a la tradición gastronómica argentina?
–Ante todo, es producto de los aportes pertenecientes a de las distintas corrientes inmigratorias que se combinaron con alimentos propios del suelo nativo. Un escenario típico fueron los antiguos conventillos, donde convivían mujeres de distintas nacionalidades: la cocinera italiana se reunía con la española, con la criolla, y así nacieron comidas que tenían una “genética” europea pero terminaron siendo argentinas.
–¿Siempre fuimos tan carnívoros?
–Sí, la cocción en contacto directo con el fuego es antiquísima; nosotros incorporamos la estaca, lo que hoy llamamos “carne al asador”. Durante los siglos XVIII y XIX se cocinaba también dentro del animal al que se le sacaba la carne. Luego, a fines del XIX se inventó el sistema de parrilla. Sarmiento intentó que se incorporaran más verduras en la dieta, pero la idea de incorporar más vegetales irritó a sus adversarios, cuando lo apodaron “come pasto”.
–¿Qué típicos platos y alimentos son netamente argentinos?
–La fugazeta, que nació en La Boca. El clásico alfajor también, tal como lo conocemos hoy; un producto que ya poco tiene que ver con lo que comían los árabes que lo bautizaron. El revuelto Gramajo fue inventado por un argentino, Arturo Gramajo, que lo creó en Santa Fe y Riobamba, Recoleta. No es cierto, como planteó Félix Luna en la ficción que lo haya inventado el edecán de Julio A. Roca, Artemio Gramajo, ese es un mito que el mismo Luna se encargó de desmentir. Por otra parte el dulce de leche, desde ya que no es argentino: suele decirse que la cocinera de Rosas lo inventó en 1829 porque se le pasó una preparación con azúcar y leche, pero tampoco es cierto. El dulce de leche original nació en Indochina. A nuestro país ingresó por el norte; provenía de Acapulco –hasta donde había llegado desde Filipinas–, por Chile –donde lo llaman “el manjar blanco”– y también por Brasil y Uruguay. Aquí, La Martona inició el marketing del producto que hoy se llevan los turistas.
–¿Qué descubrió en relación con las especialidades de las distintas localidades y provincias?
–Cada región defiende con celo su comida. Las empanadas, por ejemplo, tienen su versión santiagueña –con pasas–, salteña –con cebolla y verdeo–, tucumana –con papa, aceitunas y pasas–; y es interesante ver que cada una se vincula con la historia del lugar. Doña Petrona recomendaba prepararlas con carne cortada siempre a cuchillo y comerlas ni bien salían del horno, con la mano. Así debe ser.

Fidel Castro, en 1959
“El llamado ‘chorizo al sándwich’ se volvió popular –aunque no masivo– alrededor del 1900; se consumía en el kiosko del Muelle de Pescadores de la Costanera Sur. En la provincia de Córdoba, en la década del 50, se creó el clásico ‘choripán’, bien especiado, tal como lo conocemos. Cuando Fidel Castro visitó Buenos Aires en 1959, el canciller argentino, Carlos Florit, se lo dio a probar en uno de los carritos. A Fidel le pareció un manjar exquisito.”

Jorge Luis Borges
“El escritor era un comensal discreto y repetía sus rituales: le gustaba frecuentar los mismos restaurantes y pedir los mismos platos. Con Estela Canto iban a un bar en Constitución, él pedía siempre sopa de arroz y bife bien cocido; de postre queso y dulce de membrillo. Acompañaba almuerzos y cenas con agua."

Carlos Gardel
“Gardel es sinónimo de tango. En cierto momento se decidió a hacer gimnasia, para bajar de peso. Al terminar, comía puchero en un bar de Av. Paseo Colón. Su postre preferido, el helado de limón.”

Juan Manuel de Rosas
“El hombre controló el fuego 790.000 años a. de C., aunque el primer asado de la humanidad se habría comido hace 1.200.000 años. Entre las figuras de la historia argentina, Juan Manuel de Rosas era elogiado por sus contemporáneos, que lo consideraban un magnifico asador. Por el contrario, cuando al escritor José Hernández le tocó organizar un asado masivo en el marco de la fundación de la ciudad de La Plata, en 1883, le salió seco, y la noticia salió en los diarios.”

Domingo F. Sarmiento
“Era muy goloso, y le gustaba tanto la crema de vainilla que la tradición afirma que el ex presidente le dio su nombre definitivo –‘ambrosía’–que se usaba para definir la comida que disfrutaban los dioses griegos.”

Doña Petrona C. de Gandulfo
“La pionera de las cocineras televisivas de jovencita no sabía cocinar. Después de casarse, debió salir a buscar trabajo cuando su marido perdió el suyo. La contrató una fábrica de cocinas a gas, para hacer demostraciones en teatros. En su primera aparición en público se le cortó la mayonesa cinco veces. Fue un papelón.”

Mariquita Sánchez de Thompson
​“En sus tertulias, a las que convocaba a los principales personajes de su tiempo, servía chocolate caliente y mate; no se tomaba alcohol. El chocolate se servía en tazas, era parte del ceremonial.” 
Link a la nota: http://www.clarin.com/cultura/Anecdotas-verdades-mitos-mesa-argentinos_0_1639636166.html

La Nación - Restaurantes - De Vicente López a Beccar: restaurantes imperdibles de Av. Libertador

De Vicente López a Beccar: restaurantes imperdibles de Av. Libertador

Sea para los que viven por el norte o para los que quieren escaparse de las zonas más transitadas de Buenos Aires, hay opciones para todos los paladares
PARA LA NACION
JUEVES 25 DE AGOSTO DE 2016 • 12:19

Gentileza Naná (Vicente López)
Gentileza Naná (Vicente López).
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En gastronomía donde todo siempre es "nuevo" y lleva algún acrónimo (SoHo, BaNu) o directamente se crean palabras enteras (Palegiales) para definir polos emergentes, cada vez resulta más difícil encontrar verdaderas novedades gastronómicas. Lo cierto es que muchas zonas revitalizadas ya existían antes, y varios de los circuitos que florecen con el tiempo también se marchitan para dar paso a otros en un ciclo natural de la gastronomía. En este ir y venir, catalizado hoy por la situación económica, el llamado cordón Libertador vive otro de sus períodos de auge, con aperturas y remozamientos que se concentran por un lado en el área Vicente López, y por otro a la altura de San Isidro.

Vicente López

Apenas cruzamos la Gral Paz, en donde ya se han instalado hace poco más de un año tiendas de comida al peso, delis y almacenes naturales como Pina o Muni, aprovechando la cantidad de oficinas que se han mudado a la zona en sintonía con una descentralización urbana, encontramos la primer novedad. En diciembre del año pasado La Esperanza de los Ascurra abrió las puertas de una sucursal en Vicente López. ¿Por qué Vicente López? "Porque esta creciendo como muy pocas partes de Buenos Aires, porque tiene esa maravillosa costa que hace al río un protagonista", cuentan sus dueños, quiénes comparan esta huida hacia la provincia con el fenómeno del crecimiento que supo tener Villa Crespo. "Son esos lugares satélite en grandes conglomeraciones donde la gente joven decide mudarse por costos y localización, como lo fue hace cinco años Villa Crespo cuando nos instalamos acá".

El menú se mantienen igual que en sus otras sucursales: tapeos para sacarse las ganas, desde gambas al ajillo, burratas, rabas o huevos rotos a una buena tortilla de papa para viajar instantáneamente a la península Ibérica. El hechizo se completa con un vermouth (atenti a los 2x1en aperitivos de Martes a Sábados hasta las 20:30hs) o cerveza artesanal.
Arroz con langostinos de Hernán Gipponi, se sirven en las dos sucursales
Arroz con langostinos de Hernán Gipponi, se sirven en las dos sucursales.
En la zona del boulevard Hipólito Yrigoyen sigue firme la primera sucursal de Naná, hit del lugar, que a su vez tuvo el mérito de ser uno de los primeros restos en instalarse por ahí. Remozado con la presencia de Hernán Gipponi en la cocina pero ofreciendo los mismos platos simples y efectivos de siempre, al mediodía mandan las sopas (puerro y cebolla), ensaladas (zapallo kabutia al horno con verdes, queso de cabra y huevo 36 grados, o la de brócoli con verdes, queso Halloumi, palta, tomates asados y pickles) y los sándwiches, entre los que recomendamos el Veggie (hummus, palta, tomate asado, queso, zanahoria, alioli, verdes). Sin olvidar por supuesto su clásica hamburguesa. Por la noche la pesca y el risotto, marca registrada de Gripponi, llevan la ventaja. El dato: el restaurante abrió hace pocos meses una sucursal también cerca de Libertador, pero en el Rosedal de Palermo. La carta es la misma y el ambiente suma el encanto del bosque.

San Isidro y Acassuso

Trasladándonos más hacia San Isidro y Acassuso, donde ya había numerosas cadenas presentes (Kansas, PF Chang y cía) y clásicos históricos como The Embers, dos cadenas nuevas se le animaron a la zona. Por un lado, Dandy, que ya venía de instalar un local en Belgrano con una propuesta que supo conquistar al público joven, en donde hay una carta acotada pero cumplidora con foco en las carnes a cocciones lentas y platos simples como pizzas, pastas y ensaladas, un clima distendido y buenos cócteles. El amplio local (si bien hay que decir que las mesas adentro están muy cerca y el lugar se vuelve un poco ruidoso) está emplazado en una esquina y promete inaugurar pronto un sector exterior y una terraza apta para las tardes de verano.
De la carta de invierno se destaca la ensalada Ursula (salmón, papines, huevo mollé y aceitunas), de las carnes el lomo a la mostaza, y de las pastas la super-power lasagna a la bolognesa que se puede compartir tranquilamente. En los postres la tarta de manzana con helado, y para los más osados el chic vigilante, una reversión del clásico pero con queso brie con almendras y dulce de batata. Como plus, los panificados de Dandy son excelentes y esto se debe a que los preparan en su propio horno.
Antares es otra de las cadenas que llegó a estas coordenadas, en plena expansión (la empresa posee un local propio y 25 franquicias) gracias al boom de la cerveza artesanal, y proyectando para lo que resta del 2016 y el 2017 la apertura de 11 locales adicionales. A la hora de elegir entre todas sus variedades las más consumidas son la Barley Wine y la Honey Beer, la primera con mayor graduación alcohólica (10%), nuez, caramelo y dulce de leche, y la segunda, mucho más suave (7,5%), con rasgos mentolados, frutales y de miel. Apta para los que quieren algo liviano. Consultados por los motivos que los trajeron a esta zona sus dueños comentan que San Isidro siempre fue un escenario propicio para la gastronomía, con la doble ventaja de recibir público no sólo del barrio sino también visitantes de otras localidades. En definitiva la tranquilidad, accesibilidad y belleza del lugar son un gran aliciente para tentar a vecinos, oficinistas y comensales curiosos.

Martínez

Pero eso no es todo en Av. Libertador a la altura de Martínez también ha desembarcado con una propuesta renovada Captain Cook, en un espacio más moderno, con mayor capacidad y menú a cargo de su chef Marta Ramirez. La firma mantiene su impronta con inspiración del Sudeste Asiático, combinando platos tradicionales y platos de la nueva corriente de Cocina Asiática Moderna. ¿Qué se puede pedir? Ensaladas con Gravlax de salmón, arroz yamaní, dados de to-fu,maní molido, mango y vinagreta de miso dulce, calamares y cakes de arroz, o sus clásicos Dim Sums. Todo esto acompañado por dulces autóctonos, vinos de la casa y una propuesta coctelera más que interesante a base de sabores del oriente con syrups frutales (lima, limón, canela, mango), mieles, lychees, almíbares de tés verdes y de jazmín, hojas de bambú y leche de coco.

Bonus Track

Si estás ánimo para explorar un poco más allá, dos propuestas más en las antípodas del espectro gastronómico respectivamente aguardan en la zona de Libertador a la altura de La Lucila y en Beccar. Por un lado tenemos a De la Curva, el delivery de empanadas favorito de la zona, que tiene un pequeño local en donde se puede comer cual foodtruck, esto es sacando número y esperando el pedido (aunque también realizan envíos en unas simpáticas bicis azules a los vecinos de la zona). Hay empanadas y rolls que llevan la firma de Hugo Macchia (curiosamente quien asesoró a las hermanas Reynal en lo que fue el primer Naná), postres en potes -amados y odiados por igual-, cervezas artesanales y jarras de limonada con mango y pepino. Fresco, descontracturado y sin pretensiones, para comer ahí o para llevar.
En el otro extremo, el de la sofisticación e innovación culinaria, ideal para los aventureros foodie, tenemos a Alo's. Ubicado fuera del circuito Libertador estrictamente hablando pero a pocos minutos de la zona álgida de San Isidro, este bistró de cocina de autor de Alejandro Féraud ofrece un menú estacional (trabajan con productos orgánicos de su propia huerta), creativo y lúdico, ya desde sus presentaciones que invitan a divertirse un poco (sopas servidas en pequeñas macetas, superposición de texturas, colores y sabores, platos para comer con la mano). El nivel de minuciosidad en el cuidado de la materia prima y en las presentaciones contrasta amablemente con la atmósfera relajada del lugar y el tono descontracturado que se imprime tanto en la atención como en diseño del resto (materiales nobles y simples, madera, mimbre, cemento).
Destaca especialmente el uso de vegetales (calabaza, remolacha, espinaca) en forma de purés, salsas y otros acompañamientos, las pastas caseras, las sopas, y delicias carnívoras como las mollejas acompañadas de puré de manzana, cebollitas y pickles, el jamón de pato o el ciervo ahumado y estacionado con chucrut, jalapeño y sal. Mención aparte para los postres a cargo de la pastelera Yamila Di Renzo que se anima con combinaciones jugadas (pomelo, arvejas, chocolate blanco) e interesantes helados y sorbets. Si estás con tiempo no podes dejar de darte una vuelta para almorzar y probar alguna de estas delicias.
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/1931124-de-vicente-lopez-a-beccar-restaurantes-imperdibles-de-av-libertador