Festivales gastronómicos, recitales, eventos gratis, agenda cultural y más actividades para viernes, sábado y domingo.
La Ciudad celebra el Año Nuevo Chino
Domingo, de 12 a 20. Plaza Parques Nacionales, Mariscal Sucre 601 (a una cuadra de avenida Figueroa Alcorta y La Pampa). Entrada libre.
Una celebración que crece en convocatoria. Los festejos del Año Nuevo Chino atraen cada vez más a los porteños. (Fernando de la Orden)
Siguen los festejos por la llegada del año 4718, el de la rata de metal. Este domingo, la Ciudad se suma a las celebraciones con exhibiciones de artes marciales, muestras de caligrafía china y conciertos de instrumentos antiguos, así como también un desfile de vestidos tradicionales chinos. ¿El plato fuerte? Las tradicionales danzas del Dragón y del León.
Maratón Abasto. El FIBA se despide este sábado con todo. (Emmanuel Fernández)
El Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) despide su edición 2020 con un megaevento a lo largo de la calle Guardia Vieja. Habrá teatro, danza, música y artes visuales contemporáneas. También se suman bares, teatros, restoranes y otros espacios de la zona.
Feria Sabe la Tierra
Domingo, de 16 a 22. Parque Las Heras, avenida Coronel Díaz y French. Entrada libre.
Feria Sabe la tierra. Este fin de semana, en el parque Las Heras.
Feria con alimentos ecológicos, jugos naturales y comidas caseras, directo de pequeños productores al consumidor. Además, distintas actividades: clase gratuita de Natha Yoga (a las 19), un encuentro de meditación colectiva (a las 20) y, desde las 20.30, música en vivo.
Buenos Aires Playa
Viernes, sábado y domingo, de 10 a 20.
- Parque de los Niños, avenida General Paz y Cantilo
- Parque Indoamericano, Castañares y Escalada.
Sol y mucho entretenimiento. La propuesta de Buenos Aires Playa para este verano.
La temporada 2020 de Buenos Aires Plata ofrece -además de las clásicas sombrillas- espacios con juegos de agua e inflables, canchas de fútbol y de vóley playero, bandas en vivo, espectáculos y sectores de lectura, entre otras atracciones.
Patio de los Lecheros
Viernes, sábado y domingo, de 12 a 1 de la mañana. Donato Alvarez al 200 (junto a las vías del ferrocarril Sarmiento).
Para disfrutar en familia o con amigos. El patio de los Lecheros ofrece gastronomía y entretenimientos.
Gastronomía y música en vivo en un ámbito de relax. Además, un mercado de productores independientes, cervecería artesanal, y para los chicos, juegos y talleres.
Para jugar al aire libre. Ping pong y juegos de mesa en la terraza.
En el atardecer del domingo, un espacio con juegos de mesa, ping pong, videojuegos y mucho más. Además, barra con cerveza artesanal, vino orgánico, platos orgánicos y otras especialidades.
“Paseo de emprendedoras”: el proyecto que propone un recorrido diferente con productos artesanales y accesibles
En Pinamar, cerca de 20 mujeres encabezan una movida pensada para el turismo, en la cual potencian sus negocios con precios razonables
La Dirección de Innovación y Desarrollo Emprendedor de Pinamar, área dependiente de la Secretaria de Turismo y Desarrollo Económico del municipio, ideó un proyecto que se llevó a cabo en esta temporada y resultó una beneficiosa opción para los turistas.
En el pasaje peatonal Teatro del Mar, ubicado en Avenida Bunge y Avenida Shaw, un grupo de mujeres protagoniza una hilera de puestos y stands en donde prevalecen los productos artesanales dentro de un programa dedicado exclusivamente al crecimiento de la producción local y regional, con precios accesibles.
“Es un área distinta, no todos los municipios trabajan así. Nosotros hacemos mucho seguimiento de todos los proyectos locales. Lo importante de Pinamar es que va creciendo mucho, eso se ha demostrado en los últimos años. Muchos jóvenes profesionales que se han venido a vivir acá. Por eso nos encontramos con muchas mujeres que durante temporada hacían otra cosa. Entonces la idea fue darles un lugar para que se mostraran durante el verano”, explicó Federico Martín, director de Innovación y Desarrollo Emprendedor, a Infobae.
El funcionario agregó que la propuesta se pensó para que "no sea considerado un hobby y sí puedan crecer y desarrollarse. Que tengan una marca y algún día un local en un centro comercial. Tenemos un programa de beneficios económicos con comercios, bares, restaurantes, hoteles, que si le compran a estas emprendedoras tienen beneficios impositivos”.
“Buscamos un mercado interno a partir de estas medidas económicas. En este paseo hay mucha ropa, gente que hace tejidos, cerámica, chocolates, mates y decoración, entre otros. Tenemos una ordenanza que se llama PUPA (Pequeñas Unidades Productoras de Alimentos), para emprendedores gastronómicos, que habilita comercios en casas de familias. Permite comercializar sin tener un local a calle. Es para arrancar”, indicó Martín.
“Entendemos que acompañar a nuestros emprendedores debe ser una tarea permanente y sostenemos las capacitaciones como una de las patas fundamentales para avanzar. Creamos el sello #HechoEnPinamar, que es una certificación oficial que otorga nuestra dirección a los pequeños y medianos productores de la industria local. El mismo busca: promover el consumo regional, estimular la demanda de los productos locales, informar a sus ciudadanos y ciudadanas sobre la naturaleza, alcances y beneficios del consumo de los productos hechos en la ciudad. También promover la producción local y regional con mejora de calidad, precio y diseño. Sumar esfuerzo de los sectores productivos locales para fortalecer el consumo interno y la generación de empleo”, contó Martín.
Entre los productos que encuentra el turismo, se destacan: vestidos y accesorios para bebes y niños, marroquinería, cerámicas, mates, tejidos, bordados, riñoneras y bikinis. Son, en total, cerca de 20 puestos atendidos y encabezados por mujeres.
“Estas mujeres, además de las mentorías que tienen con nosotros, en las cuales son capacitadas en marca, marketing, negocios y comunicación, participaron de un viaje a Tigre para mejorar sus negocios. Conocieron otros casos y ahora están con un proyecto de una cooperativa en Pinamar”, completó Martín.
En cuanto a la ocupación de Pinamar, las últimas cifras publicadas por el Observatorio de Turismo del Partido, contempladas semanalmente por las autoridades, hoteleros y gastronómicos, indicaron que el promedio general de ocupación de enero fue del 98,5%, lo que representó una variación interanual que hizo crecer el monto en un 11,7%.
Respecto al fin de semana anterior, el crecimiento fue de un 2,9%. El informe del Observatorio Turístico había indicado que, en la primera quincena, el promedio alcanzó el 92%. Es decir que, a pocos días de finalizar el primer mes de temporada, el número creció un 6,3%.
Qué hacer si un Premio Nobel te pide que comas gusanos
La particular sobremesa de un periodista de Clarín tras un almuerzo en México para despedirse de Gabriel García Márquez.
Que sea lo que Dios quiera, pensé, pero ya estaba decidido. No iba a comer gusanos.
Una decisión tomada es una decisión tomada. Ahora, ¿cómo se le dice que no a un Nobel? Tenía frente a mí un bol con gusanos de maguey y al mismísimo Gabriel García Márquez a mi lado, diciéndome, entre paternal y desafiante: “Anda, argentino, ya pruébalos”.
Lo peor de los gusanos -para casi todos en la mesa, crocantes y deliciosos- es que tienen aspecto de gusanos.
Quiero decir: uno no ve a una vaca cuando come un bife, ni a un cerdo cuando come una morcilla ni a un calamar cuando come rabas. Pero lo que ve cuando va a comerse un gusano es... un gusano.
Me asaltó entonces un pensamiento determinante y feroz con el que ahora -casi 22 años después de lo sucedido- no estoy de acuerdo. Aún así, debo contarlo en virtud de la sinceridad descarnada del relato: fue una asociación automática de los gusanos con la podredumbre y, en su versión más espantosa, con los predadores naturales de los humanos cuando la vida nos abandona.
No es natural que nosotros los comamos a ellos, pensé. Definitivamente.
Había llegado a esa encrucijada maldita y lúgubre después de tres días de fiesta donde el Nobel de Literatura nos había dado un Taller de Narración.
Que te dé un curso de narración García Márquez es como que te enseñe a tocar el piano Martha Argerich, o que Roger Federer te dé una clase de voleas.
El Museo de las Intervenciones de la Ciudad de México fue un refugio de 12 horas -tres encuentros de 4 horas cada vez- donde desmenuzar la esencia del periodismo narrativo. Una pretensión utópica para buscar asomarnos a la musicalidad de las palabras, a la construcción de una manera de contar que se basaba en una idea magnífica y ansiada, pero con la imagen cinematográfica de un policial clase B.
Toma al lector por las solapas y no lo sueltes hasta que no termine el último párrafo.
Sí, es fácil decirlo.
Cada jornada de aquel abril de 1998 fue un nuevo intento festivo y extenuante por entender que deben aflorar los detalles, que el ojo se azuza en la profundidad de la mirada, que la nariz se entrena para detectar cuándo el entrevistado titubea (o se molesta, o trata de que no repares en lo que acaba de decir porque no quería decirlo), y que el oído se afina para escuchar entre líneas.
Cada tecla es una letra, de las letras a las palabras, de las palabras a la oración, de las oraciones a los párrafos, y así. Si lo miramos de este modo -de este modo lo miraba el Nobel colombiano- la narración es tarea de orfebres.
Tratar de entender un árbol desmenuzándolo en raíz, tronco, ramas, hojas. Y salir a construir bosques.
Entonces no es lo mismo decir "cien elefantes cruzan la selva" que "99 elefantes adultos y un elefantito bebé cruzan la selva". Y entonces buscá, porque siempre hay alguien que sabe lo qué pasó y tu trabajo es encontrarlo.
La Antigua Hacienda Tlalpan, un lugar de ensueño con pavorreales en sus jardines.
Y cuando lo encontrás, y creés que ya llegaste, apenas estás comenzando: después lo tenés que contar.
Era recorrer esos laberintos de la narración con el tipo que había elegido aquel manojo de palabras perfectas:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Y que ahora te decía que sí, que está bien, que una obra terminada siempre es mejorable, que a Cien años de soledad le hubiesen faltado un par de generaciones más de Buendía para quedar como él hubiese querido, pero que a ese comienzo no le tocaría ni una coma.
Hablábamos cuando la novela había cumplido 30 años, había sido traducida a más de 40 idiomas y había transformado a García Márquez en una celebridad mundial y en el autor más robado en las librerías de Nueva York, un dato que enorgullecía a nuestro profesor: Miren lo que ha logrado el hijo del telegrafista de Aracataca...
Pero ahora todo había terminado y estábamos en el almuerzo final, en un restorán a las afueras de Ciudad de México, en unas mesas dispuestas sobre un parque, bajo sombrillas verdes y con pavorreales caminando entre nosotros.
Realismo mágico, también para el final.
Tres de los periodistas que hicimos el taller habíamos llegado hasta la Antigua Hacienda de Tlalpan -una construcción de 1837 rodeada de un extenso parque arbolado y lleno de fuentes coloniales- en un Nissan blanco conducido por él mismo. Supe entonces que García Márquez era un hombre precavido: en la luneta trasera de su auto -y en una época donde en México no llueve durante semanas- había un paraguas negro.
En el bello restaurante de la hacienda se pueden saborear chiles (pimientos) rellenos de queso o carne picada, piernas de pato hembra al pepián (les juro que el plato se llama así, y jamás sabré la diferencia con las "piernas" de pato macho) , filete chemita (un trozo de carne de vaca que un cliente a quien todos llamaban Señor Chemita pedía siempre con queso derretido y salsa oscura... y quedó), abulón rasurado (un molusco de carne dura que sólo se pesca buceando peligrosamente entre rocas afiladas y con cinturones de pesas)... o (maldita sugerencia del chef) gusanos de maguey.
Gusanos de maguey, el plato en cuestión.
Y entonces, a poco de acomodarnos en una larga mesa del jardín, García Márquez se puso unos anteojos de marco negro, abrió la carta y preguntó quién querría compartir un manjar de reyes.
Adivinen quién levantó la mano.
Cuando trajeron los gusanos, el maestro vio mi cara -nos había estado enseñando justamente a mirar- y empezó a azuzarme para que los comiera.
Divertido con la situación, se concentró en asegurarse personalmente que yo probara lo que todos llamaban allí, para mi desconcertada ignorancia, el manjar de reyes: Anda, argentino, no le des más vueltas, hombre...
Tampoco lo sabía entonces, pero los gusanos de maguey son larvas blancas o rojas de una mariposa que vive en las hojas más bajas del maguey (esas hojas carnosas, triangulares y con espinas como las de nuestro conocido aloe vera), que se recolectan sólo en épocas de lluvia (de julio a septiembre) y que son carísimos por dos características verdaderamente extraordinarias: sólo hay tres o cuatro por planta y, además, la planta muere cuando se los sacan.
Son un alimento riquísimo en proteínas que degustaban los aztecas antes de la llegada de Hernán Cortés, y que estaba reservado a las clases altas. Por eso conservan hasta hoy aquel nombre de manjar de reyes que, cuando levanté la mano que me hundió en la ciénaga moral donde estaba ahora, me hizo pensar en cualquier cosa menos en larvas.
Arrinconado por las circunstancias y el orgullo, pinché una tríada de gusanos con el tenedor y apoyé el codo en la mesa, en posición de descanso. Aunque elegí los rojos -por alguna razón me parecían "menos" gusanos que los espeluznantes especímenes blancuzcos- sabía que la única oportunidad que tenía de llevarlos a la boca era no mirarlos.
Que sea lo que Dios quiera.
Respiré hondo. Sentí la risa de Gabo y su palmada en mi espalda. Nos daba el Sol de frente, de modo que achinar los ojos me daba un alivio natural. Apenas necesitaba el impulso final del coraje cuando oí un murmullo en nuestra larga mesa, la música de una ranchera suave de fondo y voces más fuertes que se acercaban.
Entonces me hice una visera con la mano libre y vi la Providencia. El Nobel había sido sorprendido por el otro flanco por una sobria pero entusiasta fila de mozos y ayudantes de cocina que le alcanzaban libros para firmar.
García Márquez había girado a su derecha y ahora, justo ahora, me daba la espalda.
De modo que el instinto de supervivencia desarrollado durante mi niñez en Ciudadela afloró con la fuerza de un volcán y se me hizo grito interior: ahora o nunca, muchacho.
Entonces mi codo derecho se deslizó suave hacia mi regazo, bajó la mano con el tenedor y la tríada de gusanos ensartados hacia la servilleta sobre la falda, los depositó allí suavemente (dos dedos de la mano izquierda ayudaron a liberarlos de los pinches) y ambas manos hicieron un rollito a la velocidad de un rayo y lo subieron hasta el borde de la mesa.
El "panqueque" de tela relleno de gusanos invisibles desde el exterior descansó allí tres segundos y luego se deslizó hacia la izquierda hasta quedar oculto por el borde del plato en el lado opuesto al que alcanzarían los ojos del Nobel, distraído ahora en las dedicatorias de los libros para autografiar que ya le alcanzaban también mis compañeros de mesa.
Para culminar el movimiento, los dedos de mi mano izquierda quedaron tamborileando la ranchera sobre el mantel, al lado del escondite, fingiendo despreocupación.
Allí seguía mi extraño panqueque de tela cuando, 20 minutos después, García Márquez se paró de golpe, dijo "no me gustan las despedidas, así que gracias a todos por estos días compartidos" y caminó rápido hacia las escalinatas que llevaban a la calle. Y a la nostalgia infinita.
"El sueño terminó", pensé, y creo que también lo dije. Me avergonzó sentir que también disfrutaba de mi sencilla victoria personal cuando uno de los mozos recogió todo lo que había sobre la mesa antes de ofrecer café. Y se llevó en una bandeja brillante, sin abrir y sin preguntas, mi diminuto secreto de servilleta.
Un libro dedicado, el recuerdo de aquel encuentro inolvidable en México.
Le Marais, un emblemático barrio de París sufre su transformación
Una afluencia de tiendas de lujo está expulsando a los negocios locales del Marais, el histórico centro judío y de la L.G.B.T. de París. Entre las víctimas se encuentra un minimercado, dirigido durante más de 35 años por dos hermanos marroquíes.
PARÍS — En una tarde reciente, Amar Sitayeb apenas cabía detrás de un diminuto mostrador en el minisúper que él y su hermano mayor Ali han operado durante más de 35 años en el distrito Marais del Centro de París. Un gato atigrado gris y regordete merodeaba por el piso, y fotos descoloridas de bebés del vecindario, muchos ahora adultos, estaban pegadas en una vieja caja registradora.
Un montón de clientes regulares fue llegando, tomando papas fritas, chicles y gaseosas. Las compras eran principalmente una excusa para charlar con los dos hermanos marroquíes, conocidos por los residentes alrededor de la Rue Sainte-Croix de la Bretonnerie, una calle en el Marais repleta de boutiques, como los ojos, oídos y alcaldes extraoficiales de la zona.
El cierre de un minimercado dirigido por los hermanos Ali y Amar Sitayeb ha molestado a los parisinos. Ali con un cliente. (Dmitry Kostyukov para The New York Times)
Pero el 31 de enero, su tienda, Au Marché du Marais, cerró, arrastrada en una ola de aburguesamiento de la zona, como casi todos los demás cafés y tiendas independientes a su alrededor.
“Conocemos a todos aquí, hemos pasado nuestra vida con ellos y nos da tristeza irnos”, dijo Ali Sitayeb, de 70 años, antes de que cerrara su tienda.
En lugar de los artículos de primera necesidad que vendía su tienda, como papel higiénico y jugo de naranja recién exprimido, dijo que se instalaría una cadena de lencería Princesse Tam Tam.
El cierre de la tienda, en una calle donde las boutiques ahora venden zapatillas de diseñador de 585 euros, ha molestado a los residentes que ven una advertencia en la forma en que las grandes marcas de lujo respaldadas por dinero y dirigidas a los turistas adinerados están consumiendo los vecindarios y erosionando la identidad cultural.
Los hermanos llevaban mucho tiempo debatiendo cuándo jubilarse. Cuando un incendio por causas eléctricas arrasó con la tienda hace cinco años, el apoyo de los vecinos fue tan fuerte que decidieron continuar. Pero luego, la cadena de lencería, operada por el gigante minorista japonés Fast Retailing, hizo una oferta ventajosa por el espacio.
Cuando los hermanos abrieron la tienda en 1984, el Marais, el distrito judío histórico de París, estaba evolucionando de ser un distrito de fábricas de metal y textiles de clase trabajadora. Abundaban las carnicerías y panaderías.
A medida que se instalaron cafés, bares y boutiques artesanales, el Marais se convirtió en el centro para la comunidad LGBT parisina. Pero un flujo de tiendas de lujo ha estallado desde que terminó la crisis económica y de deuda de Europa en el 2012, dejando fuera al comercio residencial y LGBT, y tomando el control del centro judío.
“Es sólo ropa, ropa, ropa”, dijo George Fischer, un jubilado que lleva 20 años viviendo al lado de la tienda de los Sitayeb. “¿Cómo va a reemplazar un corpiño a mi jugo de naranja?”.
“La gente no quiere que las cosas cambien. Pero hay que dar vuelta la página”, dijo el hijo de Ali Sitayeb, Tariq, de 34 años, que ayudó a operar el minisúper.
Verano en Puerto Cristal: sabores de mar en Puerto Madero
El restaurante reconocido por sus especialidades de mar ofrece una experiencia gastronómica de calidad en un entorno único, ideal para disfrutar en familia, con amigos o en pareja.
Conseguir buenos platos en Buenos Aires es fácil dada la vasta oferta de restaurantes pero disfrutar de una experiencia de calidad, a un precio conveniente y en la codiciada zona de Puerto Madero, es otro cantar. Puerto Cristal, el restaurante de cocina internacional con vista al Puente de la Mujer, se posiciona como una excelente alternativa para disfrutar de una experiencia satisfactoria.
Karina Fernández, al frente de este restaurante familiar, lo define como un espacio en el que se enlazan sensaciones diversas: «Desde la terraza climatizada se puede ver la mejor postal de Puerto Madero mientras se disfruta de un buen vino y algún plato éxotico».
Dentro de la carta se pueden encontrar pastas artesanales, carnes premium y pescados y mariscos, el sello del lugar. Dentro de los platos mas pedidos se cuentan la langosta, el pulpo a la provenzal, las ostras frescasm la merluza negra o la trucha grillada. Las porciones son abundantes, compartibles y también hay propuestas aptas para celíacos y menúes infantiles.
Puerto Cristal Alicia Moreau de Justo 1082. Precio promedio: $950 por persona Mas info: www.puerto-cristal.com.ar