lunes, 9 de enero de 2017

Revista Brando - Germán Martitegui y la cocina del futuro

Germán Martitegui y la cocina del futuro

El cocinero argentino más elogiado de los últimos años comienza una nueva etapa en su vida laboral: involucrado en un trabajo de investigación sobre productos, productores y ecorregiones de nuestro país, explica por qué la fama y la competencia pueden ser motores de crecimiento personal. 
El cocinero argentino más elogiado de los últimos años comienza una nueva etapa en su vida laboral: involucrado en un trabajo de investigación sobre productos, productores y ecorregiones de nuestro país, explica por qué la fama y la competencia pueden ser motores de crecimiento personal.
  • Germán Martitegui traza las líneas de lo que vendrá

Por Tomás Linch / Fotos Eugenio Mazzinghi 
Germán Martitegui no tiene la llave de su restaurante. Y la llave es un elemento importante porque todo lo que se ve desde afuera de Tegui no es más que una puerta negra y una pared bombardeada de esténcil. En el frente de su local, sobre la calle Costa Rica, no hay ventanas ni vidrieras, no hay toldo, alfombra ni recepción. Ni siquiera una ventanita con el menú, para saber qué se come y a qué precio. Si no fuera el restaurante mejor calificado de la Argentina, si no fuera el número 9 en la lista de los mejores 50 del continente y el número 68 entre los mejores del mundo, cualquiera podría decir que se trata de otro local a puertas cerradas de la Ciudad de Buenos Aires. Son las tres de la tarde cuando el chef toca el timbre de su propio restaurante. Lleva un traje azul sobre una remera azul y zapatillas grises. No lleva chaqueta de cocinero ni un estuche con cuchillos, no está tatuado en los brazos, ni tiene una gorra, ni profesa esa prolija desprolijidad del prototipo del cocinero joven y amante de la cocina callejera. Germán Martitegui está impecable, como siempre. Nunca se lo ve transpirado, ni sucio, aun después de terminar un menú para casi 100 personas en el que se sirvieron 600 platos. Si no fuera porque su cocina está atravesando un gran momento de expansión, si no fuera porque su imagen ha invadido los televisores de cientos de miles de argentinos, cualquiera podría decir que se trata de una persona fría y reservada por demás. 
El hermetismo de su restaurante no es casual. Martitegui siem-pre fue algo introvertido, un poco tímido y un defensor a ultranza de su vida privada. Hasta hace muy poco trabajaba a conciencia para exponerse lo justo y necesario, para que Olsen –el primer restaurante que abrió en 2001– y luego Casa Cruz –en 2004– recibieran la prensa justa y nada más. Todavía hoy, en el menú de 10 pasos que se sirve en Tegui, dice: “El mejor halago que nos pueden hacer es poner su celular en silencio y guardarlo. Guardemos recuerdos, no fotos. Lo que pasa en Tegui queda en Tegui”.–Tegui siempre o casi siempre tuvo gente –dice–. Lo que cambió fueron las pretensiones del público. El 50 Best no tiene ninguna exigencia más que la que uno se pone. Es imposible ser el mejor porque hay mucha gente que hace las cosas muy bien. Pero cuando alguien viene convencido de que sos el mejor, porque una lista le dijo que lo eras, probablemente te exija mucho más. 
–Y vos decidiste ponerte a la altura. 
–Si eso existiera así como lo planteás, sí. Decidí ponerme a la altura. Lo que cambió con el 50 Best es que empezó a venir otro tipo de público, gente que le busca el pelo al huevo. 
–Y con la televisión tuviste que ceder parte de tu tesoro más preciado. 
–Masterchef fue un desafío personal. Nunca había hecho televisión, era una cuenta pendiente y me pareció una buena oportunidad. Siempre fui muy tímido, cada vez que venía alguien con una cámara salía tartamudeando, no quería hacer las notas, quería escaparme. Necesitaba terminar con eso: en la actualidad, ser chef es también comunicar lo que hacés. La gente no solo come tu comida, además te escucha. Fue como haber empezado a jugar al fútbol en primera. De golpe eran 18 horas por día, 12 cámaras, fue un curso acelerado de televisión y de fama. La televisión es otro universo, un mundo paralelo. Tuve la suerte de aprender una profesión completamente nueva en poco tiempo y funcionó. Ya no hay vuelta atrás. 
–¿Qué significa eso? 
–Uno no sabe lo que le va a pasar hasta que le pasa. Yo nunca pensé que iba a ser así. La gente te ve en su casa, te tiene dentro de su casa y cuando te ve en la realidad se emociona, te quiere tocar, sos un amigo al que ven una vez por semana. La vida cambia, hay que aceptarlo y acostumbrarse. Ya no puedo volver a ser anónimo. Por la calle te tiran muy buena onda y a veces es incómodo, porque uno quiere estar comiendo en un restaurante sin que nadie te moleste y esas cosas no te pasan más. 
El cocinero argentino más elogiado de los últimos años comienza una nueva etapa en su vida laboral: involucrado en un trabajo de investigación sobre productos, productores y ecorregiones de nuestro país, explica por qué la fama y la competencia pueden ser motores de crecimiento personal.
  • El chef en su hábitat natural

UNA SÍNTESIS
Germán Martitegui nació en Necochea el 16 de junio de 1966. Y tal vez la infancia en un pueblo chico es parte de lo que determinó su personalidad. Su vocación por la cocina, en cambio, es producto de la relación con sus abuelas. Parece un lugar común, pero es real: sus recuerdos lo trasladan hacia un niño parado en puntas de pie en la cocina, tratando de alcanzar los ñoquis que su abuela materna hacía descansar toda la noche en sémola para generar una película que les aportara una textura especial. Hay un detalle, con todo esto, que marca también cierto abordaje obsesivo de su profesión o, mejor aún, de su relación con los sabores: el chef ha decidido nunca más comer ese plato, para no transitar la desilusión que significa no poder repetir la situación original. –La conexión hoy es abuela nieto –dice–. Nuestras madres fueron las madres de la invención del lavarropas, hay una generación para la que estaba bueno el supermercado, la comida congelada, el micro-ondas. Tiene sentido, eso las liberaba para que pudieran estudiar y trabajar. Pero es una lógica que tenemos que revisar. 
La cocina de Martitegui no termina allí. Los ñoquis de su abuela son apenas el punto de partida. Su trabajo tiene también una profundidad técnica envidiable y una exhaustiva investigación sobre los productos que lo han llevado a una síntesis única de la cocina argentina. Germán estudiaba Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador –quería ser diplomático– cuando su mejor amigo, Hermes, le propuso armar una empresa de Catering. Entonces llegó a la casa de quien fue su mentora, Beatriz Chomnalez. Germán pasó semanas y meses junto a Beatriz, hasta que fue ella quien le dijo: “Te vas de chef a un hotel en Bariloche”. Y así fue, Martitegui tenía 19 años. Después de dos años, viajó a Francia y a Estados Unidos –Los Ángeles–, donde logró mejorar y entender qué estaba pasando en el mundo. A su regreso, comenzó una nueva etapa de su formación con su segundo mentor, Francis Mallmann. 
–¿Podría decirse que tu cocina es el resultado de una síntesis entre la escuela estricta y francesa de Chomnalez y el vuelo creativo de Mallmann? 
–Yo no sería nadie sin ellos. Se los digo cada vez que los veo. Beatriz Chomnalez y Francis Mallmann cocinaban en Buenos Aires cuando no había ni siquiera champiñones, hacían magia con lo que conseguían. Parecen muy diferentes, pero ni Beatriz es una estricta francesa, ni Francis es un loco hippie que va por la Patagonia cocinando en la nieve. Son muy parecidos, son como un papá y una mamá para mí. Francis es un poeta. Él crea, se reinventa y hoy es el cocinero argentino más famoso en el mundo. Es el que más libros vende. Mauro Colagreco tiene sus estrellas Michelin, yo soy el que está más arriba en la lista de los sudamericanos, pero Francis es conocido a nivel mundial: viene Brad Pitt y le pide sacarse una foto con él. Y si hay alguien a quien nuestro país le tiene que agradecer como embajador de nuestra cultura gastronómica es a él. Hay cientos de cocineros del planeta mirándolo. Los fuegos y las brasas entraron a muchas de las mejores cocinas del mundo después de que él los puso en el centro y les dio visibilidad. Cuando trabajaba con Francis, me tocaba hacer un pescadito en hojaldre con mozzarella y albahaca. De la cocina francesa clásica y cara pasó al mar y a la influencia de la cultura negra. Ahora son los fuegos. Está 10 pasos adelante, se da el lujo de reinventarse cada vez. Si pudiera elegir con quién volver a formarme, los volvería a elegir. 
OTRO VIAJE INTERIOR
–Y ahora decidiste emprender el viaje de tu vida. 
–Hace muchos años que estoy tratando de conocer más sobre Argentina. Dejar de mirar hacia fuera y mirar hacia dentro. Con los 50 Best sacrifiqué mucho: el precio fue que un restaurante que estaba detrás de una puerta saliera en todas las revistas. Con la televisión sacrifiqué mi vida privada, pero conseguí un capital que me permite hacer muchas cosas. Lo primero de lo que me di cuenta con Masterchef fue que cada palabra que decía era muy escuchada. Si de repente digo “coman guanaco”, al día siguiente puede pasar que se vendan 2.000 kilos más de guanaco. Entonces comencé a tener más cuidado con lo que decía. 
El cocinero argentino más elogiado de los últimos años comienza una nueva etapa en su vida laboral: involucrado en un trabajo de investigación sobre productos, productores y ecorregiones de nuestro país, explica por qué la fama y la competencia pueden ser motores de crecimiento personal.
  • En busca del equilibrio

–Y de alguna manera se genera una presión sobre los cocineros, el público espera algo más que rica comida. 
–No sé por qué. Están mirándonos con una expresión que dice “¿y ahora qué vas a hacer?”. Pero a veces sucede. Hay un momento en la vida que es una tormenta perfecta y decís: “Hoy podría pedir cualquier cosa. Con todas estas cosas que conseguí podría pedirle al universo cualquier lujo que me quiero dar”. Y el lujo que me quiero dar es lo que siempre quise hacer, pero ahora está potenciado por esta situación: conocer toda la Argentina de una manera que nunca podría haberlo hecho, conectarme con productores y cocineros del país. Viajar para aprender, de la gente que produce, que hace, de las cosas que la naturaleza nos da en todas las latitudes. Lo puedo hacer solo a esta altura de mi carrera, es una cuestión de tiempo, jamás podría haberle dedicado tanto tiempo. Hay mucha gente que está en la misma situación que yo estaba a los 25 y no se pueden tomar dos años para recorrer el país. Las últimas dos décadas me las pasé cocinando y, además, pagando las cuentas, los sueldos y dedicando mi poco tiempo libre a la creatividad y la investigación. 
–¿Es algo que sufren todos los cocineros y dueños de restaurantes? 
–El modelo de restaurante tal y como funciona hoy no está pensado para ser rentable. Si pagás el 100% de los impuestos, tenés a todos los empleados en blanco, das el 100% de las facturas y comprás todo en blanco, es muy difícil que tengas una rentabilidad digna de un negocio con semejante inversión. Casi ningún restaurante puede ser rentable y uno como Tegui, de alguien muy expuesto, tiene la probabilidad de recibir más inspecciones. Todo eso termina ahogándote. Tampoco es tan fácil encontrar plata afuera, eso de que los negocios periféricos que supuestamente genera el restaurante ayudan a sostenerlo es difícil. A mí todavía no me pasó. 
Acompañado por la Bodega Catena Zapata y dentro de un plan nacional llamado CocinAR, Martitegui comenzó un viaje que lo llevará a cada una de las provincias de nuestro país. El proyecto se llama Tierras y con él relevará documentación audiovisual sobre productos y técnicas, tradiciones y sabores para generar una biblioteca de acceso libre y gratuita. Además, cocinará en los destinos e invitará a los cocineros locales a su restaurante. 
–¿Cuál es el alcance del proyecto Tierras? 
–De alguna manera es algo que va a quedar. Los que sigan detrás no van a tener que hacer esto. Harán más, harán otras cosas, completarán el trabajo. Esto es información pública y necesaria y lo que pretendemos es un cambio de mentalidad. En Tegui pagás $2.000 y comés un centenar de productos. Sin embargo, la pregunta es cómo hacer para que todos accedan a esos productos. O por lo menos que más gente acceda. También que podamos entender quién los produce, dónde y cómo. No es un proyecto mesiánico, es muy humilde, algo que sale del corazón. Nadie había hecho esto antes: si existiera un libro con esta información sería un manual de cabecera para mí. Este es el momento de cerrar el círculo de todo lo que me pasó en los últimos 10 años y empezar otra vez. 
–¿Por dónde empezaron? 
–Hasta ahora hicimos dos viajes muy distintos: Misiones y Jujuy. Climas, geografías y situaciones diferentes. Tomamos contacto con gente del INTA, de Turismo y de Cultura para analizar de antemano qué podemos ver, pero después cada provincia es un mundo. Las divisiones políticas han generado diferencias que complementan lo geográfico. Es lógico que Misiones no se parezca en nada a Jujuy: por su geografía, las divisiones son naturalmente distintas. Pero cuando vas a las historias de vida, la división política generó algunas diferencias y rivalidades. Las empanadas son radicalmente diferentes en Salta y en Jujuy, aunque la oferta de productos o la geografía sean parecidas. A mí me divierte un poco esta rivalidad que hay entre provincias. Yo creo en la competencia como motor de la perfección. Es algo que hago con mi carrera. Esas cosas existen y movilizan, esa pasión por la identidad provincial genera orgullo, existe un localismo ligado a la comida que recién ahora logro entender. 
Y además te encontrás con el lado B de la gastronomía, los problemas de producción, de consumo. 
–Me encontré con productores de quinoa que venden su cereal para comprar arroz en paquete en el supermercado. Vi que algunos productores de papines no comen papines. Me tropecé con un productor de naranjas tomando jugo en tetrabrik bajo el árbol. He visto cosas tristísimas como toda la cultura de pesca del Paraná arruinada por la represa de Itaipú. Por otro lado ves, en tiempo real y en el lugar indicado, la maquinaria que se pone en marcha cuando alguien de mi restaurante levanta el teléfono y dice: “Necesito 20 bolsas de papines para mañana porque viene Mick Jagger”. Entonces Juani de Bioconexión se sube a una camioneta, hace 200 kilómetros por un camino de ripio y le pide a alguien que vaya en burro hasta donde se producen. Las busca, vuelve en burro y Juani las lleva con la camioneta hasta San Salvador, donde sube los papines a un colectivo. Todo es tan difícil, tan a pulmón, tan largo, tan lejos, que cuando lo ves ahí entendés el esfuerzo real. 
EL FUTURO
Germán Martitegui parece haberse tomado en serio el rol de comunicador. Su formación como diplomático y su carrera como cocinero se resumen en esta nueva etapa. Su visión política sobre la gastronomía, la producción de alimentos y la forma de distribución es definitiva. La educación tampoco queda fuera de su radar. Su destino encontró un rumbo definitivo. 
–¿Tegui es también un restaurante escuela? 
–Yo asumo diversas obligaciones en mi vida y una de las que más me importan es lo que sucede con los chicos que trabajan conmigo. Muchas veces es su primer empleo y es relevante que se vayan con algunos valores claros. Tegui debe dar a luz unos cinco cocineros por año y para mí es prioridad que aprendan cómo se trabaja, qué es lo importante, cómo se convive, hacia dónde apunta la cocina. Yo sé que soy una parte fundamental en su futuro porque de acá salen derechos o torcidos. Además de enseñarme a cocinar, Beatriz y Francis me enseñaron a vivir. Eso se hace cara a cara, tienen que ver que llego antes y que me voy después de ellos. 
El cocinero argentino más elogiado de los últimos años comienza una nueva etapa en su vida laboral: involucrado en un trabajo de investigación sobre productos, productores y ecorregiones de nuestro país, explica por qué la fama y la competencia pueden ser motores de crecimiento personal.
  • Tegui y su creador

–¿Darías clases en una escuela de cocina? 
–Si tuviera que armar una materia y repetir todos los años lo mismo sería imposible. A mí me enseñaron con el ejemplo y no puedo hacerlo de otra manera. Esto es un oficio, es como ser zapatero y no podés ser zapatero mirando YouTube. Podés pegar zapatos, pero no ser zapatero. Si estás un año al lado de un zapatero, pegando suelas, vas a aprender el oficio, los códigos, las mañas. Esto es un oficio y se aprende con alguien que cocine al lado, aunque no solo se trata de cocinar. El 50% del tiempo se aprenden otras cosas: en Tegui les enseño que cuando se acaba algo no hay que volverse loco, que se puede inventar en el momento, que la perfección no está en la foto del plato, sino en el sabor y en la sensación que se genera en el comensal. Cuando veo que los chicos están entusiasmados y no tienen miedo, hacemos todos platos nuevos una noche. Acá se aprende mucho más que técnica. 
–¿Y qué te parecen los proyectos que plantean llevar la cocina a las escuelas primarias y secundarias? 
–Me parece fundamental que la cocina vuelva a las escuelas. Que allí se enseñe nutrición, alimentación y cocina. Y que esa enseñanza esté basada, sobre todo, en principios regionales. Que los chicos del litoral aprendan a cocinar y comer mandioca, y los de Salta lo hagan con la quinoa. Lo que está pasando hoy es casi al revés: la ayuda es, por lo general, una caja de comida envasada. Hay guaraníes en la selva misionera que reciben latas de jardinera, arroz parbolizado y otras cosas envasadas cuando siempre vivieron de la caza y de la pesca. Se genera una desconexión abrupta, un cambio cultural que detrás arrastra otros cambios. Hay que preguntarse si esos valores y necesidades urbano-capitalistas no se vuelven contradictorios en determinados contextos. 
–La cocina en el mundo tiende hacia algo simple y con un acceso más inclusivo. ¿Cómo entra Tegui en esa ecuación? 
–No es la música, no es el servicio, no es la ambientación. El futuro de los restaurantes está en el sabor. La manera en cómo se encare esa búsqueda será diversa, aunque me entristece un poco pensar que lo único que se haga con unos espárragos sea tirarlos arriba de una plancha y servirlos sin nada. Se puede hacer mucho más. Si considero que un producto no se puede mejorar, no lo toco. Pero tampoco nivelar para abajo, no todo es un restaurante sucio con la cocina tirada y mucho sabor, se pierde un poco la magia. Francis, por ejemplo, lo hace rústico, pero no lo hace así nomás. Uno ve 500 pollos colgados y dice “qué pavada”. Pero todos esos pollos están a la misma distancia de un fuego que tiene una temperatura específica. Todos los días me levanto pensando en cómo llegar a más gente con mi cocina, es algo que me desvela. Quiero bajar costos sin perder la poesía de las cosas. 
–Cocina rica para muchos... 
–Hoy el mundo está mirando la Argentina, está mirando los productos de nuestro país y hay ayuda para que esto crezca. Lo que falta es información. Hay que marcar un camino, para qué lado ir: decir que no es el jugo en tetra y hacer algo con esas naranjas. No es la soja, el mundo valora los productos regionales. No son las grandes cadenas de supermercados, ni las semillas genéticamente modificadas: el futuro está en los pequeños productores y en la suma de todos ellos. Buenos Aires no es la salvación, la salvación está en el lugar donde nacieron los productores. Se trata de un cambio cultural que va a tomar décadas. 
Entonces Germán termina la entrevista tan impecable como la comenzó y se prepara para la producción de fotos. Ya no tiene miedo y aquella timidez original de sus primeros años fue metabolizada en una certera convicción. La sobreexposición que tanto lo atormentaba es ahora un capital que juega a su favor. Martitegui abrió la puerta más pesada e invisible de su vida, transformó sus defectos en herramientas de crecimiento. De eso tampoco hay retorno. 
Link a la nota: http://www.conexionbrando.com/1973275-german-martitegui-y-la-cocina-del-futuro

La Nación - Salidas - El boom de la cocina callejera se afianza con un circuito muy variado

El boom de la cocina callejera se afianza con un circuito muy variado

El fenómeno de los bares gourmet se sostiene sobre tres pilares: la informalidad del servicio, la identidad cultural de los platos y el precio accesible
LA NACION
DOMINGO 08 DE ENERO DE 2017

Los Infernales, en San Telmo, donde las hamburguesas son la tentación
Los Infernales, en San Telmo, donde las hamburguesas son la tentación. Foto: Diego Spivacow / AFV
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La cocina suele estar a la vista. El chef es, en la mayoría de los casos, el dueño del lugar y el servicio de mesa no existe. Los comensales piden en la barra y, campana mediante o número en mano, se acercan a retirar el pedido. Las mesas son comunitarias, aunque no siempre las sillas alcanzan para todos. Comer de pie o acodado a una barra puede ser la solución y eso no le quita puntos a esta experiencia gourmet.
Así es la lógica de la "cocina callejera", un fenómeno que se abre paso en la escena gastronómica porteña sostenido sobre tres pilares: la informalidad del servicio, la fuerte identidad cultural de sus propuestas y un precio accesible al bolsillo, ya que un menú promedio (un plato y una cerveza artesanal) cuesta $ 200.
Pueden ser sabores intensos como los de Opio, un gastropub palermitano que evoca al street food de países como la India, Vietnam y Tailandia. La cocina judía de Benaim, también en Palermo, que ofrece algunos manjares como el shawarma de pollo, kebab o falafel y todo en delicioso pan de pita de elaboración propia. La comida de impronta latinoamericana de Kombinaciones, un pequeño local sobre la calle Gorriti, donde puede probarse la típica arepa venezolana con huevo "pochado" a 63 grados o la "baleada", un clásico de Honduras preparado a base de tortilla de harina de trigo con puré de porotos rojos, palta, huevo, queso y cebolla morada. También convocan las carnes al paso de Los Infernales, en San Telmo, donde supieron darle una vuelta de tuerca al epidémico brote de hamburgueserías con opciones algo más sofisticadas como el choripán de ñandú, el pancho de conejo o la hamburguesa de pato.
"Durante los meses que estuve de viaje por la India nunca me senté en un restaurante formal para comer. Y cuando abrí Opio lo hice con la intención de transmitir esa experiencia", dice el cocinero Diego Rizzi, que todas las noches atiende su propia cocina en Opio, un galpón que fue remodelado y donde abundan los objetos de la cultura asiática, colgados de paredes y techos como parte de la decoración.
"Creo que los típicos lugares que ofrecen una entrada, un plato y un postre con un servicio tradicional tienden a desaparecer. Si uno pone atención en las nuevas aperturas podés darte cuenta de que lo que realmente funciona está en los extremos: los gastropubs o el restaurante 5 estrellas. La gente quiere algo más dinámico. Les gusta acercarse a la barra, poder ver cómo sale el despacho".
Es martes por la noche y el local de Benaim, que sólo trabaja por las noches durante los días de semana, rebalsa de gente. Diana Goldberg está en la fila para hacer su pedido, y la acompaña su perro Max. "Acá todo es supercómodo, y eso es lo que más me gusta. Casi siempre pido lo mismo, porque la musaka que hacen [una especie de lasaña de berenjenas, carne molida y verdura] es una de las mejores que probé en mi vida", dice esta porteña que no supera los 30 años.
El Tejano, un bar muy popular por las ribs de cerdo ahumadas
El Tejano, un bar muy popular por las ribs de cerdo ahumadas. Foto: Diego Spivacow / AFV
"El público se adaptó al concepto enseguida. Quizá el momento más confuso es durante el fin de semana cuando vienen familias y gente más grande. No entienden que el plato se pide y se retira por la cocina, pero cuando enganchan la onda les encanta", dice a LA NACION Nicolás Wolowelski, uno de los dueños de Benaim.
Quizá sea el atractivo de lo regional, de la buena onda que se genera entre los comensales o de la música a todo volumen que a nadie parece molestarle. Puede ser la oportunidad de probar algo distinto al menú cotidiano o la posibilidad de festejar un cumpleaños sin poner incómodo a nadie ante la idea de tener que afrontar el costo de una cena en un restaurante. Así lo pensó Eugenia Mascardi, que les propuso a sus amigos festejar sus 35 años en El Tejano, un local en Palermo que se llena de gente y donde su dueño y cocinero tejano, Larry Rogers, asegura ofrecer las mejores y verdaderas ribs de cerdo ahumadas.
La necesidad de mutar del food truck a un punto de venta fijo a la calle no fue casual. Para Mariana Hernández que, junto con Claudio Gómez (los dos cocineros) y Federico Zapata (sociólogo) abrieron Los Infernales, en San Telmo, el nuevo local fue la respuesta de una fuerte adhesión del público con este tipo de propuestas. "La cocina callejera no es algo novedoso, pero sí es la mejor opción para acercarte a comer algo casero y rápido, que nada tiene que ver con el fast food, y a un precio razonable-dice Hernández-. Desde que abrimos viene cada vez más gente, y muchos de nuestros comensales son habitués, por eso tratamos de renovar el menú con cierta frecuencia. Ahora para el verano sumamos una hamburguesa de salmón con una criolla de langostinos y pan negro con tinta de calamar; una degustación de ceviche de pulpo, yacaré y pejerrey y el pancho de conejo".
No toda la oferta de cocina callejera es exclusiva para carnívoros. Más allá de las propuestas vegetarianas que pueden ofrecer estos pequeños locales gastronómicos también hay lugares, como Green Factory, en Villa Devoto, donde hasta el queso cheddar tiene la etiqueta de "vegano". El menú incluye hamburguesas, churrascos o chorizos de sabores como lentejas, seitán o a base de gluten.
Alejandro Osuna es venezolano y su socio, Gabriel Chávez, llegó de Honduras. Juntos comandan Kombinaciones. "Queríamos armar un recorrido gastronómico por varias regiones de América latina con recetas de nuestras abuelas", cuenta Osuna desde la combi que forma parte del decorado del local, pero que oficia también de cocina y de mostrador. Así, sobre ruedas, la cocina callejera del mundo renace en Buenos Aires y gana nuevos adeptos.

Apuntes para el presupuesto

200 pesos
Es lo que cuesta, en promedio, un plato con una bebida en los lugares conocidos como de "cocina callejera". En la ciudad hay diferentes sitios de bares gourmet
180 pesos
Es lo que consume, en promedio, cada persona sólo de cerveza, el fuerte de este tipo de bares. Un porrón vale entre $ 60 y $ 80
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/1973942-el-boom-de-la-cocina-callejera-se-afianza-con-un-circuito-muy-variado

La Nación - Experiencias - Ir a comer a los viñedos, la nueva atracción en MDQ

Ir a comer a los viñedos, la nueva atracción en MDQ

En la ruta 11, en Chapadmalal, nace un camino que lleva a una bodega experimental donde se hacen degustaciones
LA NACION
SÁBADO 07 DE ENERO DE 2017

El chef Pablo Massey, a cargo del menú
El chef Pablo Massey, a cargo del menú. Foto: Gentileza
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CHAPADMALAL.- El camino que nace de la ruta 11 y da la espalda al mar atraviesa campos de maíz, girasol y trigo. Pero basta recorrer unos pocos kilómetros para descubrir sobre el margen izquierdo, entre pequeños bosques de eucaliptos y álamos, un cultivo poco visto por estos pagos: vides, dispuestas en prolijas hileras, cuyo verde intenso contrasta con el amarillo del trigo. Pero no es malbec lo que crece aquí, tampoco cabernet; sino pinot noir y una lista larga de uvas blancas, algunas bien conocidas (sauvignon blanc, chardonnay), otras no tanto: gewürztraminer, riesling, albariño, pinot gris...
"Al principio plantamos malbec y cabernet sauvignon, pero el viento que viene del mar afectaba al malbec mientras que las heladas, que acá son muy frecuentes, eran un problema para el cabernet. Así que decidimos plantar variedades que se dan mejor en un clima con influencia oceánica", cuenta Ezequiel Ortego, enólogo de Trapiche Costa & Pampa, que nos recibe en el centro de visitas de esta bodega experimental. Experimental, porque aquí todo es un constante aprender a fuerza de prueba y error, algo esperable en una viticultura muy afilada en eso de hacer vino en el desierto (mendocino, sanjuanino, salteño), pero no tanto cuando las vides crecen a tan sólo cuatro kilómetros de los acantilados que miran al oceáno Atlántico.
A fuerza de prueba y error, hoy las 26 hectáreas plantadas dan vinos novedosos para el paladar argentino. Pero, también, la bodega experimental ofrece al turista habitué de la costa Atlántica un paseo distinto, algo hasta no hace mucho tiempo impensable para quienes todos los años guardan en la valija la malla y el protector solar, y toman la ruta 2 con miras a disfrutar del sol y de la playa bonaerenses. A tan sólo media hora de auto de Punta Mogotes, camino al sur, crecen las vides que en temporada lucen las uvas que serán cosechadas en marzo, cuando la vecina Mar del Plata emprenda el paulatino regreso a su ritmo de ciudad.
Mientras en la explanada que se encuentra al frente de la bodega se prepara una fiesta en la que se celebrará el inicio de la temporada de verano, Ezequiel nos lleva a la parte trasera del edificio. Allí donde años atrás hubo un silo, ahora las paredes centenarias albergan tanques de ácero inoxidable y otras maquinarias necesarias para la elaboración de los vinos. Extraña ver el interior de una bodega a menos de una hora de haber estado contemplando (con envidia) a los surfistas montar olas en Playa Grande en una tarde de 34°y sol pleno, como extraña el contraste de la viña con el de los vecinos campos de trigo y maíz.
Por suerte, a pocos metros de nosotros pasa caminando Patricio Negro, chef del restaurante Sarasanegro y una de las figuras más destacadas de la actual gastronomía marplantense, lo que nos confirma que efectivamente estamos en la zona de influencia de los lobos marinos de piedra que miran al cielo, de las geniales cervecerías artesanales que se multiplican como hongos frente al mar y de los tradicionales desayunos en la Boston. Ahora, también, hay vino local, y ya no hay que andar kilómetros en dirección a la cordillera para ver cómo se hace.

Tres para una selfie

Pablo Massey sirve risotto de azafrán con caldo de calamar y salsa verde en unos bols que casi no tocan la mesa. Los invitados al primero de los atardeceres de verano en la bodega dan cuenta velozmente del delicioso plato central de este cóctel entre viñedos, en una noche que comienza a caer mientras la brisa nos trae el aroma de los eucaliptos. El chef porteño que hoy dirige los fuegos de la porteña Casa Cavia y de La Panadería de Pablo, en Olivos, ha sido invitado a desarrollar el menú de verano que estará disponible para quienes visiten la bodega, y algunos de sus platos son los que se sirven ahora.
"Hice un menú pensando en la tarde, en un menú que pudiera maridar los vinos de la bodega, cosas que tuvieran diferentes texturas y diferentes sabores: unos más neutros, unos más arriba, algunos más picantes y otros más suaves", dirá Massey cuando la velada haya terminado, refiriéndose a la sucesión de ceviche, tortilla de chorizo, otra de espinaca, empanada gallega, queso de cabra, brie y paté, entre otros elementos que forman parte de un descontracturado menú apto para acompañar vinos como el pinot noir bonaerense que gira en la copa del chef.
Massey agradecerá entonces a Patricio Negro por su destreza a la hora de plasmar su menú y posará junto a él en una selfie. Fabián "el zorrito" Von Quintiero, músico y chef que también ha sido parte de la velada, se demora en juntarse con sus colegas para la foto, pues reflexiona en voz alta sobre la relación entre el vino, la gastronomía y la Feliz: "Mar del Plata tiene un futuro gastronómico", dice el zorrito, y enumera las bondades asociadas al fácil acceso en la ciudad a materias primas de gran calidad como pescados, maricos, vegetales y carnes. "Como capital turística de Buenos Aires, se tiene que reinventar, y creo que son la gastronomía y el vino los que van a ser un gran atractivo de Mar del Plata", predice.
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/1973744-ir-a-comer-a-los-vinedos-la-nueva-atraccion-en-mdq

La Nación - Alimentación - Cómo es ser vegetariano en Argentina, el "paraíso" de la carne y el asado

Cómo es ser vegetariano en Argentina, el "paraíso" de la carne y el asado

Se suele creer que en el país donde el plato más típico es un pedazo de carne las opciones para los vegetarianos son muy limitadas, pero este cronista visitante dice otra cosa

VIERNES 06 DE ENERO DE 2017 • 10:33

Foto: LA NACION
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El consumo de carne en la Argentina es altísimo y muy pocos son vegetarianos. Pero, al tiempo, la oferta de vegetales es enorme.
"¿Y qué vas hacer en Argentina?", me solían preguntar mis allegados, que conocen mi preferencia por las plantas, cuando hablábamos de lo que iba a comer en el país que me acogió hace unos meses.
"Al menos no has dejado de tomar vino", añadían, con sorna, a manera de consuelo.
Foto: LA NACION
Partían de la idea, basada en estereotipos, de que los argentinos solo comen carne.
Y sí que la comen: Argentina es el décimo consumidor de carne del mundo, según Naciones Unidas.



De hecho, es el sexto mayor productor y el 90% de esa carne se queda acá, en las parrillas que, sobre todo los domingos, asan sin parar lomos y bifes, sesos y mollejas.
Pero los argentinos no solo comen carne -en promedio, 160 gramos de carne roja al día-. También comen pollo, cerdo, algo de pescado. Mucha pasta. Mucho pan.
Como reacción a los agrotóxicos, mercados orgánicos como este, en el barrio porteño de Chacarita, han ido creciendo en el país
Como reacción a los agrotóxicos, mercados orgánicos como este, en el barrio porteño de Chacarita, han ido creciendo en el país. Foto: BBC MUNDO
Y vegetales.
Como reacción a los agrotóxicos, mercados orgánicos como este, en el barrio porteño de Chacarita, han ido creciendo en el país.
Efectivamente, para mi grata sorpresa, Argentina, y en especial Buenos Aires, es uno de los lugares más benévolos para el vegetariano que he visitado en el hemisferio occidental.
Y no es solo porque, como en otras partes, esté de moda.

Opciones vegetarianas para todos

Es cierto que entre algunos argentinos existe la idea de que el vegetarianismo es una tendencia esnob, de la élite.
La cantidad de vegetarianos (5%, según la Sociedad Argentina de Nutrición) es pequeña comparado con otros países de la región.
Pero eso no significa que en la base de los platos más tradicionales de Argentina no hayavida para los vegetarianos.
Quizá los veganos sí la tengan más difícil en Argentina. Pero los vegetarianos que comen queso pueden vivir de pizza, que hay en cada esquina.
Quizá los veganos sí la tengan más difícil en Argentina. Pero los vegetarianos que comen queso pueden vivir de pizza, que hay en cada esquina
Quizá los veganos sí la tengan más difícil en Argentina. Pero los vegetarianos que comen queso pueden vivir de pizza, que hay en cada esquina.
Tan popular como la carne en Argentina es la pizza, un plato más vegetariano que carnívoro que se encuentra en cualquier rincón del país.
Porque los argentinos tienen mucho de italianos, por la inmigración de los siglos XIX y XX.
Así que acá, como en Italia, se encuentran todo tipo de tomates: jugosos, dulces, perita, búfalo, rojos, amarillos, verdes...
El argentino no se va del mercado sin su kilo de tomates, pero tampoco sin un formidable y a veces un tanto aparatoso racimo de acelgas.
Ricos y pobres en Argentina comen acelga con huevo, acelga con papa, acelga con hojaldre.
Lo que acá llaman "tarta" es una versión verde de la tortilla española.
O incluso una suerte de quiche, porque los argentinos son, también, un poco franceses.
Argentina es probablemente el único país de América Latina donde es frecuente encontrar empanadas vegetarianas.
En países donde la empanada también es una institución, como Colombia y Venezuela, con suerte uno encuentra empanadas de queso, pero lo más usual es que el vegetariano allá se tenga que privar de semejante manjar o caiga en la triste práctica (que he visto) de comerse solo la masa.
Acá, en cambio, el vegetariano casi siempre va a encontrar la empanada "de verduras", que es de acelga o espinaca con salsa blanca, y la "humita", de maíz, cebolla, queso y nuez moscada.

Dietéticas y buffets

Las dietéticas, tiendas para celíacos, son una institución de los barrios de Buenos Aires y algunas otras ciudades
Las dietéticas, tiendas para celíacos, son una institución de los barrios de Buenos Aires y algunas otras ciudades.
Al ser medio italianos y medio franceses, los argentinos comen mucho pan: dulce, salado, sin sabor. Al desayuno, al almuerzo. En la famosa merienda a las 7 "de la tarde" y en la cena a las 10 de la noche.
Pero eso no ha impedido que la conciencia sobre los aparentes peligros del trigo ayudara a la creación de una industria más que -quizá porque las minorías tienden a asociarse- beneficia a los vegetarianos.
Hace unas décadas fue la diabetes y ahora es la celiaquía, una enfermedad "de moda" que afecta al 10% de la población, según la Asociación Celíaca Argentina.
Ambas afecciones dieron con la emergencia de las "dietéticas", tiendas saludables ygluten-free que se añaden a las ferreterías, panaderías y farmacias en el encantador espectro de las instituciones barriales argentinas.
No hablo de spa que venden jugos verdes y ensaladas de mango y quinua para vegetarianos que hacen yoga y se toman selfieslas dietéticas son tiendas de barrio, polvorientas, sin decoración, en las que compra gente que no tiene Instagram.
Las hay en todo el país hace más de cuatro décadas. Y venden las proteínas de los vegetarianos: hamburguesas de fríjoles, hummus de lentejas, frutos secos de todo tipo.
A las dietéticas se añaden además los buffets vegetarianos, donde venden por peso pasteles de calabaza, arroz con hongos o fideos con tofu.
Y de nuevo: hablamos de un pequeño, descuidado y algo lúgubre establecimiento, baratísimo y buenísimo, que poco tiene en común con los minimalistas restaurantes de comida macrobiótica o vegana (que también hay).

Potencia de los orgánicos

La Argentina ha sido durante un siglo uno de los mayores productores de alimentos del mundo y con eso el uso de fertilizantes y transgénicos en la producción de frutas y verduras ha sido enorme.
Y como reacción -porque a la gente acá le gusta llevar la contraria- miles de argentinos preocupados por el supuesto daño en la salud que generan los agroquímicos han buscado una alternativa orgánica para sus hortalizas.
El mundo de lo orgánico, que también incluye carnes y quesos sin químicos, ha sin embargo diversificado la oferta vegetariana.
Después de Australia, Argentina es el país con más hectáreas cultivables certificadas como orgánicas, revelan datos de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica.
Eso ha generado un mundo de revistas, restaurantes, asociaciones, festivales y ferias alrededor de lo orgánico.
Y así como la celiaquía ha beneficiado a los vegetarianos, el auge de los orgánicos ha diversificado las opciones para quienes optamos por comer plantas.
Lo orgánico, ahí sí, suele ser caro. Pero ni que la carne, acá y en Cafarnaúm, fuera barata...
Cada cual con sus lujos. El mío es una lechuga: fresca, jugosa, orgánica. Y en Argentina la consigo.
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/1973560-como-es-ser-vegetariano-en-argentina-el-paraiso-de-la-carne-y-el-asado