De cocinar en su casa de Carapachay a ser el chef del hotel más emblemático de la Patagonia
Después de formarse en Vicente López, Ariel Pérez (41) trabajó en París y en cruceros de lujo. Hoy es el jefe de la cocina del Llao Llao.
La Patagonia tiene ese “no sé qué” que enamora, dicen muchos. Y encima si te hospedás en un hotel cinco estrellas con más de 15 hectáreas en medio de las maravillas naturales más hermosas de Bariloche, y por los pasillos te cruzás con Barack Obama, Michelle Bachelet, Evo Morales o Mauricio Macri, -sin dudas- es un espectáculo que no te podés perder.
Pero esa vida llena de lujos lejos estaba de lo que alguna vez soñó Ariel Pérez (41), un vecino de Carapachay que actualmente es el Chef Ejecutivo del Hotel Llao Llao, el resort que recibe a los líderes del mundo.
A los 19 años, el joven que se recibió de técnico mecánico en la secundaria, pensó en continuar Medicina en la universidad. Pero al tiempo se arrepintió. “No estaba muy seguro de qué hacer -confiesa Ariel-. Siempre me gustó mucho comer y disfrutaba de ver a mis abuelas cocinar, entonces decidí inscribirme en Gastronomía”.
Ariel dice que la cocina del Llao Llao "es de lo más parecido a las de los cruceros".
Así fue como dio sus primeros pasos y se anotó en el Instituto Automóvil Club Argentino, de Vicente López. “Apenas empecé a estudiar descubrí un mundo completamente nuevo”, dice emocionado.
Como es de saberse en el ambiente gastronómico, las pasantías no tardaron en aparecer. Empezó trabajando los fines de semana en un restaurante de Palermo y dos años después viajó a Francia.
“Tenía 21 años cuando fui al Instituto Vatel, de Paris -recuerda-. Me dieron una beca para estudiar tres meses allá. Cuando regresé supe que no había vuelta atrás: la gastronomía era lo mío”. Y aunque la experiencia lo favoreció en el terreno profesional, también le develó otro estilo de vida. Recorrer el mundo, conocer nuevas culturas y personas, aprender idiomas y recetas.
Así que, seguido por el entusiasmo adquirido en la aventura, terminó su carrera y -literalmente- embarcó. Es que durante casi cuatro años cocinó en altamar para dos compañías cruceras por el Caribe, el Mediterráneo, Alaska, la Polinesia y Asia, entre otros destinos.
Desde hace seis años está en Bariloche, a cargo de los platos del Llao Llao.
Luego, decidió establecerse en tierra firme y volvió a su Carapachay natal, mientras ejercía como chef en reconocidos hoteles de la Capital Federal y Nordelta.
Pero, hace seis años, cuando lo llamaron para trabajar en el emblemático Llao Llao, soltó el ancla en Bariloche. Si bien inició como Subjefe Ejecutivo, hace un año y medio que está a cargo de 65 personas que trabajan en el área de cocina para siete puntos de venta.
“Esta ciudad es hermosa. No me costó para nada adaptarme porque de un lado tenés la montaña y del otro, el lago. Además, la cocina de este hotel es lo más parecido a un crucero. Es un destino en sí, entonces los huéspedes a veces se quedan tres días sin salir y es un desafío darles una opción variada”, explica.
Y aparte de los 400 hospedados, en ocasiones especiales se alojan personajes de la política y la cultura internacional que merecen un tratamiento más exclusivo.
En algunas de sus anécdotas, Ariel menciona que hace meses atrás pasó de visitas un rey oriental que permaneció cinco días dentro del hotel. “Por la mañana tenía que tomarle el pedido de qué iba a querer almorzar y cenar. Era como un pequeño buffet exclusivo”.
Cuando tenía 21 años lo becaron para ir a aprender a una prestigiosa escuela de gastronomía en París.
“A pesar de que al principio la relación con este tipo de personalidades ‘poderosas’ es un poco tensa, con el correr de los días se genera más confianza, y los que prejuzgás como ‘clientes complicados’ son más simple de lo que te imaginás”, afirma. Y hace alusión a un emir que frecuenta el Sur periódicamente.
Fuera del esplendor del resort, su vida familiar es muy feliz. Vive con su esposa y sus dos hijos rodeado de naturaleza, y viaja constantemente a Carapachay a visitar a sus padres, hermanos y sobrinos. “Siempre vuelvo al barrio -cuenta-. Cuando voy a Buenos Aires, es difícil que me logren sacar de ‘Carapa’ porque ahí estoy con mi familia y mis amigos de toda la vida”.
Y en cada regreso no puede faltar el paseo por “La carnicería de Leo”, el local ubicado en la calle Ituzaingó. “Es el carnicero que conozco hace años -dice-. Cuando prendo el fuego para los afectos, voy y le compro carne a él”.
Es que, aunque humildemente no declara tener un plato estrella, lo que más le gusta es prender el fuego. “La parrilla y el disco son mi conexión a tierra, mi momento de relax. Aunque esté lloviendo, nevando o hagan 30 grados, salgo y prendo el fuego”, concluye el apasionado de asar.