La cocina de los refugiados que cautiva a los parisinos
Dos amigos decidieron montar un carrito, Les Cuistots Migrateurs, sobre el Sena, donde trabajan inmigrantes que huyen de la guerra en Siria
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Nathalie Kantt
SÁBADO 31 DE DICIEMBRE DE 2016
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PARIS.- En la cocina de un barco anclado en el Sena, Hasnaa corta berenjenas y las dispone sobre una fuente con tomates y sal. El movimiento del agua a veces la hace viajar en el tiempo, como una mecedora, y en esos lapsos se acuerda de su vida en Siria, ese país que tanto ama y que hace dos años tuvo que abandonar cuando las bombas cayeron sobre su casa. Su barrio, Kobane, fue uno de los primeros que la guerra destruyó. Se mudó con su marido y sus tres hijos a otro barrio dentro de Damasco antes de, finalmente, decidir abandonar todo y buscar la paz. Una pregunta sobre la preparación de los falafels la hace volver a la realidad. Esta mañana, en la cocina, a Hasnaa la acompañan Faaeq, que no habla francés todavía pero entiende de a ratos, y Louis Jacquot, que colabora porque le gusta aprender. En esta cocina manda Hasnaa.
Los treintañeros Louis Jacquot y Sébastien Prunier son, además de amigos, socios fundadores de Les Cuistots Migrateurs, una iniciativa que busca cambiar la manera en la que los parisinos ven a los inmigrantes a través de algo que los franceses aprecian de sobremanera: la gastronomía. Todas las mañanas, desde mayo, se juntan a preparar seis o siete mezzes, pequeños platos individuales (entremeses), que por la noche venden en la terraza del barco, convertida en restaurante al aire libre y con vista al Sena. El menú promete hummus al comino, ensalada de habas y garbanzos, caviar de pimiento rojo a la nuez con granada y trigo burgol, yogur a la menta, berenjenas fritas con tomate, y ensalada de papa, perejil, comino y tomate. Los parisinos salen de sus oficinas alrededor de las 19 y llenan el lugar. El objetivo es hacerles descubrir sabores de otros rincones del mundo y, al mismo tiempo, colaborar con la inserción social y laboral de los refugiados. Esta cocina emplea sólo a quienes ya tienen ese estatuto, no alimenta el trabajo informal y los pone en un lugar que no suelen tener cuando desembarcan en este país: el de chef.
Además del restaurante pasajero que funciona como una especie de vidriera, los dos amigos ya organizaron más de 20 eventos para empresas. El catering es muy variado, con entradas, platos y postres traídos de diferentes culturas, una diversidad que demanda que cada evento sea para al menos 40 personas. El objetivo siguiente es instalarse en un espacio propio donde puedan cocinar y vender. También están pensando en organizar ateliers para los interesados en aprender técnicas y mezclas del mundo. Los profesores serán los refugiados, que de esta manera se sienten valorados. Los parisinos son curiosos de todo, así que no deberían faltar alumnos.
"Es una nueva llave de comprensión para los locales, que descubren que Chechenia, Siria y Afganistán no son sólo países en guerra: son también lugares con una buena cocina. Quizá se crucen con el otro por sólo tres minutos, pero les cambia la visión de la inmigración. Ven a una persona que trabaja y que aporta algo. Y también se favorece la inserción. Muchas veces es difícil encontrar un trabajo y acá les proponemos trabajar como jefes cocineros. De paso, aprenden el idioma y eso les sirve para el futuro", cuenta a LA NACION Prunier. Por medio de asociaciones, como Syrians and Friends, se conectan con inmigrantes sirios, chechenos, iraníes o etíopes. Louis les hace llenar un formulario que inventó para que la selección fuera más fácil. Encontrar cocineros es lo que más tiempo lleva. "Además de papeles, tienen que saber algo de francés y haber cocinado antes", explica Jacquot.
Hoy el equipo reúne a ocho chefs, todos refugiados que buscaban trabajo y no conseguían. En París, sin un contrato de trabajo formal, alquilar un departamento es casi imposible. Faaeq, por ejemplo, trabajó en una carnicería en el sur de Siria. Huyó porque no quería enrolarse en el ejército. Hasnaa tuvo una cantina y trabajó con un amigo de la familia que era gran chef en Siria antes de reconvertirse en preceptora de escuela. Su marido era director de una sociedad en Damasco y desde que llegó no tiene trabajo. Viven en 35 metros cuadrados. "Queremos cambiar nuestras vidas. La gente nos dice que pidamos ayuda al Estado pero no queremos vivir de ayuda. No estamos acostumbrados a pedir", explica Hasnaa.
Mohammed era un chef estrella en Damasco y tenía varios restaurantes. Cuando los servicios de inteligencia empezaron a hacerle advertencias, decidió tomar el barco, como todos, con su mujer y sus tres hijos. Después de haber pasado por Les Cuistots, le propusieron abrir su propio restaurante en Aubervilliers, al noreste de París. Prunier y Jacquot demuestran que las propuestas microeconómicas con conciencia social pueden ser una manera de suavizar lo desconocido, generar empatía y crear soluciones que enriquecen a todos. Incluso a la oferta gastronómica parisina.
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/1971874-la-cocina-de-los-refugiados-que-cautiva-a-los-parisinos