La Argentina fue uno de los países latinoamericanos que más inmigrantes armenios recibió. Con cuatro fuertes olas migratorias (pre Primera Guerra Mundial, Genocidio Armenio, post Segunda Guerra Mundial y caída de la Unión Soviética), desde 1909 llegaron al país familias enteras buscando un lugar amable para vivir.
La gran mayoría de estas familias se instaló en Palermo, Flores y en algunas ciudades del conurbano bonaerense. Pero con el pasar de los años y las generaciones la colectividad armenia nunca abandonó el eje Palermo-Villa Crespo como sede de operaciones. Esa fue la zona donde originalmente estaban los almacenes que proveían a árabes y griegos de productos y especias para cocinar. Así es que hoy las cuadras que encierran las calles Córdoba, Scalabrini Ortiz, Gorriti y Armenia forman un pequeño polo de comida armenia que sigue sumando constantemente novedades. Por eso lo salimos a recorrer.
Pero ante todo, sepamos que lo que entendemos como “comida armenia” es en realidad un término que se transformó con el correr de los años: un genérico para la cocina del Medio Oriente, porque estas cocinas se basan en los mismos sabores y en un uso similar de especias y cocciones. Si bien hay platos que son únicos de cada colectividad, en líneas generales encontramos ingredientes que se repiten como la berenjena, el trigo o las aceitunas, la masa philo y el almíbar en los postres, especias varias como el anís o los frutos secos tales como el pistacho o el maní.
Cuestión que hoy, detrás de cada uno de los mostradores de estas confiterías-panaderías-rotiserías-almacenes conviven terceras y cuartas generaciones que aconsejan y orientan a los más inexpertos y saludan por su nombre a los habitués. Siempre con una sonrisa.
Juan Abadjian, por ejemplo, hoy está al frente de la Confitería Armenia y es cuarta generación de inmigrantes. Mientras habla en perfecto armenio con una clienta sexagenaria, cuenta que su bisabuela fue la que, hace más de 80 años, fundó los cimientos de lo que hoy es parada obligada para todos los que quieren hacerse de delicias de Medio Oriente. “Hacia fines de la década del veinte, fueron muchos armenios provenientes de Aintab los que se instalaron en Palermo Viejo sobre la Avenida Canning (ahora Scalabrini Ortiz)”. Aintab, de donde proviene la familia de Juan, hoy es conocida como Gaziantep (Turquía) y gracias a su gastronomía la UNESCO la sumó a su lista de “ciudades creativas”. “Como no todos tenían hornos en su casa, la gente se acercaba hasta acá con tachos con carne y armaba las empanadas que cocinaban en nuestro horno a leña cuenta. Es el día de hoy que, de vez en cuando, aparece alguna persona, ya mayor, que me pide pasar al fondo a ver el horno que formó parte de su infancia”.
La historia de Marcelo Piticoglou, cuarta generación de griegos, no es muy diferente a la de Juan. Confitería Damasco se fundó en 1952 y hoy trabaja junto a su padre Juan Carlos en el negocio familiar. “Tenemos clientes de todos los barrios, hay quienes vienen especialmente desde Flores, Urquiza o Villa del Parque a comprar al local por el tipo y la variedad de ingredientes que ofrecemos señala. Nosotros, como el resto de los negocios del barrio, fuimos sumando productos de las distintas comunidades de inmigrantes. Además de los armenios tenemos clientes de familias árabes, húngaras, sefaradíes y, por supuesto, griegas”.
ARMENIA, uno de los pionerosUn banderín de Deportivo Armenio recibe a quienes llegan hasta la Confitería y Panadería Armenia. Allí está también el escudo del lugar (un león que sostiene una espiga frente a una torre) y el año de su fundación: 1930. Fue uno de los primeros comercios en establecerse en la zona y hoy, además de sus clásicos panificados, ofrece una enorme variedad de productos. A la elaboración diaria del pan se le suman ingredientes indispensables para la gastronomía de Medio Oriente como la masa philo y los frutos secos, y varias heladeras con delicias ya preparadas que necesitan algunos minutos de horno para estar listas.
A los clásicos keppes, falafel, boios, hummus y baba ghanoush-mutabel, se agregan algunos no tan conocidos como los mantis (raviolitos de masa rellenos de carne) o el sureberg (un plato similar a una lasagna, en el cual las capas hervidas de masa están entremezcladas con varios tipos de queso). La mesa dulce también tiene su lugar con diferentes tipos de mammoul (una masa seca rellena de dátiles, nueces o higos), halvá (parecido al Mantecol pero mucho más sabroso), baklavá en sus diferentes formatos, y kadaif (o “kataifi” o “eknafe”), que es uno de los postres más distintivos de la mesa oriental: una masa con fideos tipo cabello de angel que forma un tubo que contiene nueces troceadas, canela, clavo y un baño del almíbar. Pero el favorito de todos, según Juan, es el lahmayún, cuyo secreto es mantener intacta la receta familiar que fue pasando de mano en mano a lo largo de varias generaciones.
Además de proveer a familias y foodies, le venden muchos de sus productos (especialmente los panificados) a bares, sandwicherías, restaurantes, hoteles, clubes y hasta empresas de catering. Abre de martes a sábados de 7:30 a 19:30 y los domingos de 8 a 13. Scalabrini Ortiz 1317, casi esquina Cabrera.
CONFITERÍA DAMASCO, de lo mejor en reposteríaFundada por un socio armenio y otro griego, este lugar que conserva su típico aspecto de viejo almacén de ramos generales, debe su nombre a la búsqueda de un punto intermedio entre ambas nacionalidades. Estanterías de madera de piso a techo cubiertas de productos de Medio Oriente conviven con algunas marcas locales. Una isla en el medio sorprende a los que entran con una interesante variedad de panificados y heladeras a los costados, una de salados y otra de dulces. Para completar la escena, en el fondo el mostrador y, detrás, especias y bolsitas con frutos secos que importan desde Egipto, Marruecos y España, entre otros. Entrar a Damasco ya vale el viaje, pero para no irse con las manos vacías lo mejor es apuntar a la parte de repostería, la especialidad de la casa, donde se puede elegir entre los clásicos triángulos de masa philo o baklawa, niditos con nueces o cosas no tan conocidas como las finikias (galletitas griegas de naranja) o el Hanukepey (unas canastitas de masa philo y nueces). Acá también vas a poder conseguir el lokum (o delicia turca), un pequeño dulce hecho a base azúcar y aromatizado con agua de rosas.
Abre de lunes a sábados de 9 a 19:30 y domingos de 9 a 13. Queda en Scalabrini Ortiz 1283, a una cuadra de Confitería Armenia.
MEDIO ORIENTE, shawarmas al pasoProveniente de Siria, esta familia importó en 1972 su tradición a una esquina del barrio. Al igual que Confitería Armenia y Damasco, ofrece diferentes opciones tanto de ingredientes como de comida lista para llevar. Detrás del mostrador se pueden apreciar varias decenas de recipientes con especias y frutos secos; una pared vidriada deja entrever a los empleados amasando y rellenando empanadas árabes; y heladeras con comidas ya preparada conviven con una vitrina llena de cosas dulces que van desde el conocido baklawa hasta galatabureki, un cuadrado de masa philo relleno con pastelera y rociado con almíbar. Pero este pintoresco local ubicado en Malabia y Cabrera tiene una particularidad: sus ya famosos shawarmas de los fines de semana. Viernes y sábados al mediodía la vereda se llena de gente esperando probar por $65, uno de los mejores de la ciudad. Eso sí, es fundamental llegar temprano (antes de las 12:30) para conseguir uno sin mucha espera y antes de que se terminen.
Ofrecen servicio de catering y delivery en la zona y abren de lunes a sábado de 8 a 20 y domingos de 9 a 13. Cabrera 4702, esquina Malabia.
MÁS ALLÁ DE SARKISCon más de 12 años de historia en el barrio Hanan es un “tapado” pero le compite mano a mano a los restaurantes más conocidos. Este emprendimiento familiar tiene excelente comida, un servicio atento y todo sin la larga espera para sentarse a comer que tiene, por ejemplo, el famoso Sarkis. Queda en Julián Álvarez 1272 (a dos cuadras de Damasco y Confitería Armenia) y es el elegido por los “locales” para comer comida típica sin pretensiones. A apenas tres cuadras, pero del otro lado de Av. Córdoba, hace algo más de un año abrió Al Fares, un modesto emprendimiento de una familia de inmigrantes sirios que ya todo el barrio conoce. La carta es corta y ningún plato supera los 100 pesos. Calidad, frescura y precios módicos es una combinación imbatible y, en apenas unos meses, lograron posicionarse como uno de los mejores falafel de la ciudad. Imperdible, para el final de la comida, su café (que traen del Líbano) infusionado con cardamomo. Queda en Araoz 1047, Villa Crespo.
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